– ¿No quieres postre?
– Claro. Pero… -Molly se interrumpió-. Tengo nueve kilos de más.
– ¿Acaso renunciar a un trozo de tarta va a servir de mucho?
En lugar de contestar, Molly le dio un mordisco a su sándwich. Era una locura, pensó. ¿Qué había creído? ¿Que negaría que tenía que perder peso? Como si Dylan no pudiera ver que estaba gorda. Comparada con las mujeres con las que salía, era una foca. Una foca enorme. Mejor, una vaca. Tal vez podría mugir y ver cómo reaccionaba.
«¡Basta!», se dijo. No iba a sentirse mal por su reacción ni a auto compadecerse. La realidad era que tenía que perder algunos kilos. Y Dylan se había dado cuenta, por supuesto, pero, ¿qué importaba? Seguían siendo amigos. Seguía cayéndole bien. Aunque de repente perdiera esos nueve kilos, no iba a convertirse en la clase de mujer que le hiciera perder el control. Debía recordar que era ella la que lo amaba platónicamente, no él.
Charlaron sobre temas diferentes durante el almuerzo. Cuando la camarera volvió, Molly pidió un trozo de tarta. Dylan pidió un postre distinto y le propuso que los compartieran. Molly accedió.
Aquello bastaba, pensó. Aquellos fragmentos de felicidad eran lo que le daban sentido a la vida. No debía olvidarlo.
Molly se apoyó en el mostrador de la bodega y tomó otro sorbo de vino.
– ¿Sabes? -le dijo a Dylan-, vamos en moto. No podemos comprar vino, aunque nos encante, ¿dónde lo pondremos?
Tenía color en las mejillas y sonreía abiertamente. Dylan quería creer que se debía a algo más que al hecho de que habían estado catando vinos durante casi una hora. Quería creer que los días que estaban pasando juntos la estaban ayudando en aquellos momentos difíciles de su vida, pero no podía adjudicarse todo el mérito. Decididamente, era el vino.
– Podemos comprar un par de botellas – le dijo-. Tienes razón, no tenemos sitio para llevarlas con nosotros de vuelta a casa, así que podemos beberlas estos días.
– No quiero causar problemas -Molly frunció el ceño, y Dylan tardó un par de minutos en comprender que se estaba refiriendo a los antecedentes de alcoholismo de su familia.
– Creo que no será ningún problema beber un poco de vino contigo durante unos días.
Molly vació la muestra de vino que tenía en la copa y la dejó sobre el mostrador.
– El Merlot es muy agradable -comentó, y Dylan se dirigió a la mujer que les había estado sirviendo el vino.
– Nos llevaremos dos botellas de Merlot y tres de Chardonnay.
– Mm, me has leído el pensamiento -dijo Molly, y luego se llevó la mano a la frente-. Estoy un poco mareada. Ni siquiera son las cuatro de la tarde y estoy borracha. Qué patético.
– La hora no es el problema, sino que en total sólo has tomado dos copas de vino. No sales cara.
– Todo el mundo tiene alguna habilidad -dijo Molly-. Supongo que ésa es la mía -parpadeó como para aclararse la vista.
– Está bien, vámonos -dijo Dylan, la tomó del brazo y miró a la vendedora-. Volveremos en unos minutos.
– Les envolveré el vino.
– Gracias.
Dylan condujo a Molly al exterior. Había varios árboles junto al aparcamiento, así como varias mesas de picnic.
– Sentémonos en la sombra -le dijo a Molly, guiándola hacia los bancos.
– Podemos cantar canciones del colegio. No sé si me acuerdo de muchas, pero entre los dos no será difícil reconstruirlas.
– Estás borracha, pero feliz. No está mal.
– No estoy borracha -Molly lo miró con enojo, obviamente indignada-. Si estuviera borracha, me habría arrojado a tus brazos.
Dylan pensó en el trayecto en moto hasta Solvang, y en cómo había sentido el cuerpo de Molly apretado contra el suyo.
– Me pregunto si habrá alguna licorería donde vendan tequila -murmuró.
– ¿Qué? -dijo Molly.
– Nada, siéntate -la agarró del brazo hasta que se hubo sentado sobre el banco, luego tomó asiento en el banco que había frente al suyo, utilizando la mesa como respaldo.
