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Entonces, me pregunté a mí mismo, ¿qué me quedaba?

¿Y tú qué crees? Ganar dinero.

¿Ganar dinero, cómo?

Haciendo llamadas telefónicas.

¿Cómo?

El mercado de valores, idiota.

X

Parecía lo más obvio. Había leído cada día la sección de economía en la prensa, mantenido aquellas conversaciones con mi padre, e incluso contado elaboradas historias a desconocidas sobre mis avatares como analista de inversiones, de modo que el paso siguiente era, sin lugar a dudas, involucrarme de verdad, de una manera práctica, trabajando con mi PC desde casa con opciones, futuros, derivados o lo que fuese. Sería mejor que cualquier empleo que pudiera encontrar, y los mercados poseían el atractivo añadido de ser el nuevo rock and roll. La única pega era que no acababa de entender qué opciones, futuros y derivados existían en realidad, al menos no lo suficiente para empezar a trabajar con ellos. Podía desenvolverme en una conversación con fanfarronadas, desde luego, pero eso no me serviría de mucho llegado el momento de poner dinero real sobre la mesa.

Lo que necesitaba eran un par de horas con alguien que pudiera explicarme al detalle cómo funcionaban los mercados y que me enseñara los mecanismos de la especulación. Pensé en Kevin Doyle, el tipo con el que había desayunado hacía dos domingos, que trabajaba en Van Loon & Associates, pero, según recordaba, era bastante apasionado, el típico ejecutivo de Wall Street que probablemente se mofaría de mí cuando le dijera que pensaba trabajar desde el PC. Así pues, telefoneé a algunos periodistas especializados en negocios a los que conocía y les conté que estaba preparando una sección para un nuevo libro de K & D sobre el fenómeno de las operaciones especulativas. Recibí una llamada de uno de ellos, y dijo que podía organizarme una entrevista con un amigo suyo que había trabajado por Internet el año anterior y estaría más que dispuesto a hablar de ello. El pacto era que yo acudiría al piso de esa persona, hablaría, tomaría notas y lo vería en acción.

Aquel hombre se llamaba Bob Holland y vivía en la Calle 33 Este con la Segunda Avenida. Me recibió en calzoncillos, me condujo por un pasillo hasta su salón y me preguntó si quería una taza de espresso. La estancia estaba dominada por una larga mesa de caoba con tres ordenadores encima y una máquina de café Gaggia. Había una bicicleta estática entre la mesa y la pared. Bob Holland rondaba los cuarenta y cinco años, era esbelto y enjuto y tenía el cabello gris. Estaba de pie frente a uno de los equipos, mirando la pantalla.

– Esta es la guarida de la bestia, Eddie, así que tendrás que… -dijo, tirando distraídamente de sus calzoncillos con una mano mientras tecleaba algo con la otra-… tendrás que disculpar el código de vestimenta.

Todavía ausente, señaló la Gaggia y medio susurró la palabra espresso.

Me entretuve con la máquina de café y miré en torno como si esperara que Holland volviese a hablar. Aparte de la mesa y del espacio inmediato que la rodeaba, la sala proyectaba una sensación de dejadez. Estaba oscura, olía a humedad y parecía que no hubieran pasado la aspiradora en una buena temporada. Los muebles y la decoración también me parecieron demasiado abigarrados para aquel guerrero espartano del Nasdaq.

Supuse que probablemente se había divorciado en los últimos tres o seis meses.

De repente, tras un prolongado ataque de intensa concentración y tecleo intermitente -durante el cual tomé el café-, Holland empezó a hablar.

– Mucha gente cree que cuando compras una acción estás comprando un porcentaje proporcional de una empresa. -Hablaba lentamente, como si estuviese pronunciando una conferencia, pero no apartaba la mirada de la pantalla-. Por lo tanto, para averiguar cuánto vale cualquier porcentaje proporcional, tienes que determinar cuánto vale la empresa. Esto se conoce como análisis «fundamental», y en él estudias la salud económica básica, potencial de crecimiento, proyección de beneficios, cash flow y ese tipo de cosas. -Hizo una pausa, tecleó varias veces más y continuó-. Otros sólo estudian los números, sin apenas prestar atención al negocio subyacente o a su valoración actual. Son los analistas cuantitativos. Exprimenúmeros. Consideran que criterios como la experiencia en gestión y el potencial de mercado son demasiado subjetivos. Compran y venden basándose en criterios puramente cuantitativos, y utilizan sofisticados algoritmos para descubrir discrepancias mínimas en los precios de mercado. -Me miró fugazmente-. ¿Entiendes?

Asentí.

– Después tienes el análisis técnico. Ahí estudias pautas de precio y volumen e intentas comprender la psicología que rodea a una acción.

Continuó mirando la pantalla mientras hablaba, y no dejaba de asentir.

– Pero el corretaje no es una ciencia exacta, Eddie. El mercado de valores no se puede determinar con un único sistema, motivo por el cual oyes hablar de términos confusos como «exuberancia irracional», y la gente intenta explicar el comportamiento del mercado en términos de psiquiatría, biología e incluso química cerebral. No bromeo. Hace poco se ha afirmado que la cautela del inversor se ha visto inhibida por el elevado porcentaje de corredores de bolsa y comerciantes que toman Prozac. Así que -añadió encogiéndose de hombros-, puesto que nadie sabe nada, no es sorprendente que la mayoría de los inversores utilicen una combinación de las tres tácticas básicas que te he resumido.

Durante la hora siguiente, todavía sentado a la mesa y con aspecto de acabar de llegar de un vigoroso partido de tenis, Bob Holland amplió estas ideas y entró en detalles sobre opciones, futuros, derivados, garantías, fondos de protección, mercados internacionales y demás. Tomé algunas notas, pero cuando escuché las explicaciones me di cuenta de que, en general, entendía aquellos términos y de que solo con pensar en todo aquello se estaba abriendo una gran reserva de conocimientos en mi cerebro, unos conocimientos que probablemente había acumulado de manera inconsciente a lo largo de los años.

Cuando hubo expuesto la panorámica general -cómo trabajaban los bancos de inversiones y los gestores de fondos-, Holland empezó con los corredores independientes.

– Luego está la gente como yo -dijo-, los nuevos parias de Wall Street. Hace diez años existían las LBO, los Gordon Gekko. Ahora son los freaks con gorra de béisbol los que se sientan delante del ordenador, en sus casas, y realizan treinta o cuarenta operaciones diarias, que compran octavas partes, dieciseisavos e incluso treintavos de acción y luego cierran sus posiciones antes de concluir la operación. -Holland apartó la mirada de la pantalla y la clavó en mí, quizá por segunda o tercera vez desde mi llegada-. Nos acusan de distorsionar los mercados y de provocar volatilidad en el precio de las acciones, pero es falso. Eso mismo decían en los años ochenta de los que se dedicaban a las adquisiciones. Somos simplemente la nueva ola, Eddie. El corretaje independiente es el resultado de la tecnología y el cambio de regulación. Es así de simple. Es el flujo, la naturaleza de las cosas.