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– Se me dio un poco mejor con las damas -sonrió-. El banderín de llegada siempre me rehuía. A decir verdad, las mujeres dolían más que los golpes.

– ¿Te caíste? -repuso Molly con gravedad.

– Un par de veces -se encogió de hombros-. Son gajes del oficio -dijo, y se inclinó hacia ella-. Te propongo una cosa, Molly. Yo te enseñaré mis cicatrices si tú me enseñas las tuyas.

Molly supo que Dylan no podía comprender lo que aquellas palabras significaban para ella, pero aun así se sintió como si la hubieran abofeteado. Un sollozo emergió de su garganta, se cubrió la boca y se puso en pie. Tenía que salir de allí, enseguida. ¿Cómo lo había adivinado? Pero no se molestó en preguntárselo. Salió corriendo y se refugió en la oscuridad.

Capítulo 5

Dylan se quedó mirando a Molly hasta que desapareció en la oscuridad. ¿Qué había pasado? ¿Qué había dicho? Pero lo que en realidad importaba era que era de noche en la playa y Molly estaba sola. No había querido decir nada que la molestara y el nudo que sentía en el estómago le decía que más le valía no volver a hacerlo.

Se puso en pie y fue tras ella. La luna irradiaba luz suficiente para distinguir su silueta. Se había detenido junto a la orilla y estaba en cuclillas. ¿Para desaparecer, se preguntó, o para contener el dolor?

El sonido de sus sollozos fue mitigado por el ruido de las olas, pero aun así podía oír su llanto desgarrador. El estómago se le encogió un poco más. Se maldijo. Era evidente que había malentendido su broma sobre compartir cicatrices. Seguramente, pensaba que se estaba riendo de que su novio le hubiera dado calabazas. El hombre era un canalla, pensó lúgubremente. Cualquier hombre capaz de una bajeza así era de la peor calaña. Molly estaba mucho mejor sin él, aunque dudaba que lo creyese todavía. Con el tiempo, vería que había tenido suerte de escapar, pero en aquellos momentos sufría y era por su culpa.

– Molly, lo siento -dijo, acercándose por detrás y tocándole el hombro.

Ella se estremeció.

– Estoy bien. Vete.

– No estás bien y no voy a irme. No quería decir nada con lo que dije. Estaba bromeando, pero ahora veo que lo tomaste a mal. No pretendía comportarme como un idiota.

Molly movió la cabeza, pero no entendió qué quería decir. ¿Estaba rechazando su disculpa o diciéndole que no importaba? Sin saber qué más podía hacer, la puso en pie y la atrajo hacia él. Molly se quedó inmóvil, no se relajó pero tampoco se resistió. Dylan la rodeó con sus brazos y otro sollozo la convulsionó.

– Calla -murmuró-. No pasa nada.

– Claro que sí. De eso se trata. No creo que pueda superarlo.

¿A qué se refería? ¿A su trabajo? ¿A Grant?

– Lo superaremos juntos esta noche -le dijo-. No te preocupes por mañana, ¿de acuerdo? Sólo ocúpate de esta noche.

Le puso una mano en la nuca y la instó a apoyar la cabeza sobre su hombro. Era tan pequeña. Estaba acostumbrado a mujeres altas, pero le gustaba que Molly fuera distinta.

También era suave. Al frotarle la espalda, sintió carne dócil, no costillas. Los dos tenían las chaquetas abiertas y sus senos le presionaban el pecho. Estaban como los había imaginado cuando había pensado en ella durante el trayecto en moto. Cálida y suave, curvas llenas que parecían fundirse con su cuerpo.

La necesidad lo invadió, un deseo que sólo podía soportar mientras el calor y la sangre descendían a su entrepierna. Pero no la ciñó con más fuerza, no quería que supiera que sus pensamientos se habían vuelto apasionados, sobre todo, porque todavía podía sentir las oleadas de dolor que la recorrían. Necesitaba mucho más de lo que él podía ofrecerle.

– Lo siento -volvió a decir, porque no se le ocurrían otras palabras.

– No lo sientas -le dijo, y sorbió las lágrimas-. No has hecho nada malo.

– Pero yo…

Molly levantó la cabeza y se quedó mirándolo. A la pálida luz de la luna, su rostro era bonito, comprendió con cierta sorpresa. La luz se reflejaba en los regueros de lágrimas.