– No estoy borracha, de verdad.
– Lo sé. Sólo estás feliz.
– Tienes razón -dijo Molly después de quedarse pensativa un momento-. Estoy feliz y no lo había estado hacía mucho tiempo -se inclinó hacia atrás y apoyó los codos en la mesa que estaba a sus espaldas-. Creerás que estar prometida a Grant me habría hecho feliz, pero no fue así. Qué cretino. Cobarde. Canalla. Menudo capullo sin corazón…
– ¿Molly?
– ¿Qué pasa? -Molly lo miró fijamente-. Estaba usando palabras que empezaran por ce.
– Ya lo sé, pero los dos sabemos ya que Grant no es un tipo agradable.
– Es una rata.
Dylan rió entre dientes y esperó a ver si Molly recitaba una retahíla de calificativos que empezaran por erre, pero no dijo nada más, sino que miró al cielo. Su postura, con los brazos hacia atrás y los codos casi a la altura de los hombros, hacía que sus senos sobresalieran en dirección hacia él. Trató de no mirar, pero la tentación fue demasiado fuerte. Llevaba una sudadera, una prenda lo bastante holgada como para ocultar sus curvas, pero sabía que estaban allí. Que estuvieran y que no pudiera verlas lo estaba volviendo loco. Todo en ella lo volvía loco, pero le gustaba. Le gustaba desear y no tener. Le gustaba estar con ella. Le gustaba ella. Lo cierto era que no tenía muchos amigos y que le gustaba pensar en Molly como en uno de ellos. La miró a la cara y vio que lo estaba observando.
– ¿Qué pasa?
– Estaba pensando. Hace unos días me preguntaste por qué quería desaparecer durante quince días. ¿Qué motivos tienes tú, Dylan? ¿Por qué lo dejaste todo para acompañarme?
– Muy fácil. Tengo que tomar algunas decisiones y no estoy seguro de qué hacer. Pensé que el descanso me ayudaría.
– ¿Cuál es el problema?
– Relámpago Black.
– ¿Tu compañía? Pensaba que iba muy bien.
– Es cierto. Tengo más trabajo del que puedo abarcar. Rechazamos pedidos todas las semanas. Pronto empezaremos a expandirnos, pero no quiero hacerlo demasiado deprisa para no perder el control de calidad. No me gusta pasar tanto tiempo en el despacho, en lugar de en la fábrica, y tampoco he estado haciendo muchos diseños últimamente. El problema es que una multinacional de motocicletas quiere comprarme. Me han prometido un puesto en la empresa, mi propio equipo de diseño y mucho dinero. Podría hacer lo que me gusta, pero perdería el control. Al final, a eso se reduce todo: dinero o libertad. Si acepto la oferta, ¿estoy siendo inteligente o me estoy vendiendo?
– Buena pregunta. ¿Qué te dice tu instinto?
– Ahora mismo no dice nada.
– Mentiroso -Molly estiró los brazos por encima de la cabeza y luego dejó caer las manos en el regazo-. ¿Quieres saber lo que pienso?
Por sorprendente que pareciera, sí quería. De repente, su opinión era muy importante para él, aunque, de momento, no pensaba pararse a analizar el porqué.
– Sí.
– ¿Te importa el dinero? He visto tu casa. No se puede decir que seas pobre.
– De acuerdo -rió Dylan-. La verdad es que no me va mal. Parte del atractivo de la oferta es que podría expandirme enseguida. Tendría el capital y el tiempo para mantener el control de calidad. Si espero, quién sabe cuánto tiempo, tendré que esperar a tener el capital necesario.
– ¿No te afectará trabajar para otro? -preguntó-. No estás acostumbrado al trabajo en equipo, Dylan, siempre has hecho las cosas a tu manera. ¿Crees que podrías sobrevivir acatando órdenes?
– Buena pregunta -dijo Dylan, y reflexionó al respecto-, pero no tengo la respuesta. Me siento como si el diablo me estuviera tentando.
– Tal vez. Creo que el diablo tiene la habilidad de hacer que sus ofertas parezcan muy estimulantes. A fin de cuentas, es su trabajo. Mi consejo es que escuches lo que te dice el corazón. Hasta que no sepas lo que Relámpago Black significa para ti, no sabrás lo que perderás renunciando a ella.