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Regresó junto a Tully y se arrodilló a su lado. Él tenía los ojos muy abiertos. Parecía que empezaban a nublársele. Iba a entrar en estado de shock.

– Te pondrás bien, Tully. Respira, pero no muy hondo -el humo empezaba a filtrarse por las rendijas.

Ella tiró de la corbata de Tully, deshizo el nudo y se la quitó. Suavemente, le apartó las manos de la herida. Le ató la corbata alrededor del muslo, justo por encima del agujero de la bala, se lo apretó con fuerza y, al oír su grito de dolor, hizo una mueca.

La habitación empezaba a llenarse de humo. El ruido de las vigas que se derrumbaban parecía acercarse. Maggie oía gritos fuera. Tully no había conseguido abrir ninguna ventana. Maggie se puso en pie, intentando concentrarse en Tully y en salir de aquella habitación, de aquella casa. No pensaría en las llamas del otro lado de la puerta. No imaginaría el calor infernal lamiendo las tablas del suelo bajo ellos.

Agarró uno de los monitores y arrancó los cables hasta desenchufarlo.

– Tully, tápate la cara -él se quedó mirándola-. Maldita sea. Tully, tápate la cara y la cabeza. ¡Ahora!

Él se alzó el impermeable y giró la cara hacia la pared. Maggie sintió que los brazos le flaqueaban bajo el peso del monitor. Le ardían los ojos, y sus pulmones gritaban. Arrojó el monitor por la ventana, y luego, rápidamente, apartó con el pie los fragmentos de cristal. Asió a Tully por debajo de los brazos.

– Vamos, Tully. Vas a tener que ayudarme.

De algún modo logró sacarlo por la ventana y salir al tejado del porche. El agente Alvando y otros dos hombres estaban abajo. No había mucha altura, pero, teniendo una bala en el muslo, Maggie no podía esperar que el agente Tully saltara. Lo agarró por los brazos mientras él se descolgaba por la cornisa y esperaba a que los hombres de abajo lo agarraran. Todo el tiempo, mantuvo los ojos fijos en ella. Pero ya no parecía conmocionado. En sus ojos no había miedo. No, lo que Maggie veía en su mirada la sorprendió aún más. Lo único que veía era confianza.

Capítulo 72

La pierna le dolía muchísimo. Las llamas se habían extinguido en su mayor parte. Tully permanecía sentado a una distancia prudencial, pero el calor le hacía bien. Alguien le había echado una manta sobre los hombros, aunque no lo recordaba. Tampoco recordaba que estuviera lloviendo hasta que descubrió que tenía la ropa mojada y el pelo pegado a la frente. De algún modo, el agente Alvando había conseguido que la ambulancia pasara la puerta electrónica y llegara hasta la casa.

– Tu carroza está aquí -la agente O'Dell apareció tras él.

– Que se lleven primero a McGowan. Yo puedo esperar.

Ella lo observó como si debiera juzgar si esperaba o no.

– ¿Estás seguro? Quizá os puedan llevar a los dos.

Él miró más allá de O'Dell para examinar a Tess McGowan. Estaba sentada en uno de los furgones de las fuerzas especiales. Por lo que podía ver de ella, parecía encontrarse en un estado lamentable. Tenía el pelo enredado y salvaje, como Medusa. Su cuerpo, envuelto en una manta, estaba cubierto de cortes y arañazos sanguinolentos. Apenas podía sostenerse en pie. Los hombres de Alvando la habían encontrado encerrada en un cobertizo de madera, no muy lejos de la casa. Estaba atada a un catre, desnuda y magullada. Les había dicho a los agentes que su agresor se había ido sólo unos segundos antes de que la encontraran.

– Ya no sangro -dijo Tully-. Ella habrá pasado por Dios sabe qué. Sacadla de aquí y metedla en una buena cama, en alguna parte.

O'Dell se dio la vuelta y le hizo señas a uno de los hombres. Él parecía saber exactamente qué quería y se dirigió directamente al furgón para acompañar aTess a la ambulancia.

