Entonces Susanna y Anne le comentaron a Lauren, Gwen y Lily que era una gran lástima porque Claudia Martin estaba enamorada de Joseph, y les parecía que él de ella también. Además, fue con ella a buscar a Lizzie, ¿no? Y fue a ella a quien le pidió que entrara en la casa para que acompañara a Lizzie mientras él hablaba con su padre y con la señorita Hunt. Y después insistió en llevarla de vuelta a Lindsey Hall, aun cuando Kit se había ofrecido a hacerlo. Y no volvió inmediatamente.
Pero como eran unas damas amables, aunque hubiera un montón de cosas que podrían hacer entre los preparativos para el solemne baile de aniversario de esa noche, invitaron a la señorita Hunt a caminar con ellas, y a Wilma también. Las llevaron por el sendero agreste que discurría más allá del jardín formal y el puente pequeño. Lily le preguntó a la señorita Hunt acerca de sus planes para la boda y ella se lanzó a hablar del tema, que sin duda era muy querido de su corazón.
– Qué maravilloso -dijo Susanna suspirando cuando tomaron un desvío del sendero en abrupta pendiente que subía a lo alto de la colina, para seguir por terreno llano-, estar tan enamorada y haciendo planes para la boda.
– Ah -dijo Portia-, yo no soñaría con ser tan vulgar, lady Whitleaf, como para imaginarme enamorada. Una dama escoge a su marido con mucho más sentido común y juicio.
– Desde luego -dijo Wilma-, uno no desearía encontrarse casada con un molinero, un banquero o un maestro de escuela simplemente porque lo «amara», ¿verdad?
Susanna miró a Anne y Lauren miró a Gwen. Lily sonrió.
– Creo que lo mejor -dijo- es casarse con un hombre que tenga título, riqueza, propiedad, buena apariencia, encanto y carácter, y que una esté locamente enamorada de él también. Siempre que él sienta lo mismo, claro.
Todas se rieron, a excepción de Portia. Incluso Wilma se rió. Aunque la familia encontraba estirado y pesado al conde de Sutton, también sabían que él y Wilma se tenían afecto.
– Lo que es «mejor» -dijo Portia-, es estar al mando de las propias emociones en todo momento.
Regresaron en dirección a la casa bastante antes de lo que tenían pensado; aunque el cielo seguía azul y sin nubes y el follaje de los árboles no era tan denso que tapara la luz del sol, parecía que el aire se había vuelto frío.
El duque de McLeith estaba en el puente pequeño, con los brazos apoyados en la barandilla de madera de un lado contemplando el agua. Cuando las vio caminando hacia él se enderezó y sonrió.
– ¿Ya ha vuelto de Lindsey Hall? -preguntó Susanna, innecesariamente-. ¿Ha visto a Claudia?
– Sí -contestó él con expresión lúgubre-. Parece que es una profesora consagrada y una solterona empedernida.
Susanna y Anne se miraron.
– Creo que debería estarle agradecida, excelencia -dijo Wilma-, por haber condescendido a fijarse en ella.
– Ah, pero es que nos criamos juntos, lady Sutton -dijo él-. Siempre ha tenido una mente muy suya. Si hubiera sido hombre habría triunfado en lo que fuera que se hubiera propuesto. Y aun siendo mujer, ha tenido un éxito extraordinario. Me siento orgulloso de ella. Pero estoy un poco…
– ¿Un poco…? -lo alentó Gwen.
– Triste.
– ¿Joseph volvió con usted? -preguntó Lauren.
– No -contestó él-. Llevó a su…, fue a dar un paseo en barca con alguien. Yo decidí no esperarlo.
– ¡Es incorregible! -exclamó Wilma, contrariada-. Ayer tuvo mucha suerte de que la señorita Hunt fuera tan generosa y le perdonara haber dicho lo que era imperdonable, en mi opinión, aunque sea mi hermano. Pero hoy está tentando a su suerte. Debería haber vuelto «inmediatamente».
– Bueno -dijo Lauren en tono enérgico-, ahora tengo que volver a la casa. Hay mil y una cosas que hacer para esta noche. Gwen, tú y Lily me ibais ayudar en los arreglos florales.
