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Además, era demasiado tarde para él.

No era el hombre al que amaba.

– Charlie, los dos hemos cambiado en dieciocho años -dijo-. Somos personas diferentes.

– Sí, yo tengo menos pelo y tú eres una mujer, no una niña. Pero ¿en el corazón, Claudia? ¿No somos los mismos que fuimos, los mismos que seremos siempre? No te has casado, aun cuando tenías muchísimos aspirantes a pretendientes, ya antes de que yo me marchara. Eso me dice algo. Y he reconocido ante ti que nunca fui feliz con Mona, aun cuando rara vez le fui infiel.

¿Rara vez? ¡Ooh, Charlie!

– No puedo casarme contigo -dijo, inclinándose un poco hacia él-. Si nos hubiéramos casado entonces, habríamos crecido juntos y creo que podría haberte amado toda mi vida. Pero no nos casamos.

– ¿Y el amor se muere? ¿Alguna vez me amaste de verdad, entonces?

Ella sintió una oleada de rabia. ¿La había amado él de verdad?

– Algunas formas de amor mueren. Si no se las alimenta, mueren. Me has llegado a caer bien otra vez desde que nos encontramos en Londres, como el amigo que fuiste en nuestra infancia.

Él tenía apretadas las mandíbulas, duras, como se le ponían cuando estaba enfadado o fastidiado, recordaba.

– He hablado demasiado pronto -dijo él-. He de confesar que la violencia de mis sentimientos me ha sorprendido incluso a mí. Te daré tiempo para que me des alcance. No digas un no rotundo hoy. Ya lo has dicho, pero olvidémoslo. Dame tiempo para cortejarte y hacerte olvidar lo que te escribí aquella vez.

Le apretó las manos y se las soltó.

– Buen Dios, Charlie, mírame. Soy una maestra de escuela solterona de treinta y cinco años.

Él sonrió.

– Eres Claudia Martin, esa chica osada y vital a la que amé, disfrazada de maestra de escuela solterona. «¡Qué divertido!» habrías dicho si hubieras podido mirar hacia delante.

Si hubiera podido mirar hacia delante se habría sentido horrorizada.

– No es un disfraz -le dijo.

– Permíteme que discrepe. Ahora será mejor que me vaya. Me esperan en Alvesley para el almuerzo. Pero volveré, si me lo permites.

Después que él se marchó, Claudia se miró las manos juntas en el regazo. Qué extraña podía ser la vida. Durante años y años su escuela había sido todo su mundo, ya suprimidos todos los pensamientos de amor, romance y matrimonio. Sin embargo, tomó la decisión aparentemente sencilla de acompañar a Londres a Edna y Flora para poder hablar personalmente con el señor Hatchard, y eso había cambiado todo su mundo, todo su «universo».

Con cierta inquietud pensó cómo podría recuperar la relativa satisfacción y la tranquilidad de su vida cuando volviera a Bath.

Sonó un golpe en la puerta, esta se abrió y apareció Eleanor.

– Ah, sigues aquí -dijo, mientras entraba-. Acabo de ver al duque alejándose a caballo. Louise sigue tocando la espineta, pero las demás han salido al aire libre, a excepción de Molly y Lizzie. Becky las ha llevado a la sala cuna a conocer a su hermanita Hannah, a su nueva institutriz y a sus numerosos primos, que son muy pequeños. Lizzie lo está pasando muy bien, Claudia, aun cuando esta mañana la encontraste llorando en silencio en su cama.

– Todo esto es muy desconcertante pero también muy fascinante para ella.

– Pobre niña -dijo Eleanor-. Cómo habrá sido su vida hasta ahora. ¿Te lo dijo el señor Hatchard?

– No.

– El duque de McLeith no se quedó mucho rato esta mañana.

– Me pidió que me casara con él.

– ¡No! -exclamó Eleanor-. ¿Y…?

– Le dije que no, por supuesto.

Eleanor fue a sentarse en el sillón más cercano.

