Выбрать главу

– Creo que las niñas estarán encantadas de conocerla -dijo la señorita Martin.

– Acabo de persuadir a la señorita Martin de que me permita ir a mí -dijo Joseph-. Conocí a dos de sus ex alumnas cuando las acompañé a Londres hace unas semanas, y ahora están en Lindsey Hall, las dos como institutrices, una de los hijos de Hallmere y la otra de los hijos de Aidan Bedwyn.

– Ah -dijo Elizabeth-, entonces iremos juntos, Joseph. ¿Le vendrá bien mañana por la tarde, señorita Martin, si el tiempo lo permite?

Todo quedó arreglado. Así de sencillo. Vería a Lizzie al día siguiente.

Volvería a ver a la señorita Martin.

Vio entrar a Lily y Neville por las puertas cristaleras. Portia y McLeith continuaban fuera.

Cuando ella volviera, pensó, tendría que pasar el resto de la velada a su lado, y tal vez conversar en privado si era posible. La iba a amar, por Júpiter, aun cuando nunca se enamorara de ella. Se lo debía.

La señorita Martin se levantó, le deseó las buenas noches y fue a reunirse con los Butler y los Whitleaf. Y muy pronto estuvo radiante de animación.

CAPÍTULO 15

Algunas de las niñas mayores habían salido a caminar. Una de las menores estaba tocando con mucha aplicación la espineta del aula de Lindsey Hall. Otra se encontraba sentada con las piernas recogidas en el asiento de la ventana leyendo en silencio. Una tercera estaba bordando una enorme margarita en la esquina de un pañuelo de algodón. Molly leía Robinson Crusoe en voz alta y Becky, la hija mayor de lady Aidan, la escuchaba atentamente, embelesada. Claudia le estaba enseñando a hacer punto a Lizzie; había urdido veinte puntos y hecho cuatro hileras para que comenzara. El collie estaba echado a los pies de las dos, con la cabeza apoyada en las patas y los ojos mirando hacia arriba.

Claudia oyó abrirse la puerta y miró. Era Eleanor, que había estado tomando un desayuno largo con la duquesa.

– Señorita Martin -dijo-, el duque de McLeith ha venido de Alvesley otra vez y desea verte. Mientras tanto, yo me quedaré con las niñas. Ah, Lizzie está aprendiendo a hacer punto. Déjame ver si puedo ayudarla. Y disculpa, Molly, he interrumpido tu lectura. Continúa, por favor.

Entonces le hizo un guiño a ella. Después de la última visita de Charlie, habían mantenido una larga conversación. Eleanor estaba convencida de que el interés de él era algo más que fraternal.

Lo encontró en el salón de mañana, abajo, conversando con el duque de Bewcastle y lord Aidan. Estos dos salieron al poco rato.

Fue a sentarse. Charlie no lo hizo, sino que fue hasta la ventana y se quedó ahí mirando hacia fuera, con las manos cogidas a la espalda, dándose golpecitos.

– Desde que me obligaste a recordar -dijo-, se han abierto las compuertas de mi memoria, Claudia. No sólo he recordado los «hechos», que son relativamente fáciles de olvidar, sino también los «sentimientos», que no se pueden olvidar nunca, sólo se pueden reprimir. Esta última semana no he hecho otra cosa que recordar lo atrozmente desgraciado que fui cuando te dejé y lo totalmente incapaz que me sentía de volverte a mirar a la cara cuando me vi obligado a casarme con otra. De verdad no tenía otra opción, lo sabes. Tenía que casarme…

– Con una mujer de tu mundo -interrumpió ella-. Una mujer que no te avergonzara o te dejara en ridículo con la inferioridad de su nacimiento y sus modales.

Él giró la cabeza hacia ella.

– Eso no. Nunca pensé esas cosas de ti, Claudia.

– ¿No? ¿Fue otra persona la que imitó tu letra para escribirme esa última carta, entonces?

– Yo no escribí esas cosas -protestó él.