– No pasa nada, Dylan -le dijo-. Tú sólo estabas bromeando y yo reaccioné incontroladamente -se secó el rostro con el dorso de la mano-. Te propongo una cosa. Tú dejas de sentirte mal y de disculparte y yo dejo de llorar, ¿qué te parece?

Tenía los ojos grandes, de un color avellana que en la noche eran oscuros y misteriosos. Dylan tenía la extraña sensación de que podía perderse en esos ojos. Quería, no, necesitaba, estar junto a ella. En ella, no en el sentido de hacer el amor, aunque eso también le gustaría, sino dentro de la persona, una parte de lo que ella era.

El anhelo fue tan fuerte como inesperado. No lo comprendía y debería haberlo asustado, pero no lo hizo. Cuando no halló la manera de introducirse en su interior y ser parte de ella, hizo lo mejor que se le ocurrió. La besó.

Molly estaba advertida. Al menos lo habría estado si realmente hubiese creído que Dylan iba a hacer lo que parecía que quería hacer. Tan pronto la había abrazado y consolado como a una niña pequeña como había tomado su rostro entre las manos y estaba bajando la cabeza. En aquella fracción de segundo podría haber dado un paso atrás o haber protestado, pero no creía de verdad que fuera a besarla. Después de todo, aquél era Dylan y ella sólo era… Bueno, Molly.

Sus labios se posaron en los suyos. Molly medio esperaba que el mundo se detuviese, y al ver que eso no ocurría, esperó a que Dylan se diera cuenta de quién era ella y de lo que estaba haciendo y retrocediera con disgusto. Pero no lo hizo, sino que siguió apretando sus labios contra los suyos. Aquel contacto firme y cálido le hizo estremecerse de pies a cabeza y hundió los dedos en la arena.

Tragó saliva, sin saber qué hacer. Un grito se formó en su interior, pero lo suprimió. Aquél no era el momento de gritar. Se sentía un poco extraña allí de pie con las manos atrapadas entre sus cuerpos. ¿Realmente había querido besarla?

Eso parecía, porque seguía sosteniendo su rostro entre las manos con suavidad, como si fuera alguien importante para él. Comprendió que tenía los ojos cerrados y, al abrirlos, se quedó atónita al ver que él también los tenía cerrados. Por extraño que pareciera, aquello hacía que el beso fuera todavía más íntimo, aunque no sabía exactamente por qué.

Sus labios se movieron. Por un instante, tuvo miedo de que los retirara, pero no lo hizo, sino que siguió besándola hasta presionar suavemente su labio inferior con la punta de su lengua.

A Molly le dio un vuelco el corazón y las llamas prendieron por todo su cuerpo al verse invadida por la pasión. Sintió que se ponía a temblar y tuvo que agarrarse a su cintura para no caer. Era magia… no, mejor que magia, porque era real. Allí, en la playa, Dylan la estaba besando.

Dylan enterró una de sus manos en su pelo, y la acción hizo que ladeara un poco la cabeza. Se movió para seguir besándola, y luego abrió la boca sobre la suya. Molly respondió sin pensar, separando los labios y luego diciéndose que era una tonta. Dylan no querría besarla de esa manera, ¿no?

Al parecer, sí. Molly sintió la primera caricia de su lengua detrás del labio inferior. Contuvo el aliento. Luego, él profundizó la incursión. Sabía a whisky y a pecado, combinados con una dulzura que tenía que ser su esencia. Se apoyó en él, dejando que la sostuviera mientras trabajaba exquisitamente con su boca.

Todo su cuerpo reaccionó al beso. Sintió los senos llenos, anhelantes de caricias. Entre los muslos, el centro de su ser se humedeció para prepararse para todo lo que podía ofrecerle. Su piel se sensibilizó hasta notar el roce más leve de tela o del aire. En su bajo vientre, el deseo se hizo necesidad.

Aquél no era el breve abrazo que le había dado hacía diez años, no era un beso entre amigos, sino entre un hombre y una mujer, un beso de pasión y promesa. La única pregunta era por qué.

Dylan se separó lo suficiente para susurrar su nombre y luego deslizó una hilera de besos por su mandíbula. Desde allí trazó una línea húmeda hasta su oreja. Molly se estremeció mientras él la mordisqueaba y la lamía. Se apretó más a él, deseando más, deseando que no parara nunca. ¿Qué importancia tenían los porqués? De momento, era bastante que estuviera viva y que pudiera sentir.