– Harry va a necesitar pronto que lo alimente -dijo Susanna.
– Y yo les prometí a Sydnam y David que los acompañaría para verlos pintar -dijo Anne-. Megan estará esperando para ir conmigo.
– Wilma -dijo Lauren-, tus fiestas siempre se caracterizan por su buen gusto. ¿Nos harías el favor de acompañarnos para darnos tu opinión sobre la decoración del salón de baile y la distribución de las mesas en el salón comedor? -Pasó la atención a Portia-. Señorita Hunt, ¿tal vez usted podría hacerle compañía a su excelencia un rato? Le va a parecer que lo abandonamos demasiado pronto después de encontrarnos con él.
– Nada de eso, lady Ravensberg -la tranquilizó él-. Pero me han dicho, señorita Hunt, que las vistas desde la cima de esa colina de ahí son maravillosas, que valen la pena el esfuerzo de subir la abrupta pendiente. ¿Le apetecería acompañarme a verlas?
– Por supuesto, encantada -dijo ella.
Cuando ya estaban lo bastante lejos para no ser oídas, Wilma dijo:
– Joseph tendrá mucha suerte si el duque de McLeith no le birla a la señorita Hunt bajo sus mismas narices. ¿Y quién no lo comprendería? ¿Ya ella? Nunca pensé que me avergonzaría de mi hermano, pero, francamente…
– Yo he estado bastante enfadada con él -dijo Gwen, cogiéndose de su brazo-. Ocultarnos un secreto así a nosotras, como si todas fuéramos severos jueces y no parte de la familia. Y estoy enfadada con Neville. Lo ha sabido siempre, ¿verdad, Lily?
– Sí, pero ni siquiera a mí me lo había dicho. Hay que admirar su lealtad, Gwen. Pero me gustaría haberlo sabido antes. Lizzie es una niña encantadora, ¿verdad?
– Se parece a Joseph -dijo Lauren-. Va a ser una beldad.
– Pero es ciega -protestó Wilma.
– Tengo la impresión de que ella no va a permitir que eso sea un infortunio en su vida -dijo Anne-. Ahora que todos sabemos de su existencia será muy interesante observar su desarrollo.
Wilma guardó silencio.
Cuando llegaron a la casa se dirigieron inmediatamente a ocuparse de sus diversas tareas, dejando al duque de McLeith la de consolar a la señorita Hunt.
CAPÍTULO 22
– ¿Qué diablos he hecho para merecer este verano tan alborotado? -se preguntó Claudia.
Era una pregunta al aire, pero Eleanor intentó contestarla de todos modos:
– Decidiste ir a Londres y yo te alenté. Incluso te insté a quedarte más tiempo del que tenías pensado.
– El señor Hatchard fue evasivo acerca de las empleadoras de Edna y Flora -dijo Claudia-. Susanna persuadió a Frances de cantar en su casa y me invitó a quedarme más tiempo para asistir al concierto. Me envió al marqués de Attingsborough a ofrecerme su coche y compañía para ir a Londres porque estaba en Bath en ese momento, y dio la casualidad que él tenía una hija a la que quería colocar en la escuela. Charlie eligió esta determinada primavera para salir de Escocia por primera vez en años. Y después tú, que eres la hermana de la duquesa de Bewcastle, aceptaste su invitación a traer a las niñas de régimen gratuito aquí, con lo que yo me he andado tropezando con diversos Bedwyn a cada paso desde que salí de Bath. Y… y… la lista sigue. ¿Cómo podemos descubrir la causa primera de un efecto, Eleanor? ¿Nos remontamos a Adán y Eva? Ellos fueron los causantes de toda catástrofe imaginable.
– No, no, Claudia -dijo Eleanor, situándose detrás de ella ante el tocador-. Te vas a arrancar el pelo de raíz si sigues estirándotelo de esa manera. Dame. -Le quitó el cepillo y le aflojó el moño en la nuca de forma que le quedara más ahuecado sobre la cabeza, y luego le hizo unas cuantas modificaciones-. Así está mejor. Ahora tienes más aspecto de ir a un baile. Me gusta ese vestido de muselina verde. Es muy elegante. Me lo enseñaste en Bath, pero hasta esta noche no te lo había visto puesto.