– Decías que lamentabas ser tan franco conmigo, pero que, en realidad, no deberían haberte llevado a vivir con mi padre y conmigo, puesto que siempre estaba la posibilidad de que heredaras un ducado algún día. Que deberían haberte dado un hogar y una educación más apropiados para tu posición. Que haber vivido con nosotros todos esos años te ponía en una situación incómoda con tus iguales. Debo comprender por qué consideraste necesario romper toda conexión conmigo. Eras un «duque». Decías que no debían verte relacionado tan íntimamente con personas inferiores que no eran dignas de tu atención. Te ibas a casar con lady Mona Chesterton, que era todo lo que debía ser una duquesa y tu esposa.

Él estaba pálido y horrorizado.

– ¡Claudia! Yo no escribí esas cosas.

– Entonces me gustaría saber quién las escribió. Perder a un ser amado es una de las peores cosas que le puede suceder a alguien, Charlie. Pero ser rechazada por ser inferior, y verse despreciada porque simplemente no vale nada… Me llevó años recuperar el respeto por mí misma, mi seguridad en mí misma. Y reunir las partes de mi corazón destrozado y armarlas. ¿Te extraña que no me sintiera encantada cuando volví a verte en Londres hace unas semanas?

– ¡Claudia! -Se pasó la mano por el pelo algo ralo-. ¿Dios mío? Debo de haber estado tan desquiciado que no sabía lo que pensaba.

Ella no le creyó ni por un instante. Ser «duque» se le había subido a la cabeza. Lo convirtió en un engreído, en un arrogante y en cualquier cantidad de otras cosas repugnantes de las que ella jamás lo habría imaginado capaz.

Él se sentó en un sillón cerca de la ventana y la miró.

– Perdóname -dijo-. Dios mío, Claudia, perdóname. Fui mucho más burro de lo que recuerdo. Pero tú te recuperaste. Te recuperaste magníficamente bien en realidad.

– ¿Sí?

– Demostraste que eras la persona fuerte que siempre supe que eras. Y yo he cumplido mi deber para con el poder, el que sea, que decretó que me arrancaran de mi vida conocida, dos veces, una cuando tenía cinco años y la otra cuando tenía dieciocho, y me arrojaran a una totalmente desconocida. Pero ya no existe ningún motivo que nos impida volver a donde estábamos cuando yo tenía dieciocho y tú diecisiete, ¿verdad?

¿Qué quería decir? ¿Volver a «qué»?

– Tengo una vida que entraña responsabilidad hacia otras personas -dijo-. Tengo mi escuela. Y tú tienes obligaciones y deberes para con otros que sólo tú puedes cumplir. Tienes a tu hijo.

– No hay ningún obstáculo que no se pueda superar. Hemos estado separados dieciocho años, Claudia, la mitad de mi vida. ¿Y vamos a continuar estándolo el resto de nuestras vidas sólo porque tú tienes una escuela y yo tengo un hijo, que, por cierto, ya es casi un adulto? ¿O te casarás conmigo por fin?

Cuando Claudia recordó aquellas palabras después, tenía la impresión de que la mandíbula se le quedó colgando.

Si lo hubiera visto venir, pensó, si hubiera creído a Eleanor, tal vez habría estado preparada. Por eso, lo que hizo fue mirarlo como una estúpida, quedándose muda.

Él atravesó la sala, se inclinó sobre ella y le cogió las dos manos.

– Recuerda cómo éramos juntos, Claudia. Recuerda cómo nos amábamos, con ese tipo de pasión absorbente a la que los muy jóvenes no le tienen miedo. Recuerda cómo hicimos el amor sobre esa colina, la única vez en mi vida, seguro, que he hecho verdaderamente el amor. Ha pasado mucho tiempo, un tiempo agobiante, pero no es demasiado tarde para nosotros. Cásate conmigo, mi amor, y te compensaré por esa carta y por los dieciocho años de vacío en tu vida.

– Mi vida no ha estado vacía, Charlie.

Aunque sí lo había sido, al menos en cierto modo.

Él la miró a los ojos.

– Dime que no me amabas. Dime que no me amas.

– Te amaba -dijo ella, cerrando los ojos-. Sabes que te amaba.

– Y me amas.

Ella se sintió tremendamente disgustada, al recordar ese amor, su consumación física, el angustioso año de separación y su cruel y brusco final. No era posible volver atrás, olvidar que cuando todavía era un niño fue capaz de destrozar a la única persona a la que decía amar más que a su vida.