– Te has puesto seria -dijo Dylan-. ¿En qué estabas pensando?
– En nada interesante.
Su expresión no reflejó nada más que educado interés, pero Molly dudaba que hubiera aplacado su curiosidad. Su siguiente pregunta confirmó sus sospechas.
– ¿Quieres contarme por qué estás aquí? -preguntó.
Molly no fingió haberle entendido mal. No tenía sentido. Dylan quería saber por qué, después de todos aquellos años, lo había buscado y le había invitado a hacer un viaje con ella. Había aparecido sin previo aviso, así que seguramente le debía una explicación.
– ¿Me creerías si te dijera que he pasado una semana realmente desastrosa?
– Si es la verdad…
– Por sorprendente que te parezca, lo es. Es evidente que algo me ha impulsado a querer escapar del mundo -cambió de postura, doblando las rodillas para acercarlas a su pecho. Se había quitado los zapatos y los calcetines y sentía la arena fresca bajo sus pies-. He pasado la peor semana de mi vida -le dijo-. Todo empezó el lunes pasado, y lo que más me molesta es que no sabía lo que se me venía encima. Supongo que siempre es así. La gente sigue haciendo lo mismo día tras día hasta que, de repente, cambia. Sin previo aviso.
– Tendemos a sobrevalorar nuestra capacidad para controlar el destino -dijo Dylan.
– Exactamente -Molly se colocó un mechón de pelo suelto detrás de la oreja-. Pero lo que realmente me irrita es que he vivido una vida tan intrascendente… Antes no me daba cuenta, pero ahora sí. Tengo una licenciatura en empresariales y trabajaba como contable en una compañía de comunicaciones. Hace poco nos compró una de las empresas más grandes del mercado y el lunes pasado me dijeron que habían prescindido de mis servicios.
Tomó otro sorbo de whisky. El fiero líquido ardió hasta legar a su estómago, desde donde le calentó todo el cuerpo.
– La cuestión es -continuó-, que me habían entrevistado. Se suponía que tenía trabajo. Luego mi nuevo jefe me llamó a su despacho y me dio la noticia -Molly recordó la conversación-. El canalla de él ni siquiera me miró a los ojos. Dijo que habían cambiado de idea y que me dejaban marchar. Al menos la compensación fue razonable. Tengo el sueldo de seis meses en mi cuenta de ahorros. Lo que de verdad me frustra es que rechacé otras dos ofertas de trabajo al pensar que la nueva compañía quería quedarse conmigo. Ahora, esos dos puestos ya están ocupados.
– Parece una situación difícil. ¿Crees que tendrás problemas para encontrar otro trabajo?
– Ninguno en particular. Quiero decir que no hay garantías. No es más que… -se encogió de hombros-. Eso no es todo lo que pasó la semana pasada.
Dylan estiró sus largas piernas delante de él y las cruzó a la altura de los tobillos.
– Sigue.
Molly se sentía como un personaje de una película de tercera, con demasiados problemas y sin ningún sitio a dónde ir.
– El martes mi prometido… -Molly movió la cabeza-, mejor dicho, mi ex prometido, me llamó desde México. Al parecer, él y su ayudante se habían quedado a trabajar hasta tarde y una cosa había llevado a la otra… Huyeron juntos a México. Grant confiaba en que lo entendería -Molly sintió que se ponía tensa y hasta le costaba respirar. Tuvo que hacer un esfuerzo para relajar conscientemente los músculos-. Dijo que quería decírmelo lo antes posible porque valoraba la sinceridad en todas sus relaciones. Ah, y me llamó a cobro revertido.
– Ese tipo es basura.
– Eso pensé yo -Molly vació la copa de whisky. Lo cierto era que se sentía bastante orgullosa de sí misma.
Había conseguido decirlo todo sin derramar ni una sola lágrima. Claro que no iba a decirle a Dylan lo que le había pasado el miércoles de aquella infame semana. No podía hablar de ello con un hombre como él, no había posibilidades de que lo entendiera. Era demasiado perfecto.
– Hay algo más, ¿verdad?