– Además -dijo Tully-, quiero estar aquí cuando lo saquen.

Los hombres habían encontrado una boca de riego en la parte de atrás, seguramente un vestigio de cuando la finca pertenecía al gobierno. Estaban rociando la casa entera con gruesos chorros de agua, mucho más eficaces que la ligera llovizna. Los bomberos de un pueblo cercano se habían abierto paso por el monte hacía más de una hora, pero su camión se había atascado en el barro a un kilómetro y medio de la casa. En ese momento estaban penetrando con determinación en el cascarón quemado de la casa. Habían descubierto dos cuerpos calcinados en el bunker del sótano.

Tully se limpió la ceniza de la cara y de los ojos. O'Dell se sentó en el suelo, a su lado. Alzó las rodillas hasta el pecho, se abrazó las piernas y apoyó la barbilla sobre ellas.

– No sabemos con seguridad si son ellos -dijo sin mirarlo.

– No, pero ¿quién puede ser, si no?

– Stucky no parece de los que se suicidan.

– Tal vez creyera que el bunker era a prueba de fuego.

Ella lo miró sin cambiar de postura.

– No lo había pensado -parecía casi convencida. Casi.

Los bomberos salieron de la casa derruida, llevando un cuerpo en una camilla. Una lona negra lo cubría. Otros dos bomberos salieron con otra camilla. O'Dell se sentó muy erguida. Tully oyó que boqueaba, y pensó que estaba conteniendo el aliento. La segunda camilla se acercaba al furgón del FBI cuando, de pronto, el brazo del hombre muerto se deslizó por debajo de la lona y quedó colgando, enfundado en lo que parecía una chaqueta de cuero negro. Tully notó que O'Dell se crispaba. Luego, finalmente, la oyó exhalar un profundo suspiro de alivio.

Capítulo 73

De no haber sido tan tarde, Maggie habría invitado a cenar fuera a Gwen. Pero había pasado mucho tiempo en el hospital, asegurándose de que Tess estaba cómoda y de que la herida del agente Tully no revestía gravedad.

Aunque debería estar completamente agotada, por primera vez en mucho tiempo se sentía animada. Así que buscó un restaurante chino y encontró uno todavía abierto en la parte norte de Newburgh Heights. Por fin podía pararse en un restaurante sin temer que la camarera apareciera en un contenedor de basura al día siguiente. Compró pollo kung pao, cerdo agridulce y un montón de arroz frito. Pidió una ración doble de galletitas de la suerte y se preguntó si a Harvey le gustarían los rollitos de primavera.

Al llegar a casa, se los encontró a ambos acurrucados en la tumbona, viendo un programa en la televisión portátil. Las cajas le recordaron de nuevo la que Stucky le había robado, ahora desaparecida para siempre, consumida literalmente por las llamas. El álbum de fotos contenía las únicas instantáneas que poseía de su padre. No quería pensar en ello en ese momento. No, cuando estaba disfrutando lo que le parecía una especie de liberación.

Gwen vio las bolsas del restaurante chino y sonrió.

– ¡Gracias a Dios! Estoy muerta de hambre.

Maggie la había llamado desde la carretera para contarle casi todos los detalles. Gwen parecía aliviada, no sólo por Maggie, sino también por sí misma. Por lo menos, no tendría que preocuparse más por Walker Harding.

– ¿Por qué no pasas aquí la noche? -le sugirió Maggie mientras alzaba el tenedor lleno de pollo.

– Mañana a primera hora tengo una cita. Prefiero conducir ahora. Por la mañana, no sirvo para nada -estaba observando a Maggie mientras se servía más arroz-. ¿Tú cómo estás? Dime la verdad.

– ¿La verdad? Bien -Gwen frunció el ceño como si su respuesta fuera demasiado fácil-. Casi consigo que nos maten a Tully y a mí -dijo, poniéndose seria-. Me entró el pánico con el fuego. No podía moverme. No podía respirar. Pero ¿sabes qué? -sonrió-. Sobreviví. Y logré que saliéramos de allí.