– ¿Por supuesto? ¿Estás segura, Claudia? ¿Es por la escuela? Nunca te lo he dicho porque me parecía inoportuno, pero muchas veces he pensado que me gustaría bastante que fuera mía. Se lo comenté a Christine una vez y ella encontró maravillosa la idea, e incluso me dijo que me ayudaría con un préstamo o un donativo, si yo lo aceptaba y llegaba el momento. Y Wulfric, que estaba leyendo un libro, levantó la vista y dijo que sin duda sería un regalo. Así que si tu negativa ha tenido algo que ver con dudas sobre…

– Uy, Eleanor -dijo Claudia, riendo-, no ha tenido nada que ver con ese tipo de dudas, pero supongo que las habría tenido si hubiera deseado decir que sí.

– ¿Y no lo deseabas? Es un hombre muy simpático y parece desmesuradamente encariñado contigo. Y debe de tener dinero a montones, si uno quiere comportarse como una mercenaria en este asunto. Claro que es un «duque», lo que lo pone en horrenda desventaja, pobre hombre.

– Lo amé cuando era muy joven, pero ya no lo amo. Y me siento a gusto y muy feliz con mi vida tal como es. Ya pasó hace mucho la época en que podría haber pensado en casarme. Prefiero conservar mi independencia, aun cuando mi fortuna sea minúscula.

– Como yo. Yo también amé una vez, muy apasionadamente. Pero a él lo mataron en España, durante las guerras, y nunca me ha tentado la idea de buscarme a alguien para reemplazarlo en mis afectos. Prefiero estar sola. Pero si alguna vez cambias de opinión, debes saber que la preocupación por la escuela no tiene por qué interponerse en tu camino.

Se rió. Y Claudia le dijo, sonriendo:

– Lo tendré presente si alguna vez me enamoro violentamente de otro. Gracias, Eleanor.

A mediodía ya se habían alejado las nubes de la mañana, así que varias personas más decidieron cabalgar con Joseph y Elizabeth de Alvesley a Lindsey Halclass="underline" Lily, Portfrey, Portia y tres de los primos de Kit. Lily intentó persuadir a McLeith de acompañarlos también, pero él dijo que ya había estado ahí durante la mañana.

Mientras se acercaban por el camino de entrada, Joseph vio a un buen número de personas fuera de la puerta de la mansión, tal vez todos los niños y las escolares de visita. Miró atentamente, buscando a Lizzie, ya antes de poder distinguirla entre ellos.

Fue a dejar su caballo al establo, como todos los demás, y después se dirigió al grupo atravesando la extensión de césped con Portia, Lily y Elizabeth, mientras los demás se dirigían directamente a la casa.

Las escolares estaban bailando alrededor de un mayo improvisado, acompañadas por la música cantada por unas de las chicas, muchísimas risas y gran confusión. No logró ver ni señales de Lizzie, hasta que comprobó, sorprendido, que era una de las bailarinas. Sí, y era ella la que causaba la confusión y las risas.

Estaba cogida a una de las cintas con las dos manos y bailaba alrededor del mayo con pasos enérgicos y torpes, guiada por la señorita Martin, que se movía a su espalda, llevándola con las manos apoyadas en su cintura. También ella se reía, sin papalina, el pelo desordenado y las mejillas sonrosadas.

Lizzie chillaba de risa más fuerte que las demás.

– Qué simpático -comentó Elizabeth, sin un asomo de ironía.

– ¿Esa es la niña ciega de la que he oído hablar? -preguntó Portia a nadie en particular-. Les está estropeando el baile a las demás. Y está haciendo el ridículo, pobre niña.

Lily simplemente se reía, batiendo palmas al ritmo de la música.

Entonces varias niñas vieron a los recién llegados, interrumpieron el baile, miraron e hicieron sus reverencias. Lizzie se cogió de la falda de la señorita Martin.

– ¿Baile de mayo en julio? -Exclamó Lily-. Pero ¿por qué no? Qué fabulosa idea.

– Fue idea de Agnes -explicó la señorita Martin-, en lugar del juego de pelota que íbamos a jugar. Fue su manera de incluir a Lizzie Pickford, que nos acompaña en las vacaciones de verano. -Miró brevemente a Joseph a los ojos-. Lizzie ha sido capaz de cogerse de la cinta y bailar en círculo con todas las demás, sin chocar con nadie ni perderse.