– Estoy haciendo tortitas, espero que te gusten.
– Me encantan, y estoy muerto de hambre.
– Bien, siéntate.
Dylan entró en la cocina.
– ¿Puedo ayudarte?
– No, lo tengo todo controlado -se mordió el labio inferior-. Dylan, respecto a lo de anoche… -Dylan levantó una mano para detenerla.
– No tienes que explicarte.
– Bien, porque no iba a hacerlo, pero sí que voy a disculparme. No puedo cambiar el modo en que reaccioné, pero puedo intentar hacer las paces -sostuvo en alto el cuenco-. Por eso he hecho las tortitas. Deberían arreglar la situación.
A Dylan no le importaba que le guardara secretos, Dios sabía que él también tenía unos cuantos, pero le gustaba que reconociera que se había comportado de forma un poco extraña.
– Tortitas de disculpa, ¿eh? -dijo, mientras se acomodaba en una de las sillas de metal detrás de la pequeña mesa-. No sé si es una buena idea. Las estás sometiendo a mucha presión, ¿crees que podrán funcionar como tortitas? Apuesto a que las has dejado marcadas de por vida. Ahora tendrán que someterse a terapia durante mucho tiempo.
Molly se quedó mirándolo durante un par de segundos, luego se echó a reír.
– Si nos las comemos, el problema queda resuelto, ¿no?
– No lo había pensado. Parece una solución extrema, pero seguramente funcionará.
– Y yo que pensaba que era la única loca -dijo, mientras se disponía a verter la masa en la sartén.
Unos pocos minutos después, colocó un plato con una pila de tortitas y una fuente con beicon en la mesa. Después de servir el café, Molly se sentó.
– Tienen un aspecto fabuloso -le dijo Dylan.
– Esperemos que sepan igual.
– Lo harán.
Habló con soltura, pero en el fondo sabía que no importaba lo que decía. En aquellos momentos no podía saborear nada, sólo podía mirarla y recordar lo que había sentido la noche anterior al abrazarla y besarla. La deseaba… otra vez. Se estaba convirtiendo en un problema de todos los días. La cuestión era que no iba a hacer nada al respecto.
Le sirvió unas tortitas y luego se llenó su plato.
– Gracias, Molly. No tenías por qué hacer esto, pero te lo agradezco. ¿Qué te parece si empezamos otra vez y somos amigos? Me caes bien. Creo que podríamos divertirnos mucho juntos.
La sonrisa la hacía bonita. Qué curioso que hacía diez años no se diera cuenta de lo preciosa que era su sonrisa. Tal vez era demasiado joven y estaba demasiado preocupado por aparentar. Tal vez nunca se había tomado la molestia de fijarse en ella.
– Me parece bien -le dijo-. Tú también me caes bien, Dylan, y siempre lo hemos pasado bien juntos. No hay razón para pensar que eso haya cambiado.
– Me has leído el pensamiento -repuso Dylan.
Era un hombre adulto, no había razón por la que no pudiera mantener su libido bajo control. O empezaría a ponerse pantalones más holgados.
Molly masticó una tortita durante un minuto, luego tragó saliva.
– Pero todavía siento lo de anoche, perdí por completo el control. He estado sometida a mucha presión últimamente, en el trabajo y con Grant.
– Eh, gracias por la disculpa, pero es hora de olvidarlo. Cualquiera habría reaccionado de esa forma. Ya es terrible que te hayan despedido, pero si encima estás saliendo con un idiota como ese Grant, ¿qué otra cosa puedes hacer sino enfadarte?
Molly se quedó mirándolo. Tenía un ligero rubor en el rostro, seguramente por haber cocinado. Le gustaba el color de sus mejillas.
– Grant no es un idiota en realidad.
Dylan dejó el tenedor en el plato.
– Explícame eso. Las mujeres siempre hacéis lo mismo. Algunos tipos os tratan como basura y luego los defendéis.
Molly abrió la boca, luego la cerró y movió la cabeza.