Hizo la pregunta en voz baja y preocupada. Su perspicacia la sobresaltó y la asustó. Seguramente, podría haberlo superado si Dylan no pareciese sinceramente preocupado. Molly empezó a sentir que le ardían los ojos y parpadeó frenéticamente.
– ¿Acaso no es bastante? -dijo, tratando de bromear-. ¿O te gustaría algo más sangriento?
– Sólo tuve la impresión de que había algo más. Pero tienes razón, es más que suficiente.
– Exactamente -mintió-. Así que decidí desaparecer unos días. Quería aclarar las ideas, pensar las cosas bien. Tal vez incluso elaborar un plan. Nunca he corrido riesgos en la vida, siempre he decidido lo más sensato. Al final no importa lo que hagas, o lo cuidadosa que seas, al final la vida puede sorprenderte cuando menos te lo esperas. Por eso estoy ocultándome durante un tiempo, para poder lamer mis heridas. No soy valiente, como tú.
Dylan se puso en pie, tomó la botella de whisky y se sentó junto a Molly.
– Soy muchas cosas, Molly, pero valiente no es una de ellas.
De repente, Dylan estaba muy cerca y podía inspirar su fragancia. Tuvo que concentrarse para poder decir una frase completa.
– Claro que lo eres. Mira todo lo que has hecho con tu vida, no has tenido miedo. Supiste lo que querías y has ido tras ello. Te admiro mucho.
– No te molestes. Es fácil ser valiente cuando no tienes nada que perder.
Dylan no la tocó, lo cual era bueno y malo. Por un lado, quería que la estrechara entre sus brazos y jurara que siempre la amaría. La idea casi le hizo soltar una risita. Como si eso fuera a ocurrir.
Recuperó el sentido del humor y decidió que enamorarse de Dylan iba a sentarle bien. Permanecieron sentados en silencio durante un rato. Después de que Dylan le sirviera un poco más de whisky, Molly continuó saboreando el líquido oscuro. No sentía la necesidad de hablar o de explicarse, y aquella libertad era un cambio agradable. Con Grant, los silencios siempre la habían puesto nerviosa.
La noche continuó cerrándose en torno a ellos. Tal vez el resto del mundo había desaparecido y eran los únicos que quedaban. La idea le dio valor para hacerle la pregunta que había querido formularle nada más verlo.
– Tengo una pregunta.
– Tal vez tenga una respuesta. Dispara.
– Se trata de Janet. ¿Lamentas que lo vuestro no saliera bien?
Dylan estiró los brazos por encima de la cabeza, y luego se recostó en el tronco del árbol.
– Si me lo hubieras preguntado el día de su boda, te habría dicho que sí. Realmente pensé que la amaba. Casi me muero al verla con el traje de novia.
Molly se dijo que no era más de lo que esperaba, pero le dolía oír su confesión.
– Entiendo.
– La cuestión es que, después de seis semanas, estaba de rodillas dando gracias a Dios por haberme ido de la ciudad. Supongo que debí sentirme agradecido porque Janet hubiera tenido la sensatez de cortar conmigo. Éramos unos críos. Por aquel entonces era divertido, pero no estábamos hechos el uno para el otro. Ahora lo sé.
– ¿No la echas de menos?
– En realidad, no. Me fui decidido a demostrarle que podía ser alguien, pero enseguida decidí demostrármelo a mí mismo. Janet fue el desencadenante de que me fuera, y me alegro, pero no cambiaría el pasado. Con la experiencia de un adulto, creo que Janet y yo no nos queríamos de verdad. Fue una cosa de adolescentes.
Aquello le hizo sentirse mejor. Después de todo, Janet estaba felizmente casada. Además, realmente le molestaría a ella, a Molly, que Dylan siguiera enamorado de su hermana.
– Cuando te fuiste, probaste suerte en las carreras, ¿verdad? -le preguntó.
– No era más que un insensato sobre dos ruedas. Tenía más corazón y valor que talento. Después de un tiempo me di cuenta de que estaría mejor diseñando que corriendo.
– ¿Ganaste con la moto o sólo con las mujeres? -le preguntó, bromeando.