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El vestíbulo de Van Loon & Associates estaba tranquilo. Había unos jóvenes charlando y soltando alguna que otra carcajada. La recepcionista parecía absorta en su pantalla de ordenador. Cuando llegué a su mesa, me aclaré la garganta para llamar su atención.

– Buenos días, señor. ¿En qué puedo ayudarle?

Pareció reconocerme, pero detecté cierta confusión en ella.

– Quiero ver al señor Van Loon, por favor.

– Me temo que el señor Van Loon está fuera del país. Volverá mañana. Si lo desea…

– Está bien -dije-. Me gustaría dejarle este paquete. Es muy importante que lo reciba en cuanto regrese.

– Por supuesto, señor -respondió, sonriente.

Asentí y también le dediqué una sonrisa. A punto estuve de dar un taconazo, pero me di la vuelta y me dirigí hacia los ascensores.

Cuando llegué a casa me pasé el día realizando transacciones, que sumaron 10.000 dólares más a mis ganancias.

Hasta el momento, la combinación de MDT y Dexeron me había funcionado muy bien, y mantenía los dedos cruzados. La había tomado casi una semana y no había sufrido el más leve desvanecimiento. Pero para la visita de Gennadi decidí desordenar un poco el piso. Quería restar importancia a la intensidad del MDT y convencerlo de que tomar más de una píldora cada dos días era peligroso. De esa manera lo contendría un poco y me daría cierto margen. Sin embargo, no tenía ni idea de qué hacer con él.

Cuando llegó el viernes por la mañana, vi que había empeorado un poco. Sin decir nada, extendió la mano, pidiéndome el material con gestos.

Saqué del bolsillo un pequeño envase de plástico que contenía diez pastillas de MDT y se lo di. Lo abrió de inmediato, y antes de que pudiera pronunciar mi discurso sobre la dosis, ya se había tomado una píldora.

Gennadi cerró los ojos y estuvo quieto unos instantes. Entonces los abrió y miró en derredor. Intenté dar un aire descuidado a la casa, pero no fue fácil, y no había comparación entre el aspecto que tenía ahora y el de la semana anterior.

– ¿Tú también has consumido? -dijo, señalando con la cabeza aquel orden generalizado.

– Sí.

– ¿Has conseguido más de diez? Me dijiste que sólo diez. Mierda.

– He pillado doce -respondí-. He conseguido doce.

Dos más para mí. Pero me han costado mil dólares. No puedo permitirme más.

– De acuerdo. La semana que viene me traes doce.

Iba a negarme. Iba a mandarlo a la mierda. Iba a abalanzarme sobre él y comprobar si los efectos físicos de una triple dosis de MDT eran suficientes para doblegarlo y estrangularlo. Pero no hice nada, porque podía salir mal y ser yo quien acabara estrangulado o, en el mejor de los casos, llamar la atención de la policía, ser fichado y figurar en el sistema. Necesitaba una salida mucho más segura y eficiente a aquella situación. Y tenía que ser permanente.

Gennadi extendió de nuevo la mano y dijo:

– ¿Y los diecisiete mil quinientos? Tenía el dinero preparado y se lo entregué sin mediar palabra.

Se lo guardó en el bolsillo de la chaqueta.

Cuando estaba a punto de salir por la puerta, agregó:

– La semana que viene, doce. No lo olvides.

Carl Van Loon me llamó a las siete de la tarde. No esperaba una respuesta tan rápida, pero me alegré, porque ahora podría actuar. Me estaba impacientando, espoleado por la creciente necesidad de participar en algo que consumiera todo mi tiempo y energía.

– Eddie.

– Carl.

– ¿Cuántas veces tendremos que hacer esto, Eddie?

Interpreté que un comentario relativamente comedido como aquél era buena señal, y me embarqué en una diatriba de defensa para acabar rogándole que me permitiera participar de nuevo en el acuerdo entre MCL y Abraxas. Le dije que era un hervidero de ideas nuevas y que si daba un vistazo a las proyecciones que había revisado, se daría cuenta de la seriedad con la que me tomaba el asunto.

– Ya las he estudiado, Eddie. Son fantásticas. Hank está aquí y se las he enseñado. Quiere verte. -Hizo una pausa-. Quiere llevarlo adelante.

Hizo una nueva pausa, más larga en esta ocasión.

– ¿Carl?

– Pero, Eddie, te seré franco. Me cabreaste. No sabía con quién o qué estaba hablando. Tengas lo que tengas, bipolaridad o lo que sea, no lo sé, ese grado de inestabilidad no es viable cuando juegas a estos niveles. Cuando se anuncie la fusión, habrá muchas presiones, cobertura mediática por todas partes, cosas que ni te puedes imaginar si no has pasado por algo similar.

– Déjeme hablar con usted cara a cara, Carl. Si no está satisfecho después de eso, me retiraré. No volverá a saber de mí. Firmaré contratos de confidencialidad o lo que haga falta. Serán cinco minutos.

Van Loon permaneció medio minuto callado. En aquel silencio podía oír su respiración. A la postre dijo:

– Estoy en casa. Más tarde tengo un compromiso, así que, si vas a venir, hazlo ahora.

Tenía a Van Loon de mi parte a los diez minutos. Nos sentamos en la biblioteca, tomando whisky escocés, y le conté una elaborada historia sobre la enfermedad completamente imaginaria que padecía. Era fácil de tratar con una medicación suave, pero había sufrido una reacción adversa a un componente que derivó en mi conducta errática. Me habían ajustado la medicación, había finalizado el tratamiento y me encontraba bien. Era un argumento bastante endeble, pero dudo que Van Loon estuviese escuchándome. Más bien parecía hipnotizado por mi timbre de voz, por mi presencia física, e incluso tuve la sensación de que lo que más deseaba era tocarme y, en cierto modo, sentirse electrizado. Era una versión aumentada de cómo reaccionaba la gente ante mi presencia: Paul Baxter, Artie Meltzer, Kevin Doyle y el propio Van Loon. No estaba mal, pero debía proceder con cautela. No quería interferir ni desequilibrar las cosas. Resolví que la mejor manera de actuar era mantenerme ocupado, y también mantener ocupada a la gente sobre la que podía influir. Con esto en mente, desvié rápidamente la conversación hacia el acuerdo entre MCL y Abraxas.

Era muy delicado, dijo Van Loon, y el tiempo era oro. Pese a las complicaciones, Hank Atwood estaba ansioso por seguir adelante. Después de concebir una estructura de precios, el siguiente paso era proponer la directiva y la configuración de la nueva empresa. Luego llegarían las reuniones y negociaciones, las sesiones de testosterona, la gente de MCL-Parnassus con la gente de Abraxas, y «nosotros en medio».

¿Nosotros?

Bebí un trago de whisky.

– ¿Nosotros?

– Yo y, si esto sale bien, tú. Jim Heche, uno de mis vicepresidentes está al corriente de todo, al igual que mi mujer, y nadie más. Lo mismo con los directores. Hank acaba de contratar a un par de asesores, está siendo muy cuidadoso. Por eso queremos finiquitar este asunto en un par de semanas, un mes a lo sumo.

Van Loon se acabó su copa y me miró.

– No es fácil llevar algo así en secreto, Eddie.

Charlamos una hora más, y entonces Van Loon anunció que debía marcharse. Nos citamos a la mañana siguiente en su oficina. Comeríamos con Hank Atwood y lo pondríamos todo en marcha.