– Tienes razón, no puedo creerlo. Las mujeres hacemos eso. ¿Por qué? No sé por qué lo he dicho. Realmente es un cretino. A veces deseo encontrármelo y darle una paliza. Pienso olvidarlo lo antes posible, pero eso no significa que no tenga derecho a estar furiosa.
– Bien, porque si realmente tienes algo bueno que decir de él, te perderé el respeto.
– Si me sorprendes defendiéndolo otra vez, dímelo, ¿vale?
– Claro -Dylan se inclinó hacia delante y apoyó los codos sobre la mesa-. Lo digo en serio, Molly. No creo que nadie deba seguir en una relación si no es feliz, pero hay muchas formas menos cobardes de irse. Lo que Grant hizo fue una canallada, tienes suerte de haberte librado de él. Estoy segura de que ahora no lo sientes así, pero es cierto.
– Te agradezco lo que me dices, aunque te extrañará saber que lo echo muy poco de menos. Y eso indica que nunca debí haber accedido a casarme con él. Pero es que pensé…
Molly se quedó callada, y sus ojos perdieron parte de su luminosidad.
– ¿Qué pensaste?
– Que era una apuesta segura. Es abogado y está en un bufete respetable. El tipo de hombre que mi madre habría elegido. No lo sé. No hago más que pensar en mis elecciones y no me gusta lo que veo.
– Está bien que te hayas dado cuenta ahora. Los tipos como él se pasan la vida haciendo canalladas. Si se fue con una mujer antes de la boda, imagínate lo que habría hecho después.
– ¿Es furia lo que detecto en tu voz? -le preguntó Molly-. Este tema te importa.
– Por supuesto. Soy un fiel partidario de la monogamia. Tal vez mis relaciones no duren mucho, pero cuando estoy con alguien, estoy ahí. Está bien, como adolescente me importaba más la cantidad, pero todo el mundo madura. Grant es un perdedor y estarás mejor sin él. Si te hace sentir mejor, me encantaría darle una paliza por ti.
Molly se echó a reír.
– Dylan, eres un cielo, pero no, gracias. Creo que el destino o como quieras llamarlo le pasará la cuenta a Grant a su debido tiempo -ladeó la cabeza-. No habría imaginado eso de ti. Lo de la monogamia.
– ¿Porque soy de los que les gusta alternar?
– No -Molly frunció el ceño-. Qué raro. Nunca habría dicho que te gusta alternar, pero tampoco que te había creído un hombre fiel.
– Pues es una cosa, o la otra -dijo en tono desenfadado, para que no supiera que el hecho de que pensara bien de él le resultaba importante.
– Supongo que pensé que resultabas tan atractivo a las mujeres, que no podías evitar que te tentaran constantemente. Pero no digo que no sería culpa tuya. Es algo complicado. Bueno, supongo que en el fondo lo que pasa es que estoy impresionada.
Dylan tomó un sorbo de café.
– No creo que haya dicho nada tan especial.
– Desayuno con tortitas y clase de filosofía -dijo, y sonrió-. ¿Qué conseguiré si hago unos gofres?
– Poesía francesa -bromeó Dylan.
Capítulo 6
La pequeña ciudad holandesa de Solvang estaba diseñada para los turistas. Durante el verano y los fines de semana estaba abarrotada de gente, pero entre semana y fuera de temporada, como aquel día, sólo había un puñado de personas mirando los escaparates y entrando en los numerosos restaurantes. Molly levantó la cara hacia el sol cálido y sonrió. La vida era agradable. Pensó que se lo pasaría bien con Dylan, pero no había imaginado que llegaría a disfrutar tanto. Los cuatro días que llevaban juntos habían estado llenos de diversión y conversaciones agradables. Le gustaba estar con él, y no sólo porque diera gusto mirarlo.
Estaban tomándose las vacaciones día a día. Aquella mañana habían decidido ir en motocicleta a Solvang, que estaba a una hora de distancia de su playa en dirección norte. Por la tarde visitarían las bodegas de la localidad.
– Tienen un molino de verdad funcionando -dijo Dylan cuando se pararon delante de un escaparate.
Varios molinos de cerámica azul y blancos brillaban a la luz del sol.