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Molly sonrió y le tocó el labio inferior. La piel estaba húmeda por los besos.

– Gracias.

– Ni las espero ni las merezco.

Dylan la atrajo hacia él y, mientras la besaba, se movió de modo que Molly quedó prácticamente encima de él. Entonces fue cuando sintió su erección contra el muslo.

Había confiado, lo había deseado, pero no había estado segura. Sin pararse a pensar, bajó la mano y la puso sobre él. Sintió cómo se agitaba por debajo de la tela vaquera y cómo su respiración se aceleraba. Dylan profundizó el beso, ladeando la cabeza para poder llegar más allá. La pasión se intensificó y Molly arqueó las caderas. Notaba cómo se humedecía su entrepierna para recibirlo.

Dylan subió la mano de su cadera a su cintura, y luego hasta sus senos. Tenía los pezones duros, Molly podía sentirlos apretándose contra los confines de su sujetador de deporte de algodón. Se moría por sentir allí sus caricias, a pesar de que las temía.

La mano de Dylan se cerró sobre su seno derecho y Molly se quedó inmóvil. Luego movió los dedos, jugando con el pezón, desencadenando punzadas de placer por todo su, cuerpo. Era maravilloso… y repugnante. Tenía que detenerlo.

– ¡No! -dijo en voz alta, y se soltó-. ¡No, para! No puedo.

El mundo se volvió borroso y comprendió que se había echado a llorar.

– Molly, ¿qué pasa?

Era demasiado humillante. Se puso en pie a duras penas, tratando de apoyarse en la arena, pero encontrando carne cálida en su lugar. Tropezó, se balanceó y por fin recuperó el equilibrio. Estaba oscuro. Por un momento, no supo dónde estaba, pero luego oyó las olas. Como siempre, el océano le proporcionaba un punto de referencia.

Sin poder respirar por los sollozos, ni ver por las lágrimas, Molly se dio media vuelta y echó a correr.

Dylan se quedó junto a la orilla durante largo tiempo, esperando a que Molly regresara finalmente a la casa. Hacía tiempo que había salido la luna y casi todas las estrellas cuando por fin se dirigió a su encuentro.

Había demasiadas preguntas, y no tenía ni una sola respuesta. Lo que sabía con certeza era que había quebrantado las reglas. Sin saber por qué, algo maravilloso había ocurrido entre ellos, pero lo había echado a perder y sólo él tenía la culpa. Tenía que disculparse, pero el problema era que no lamentaba lo sucedido. En realidad, lamentaba que Molly hubiera salido corriendo, porque hasta ese momento se había sentido muy feliz con el giro que había tomado su relación.

La cuestión era que había prometido no seducirla. Sin duda, Molly había creído que podía confiar en él y, en dos ocasiones, Dylan le había demostrado que se equivocaba. No importaba que no hubiera protestado o que hubiera reaccionado como si lo deseara tanto como él, había traicionado su amistad y se sentía fatal.

Inspiró profundamente y deseó que hiciera más frío en la playa. Había una suave brisa, pero no bastaba para enfriar su deseo. Era un canalla redomado, se dijo. A pesar de que se había ido llorando, todavía la deseaba. Deseaba llevarla a la cama y demostrarle que no habían hecho más que empezar y que la expresión «hacer el amor» era cierta. Quería amarla, con los labios, las manos, con todo el cuerpo. Quería hacerle olvidar dónde estaba… demonios, quién era. Quería llevarla tan alto que se quedara sin aliento, y escuchar sus jadeos y estremecimientos mientras se recobraba.

Pero en lugar de eso, iba a decirle que lo sentía. No por besarla, nunca podría pedirle perdón por eso. Había besado a muchas mujeres, pero Molly tenía algo especial. Algo maravilloso que le hacía olvidarse de sí mismo. No, le pediría disculpas porque era evidente que le había hecho daño y no quería echar a perder su amistad.

Avanzó hacia la casa con pasos lentos y firmes. Sintió un hormigueo en la nuca y una ligera sensación de miedo, como si no fuera a gustarle lo que iba a encontrar dentro. Al entrar, miró la mesa de la cocina. Las llaves de la motocicleta seguían allí, así como las dos bolsas de viaje en un rincón. Molly no se había ido.

Una luz tenue salía de la puerta abierta de su dormitorio. Cruzó la sala de estar y llamó. Estaba sentada en la cama con las piernas dobladas y pegadas a su pecho. Tenía el pelo revuelto, la cara pálida y los ojos muy abiertos. Levantó la vista hacia él.

Ya no lloraba, pero la expresión de dolor y tristeza de su rostro casi le desgarró el corazón. Tuvo que agarrarse al marco de la puerta para no caer de rodillas.

– Molly.

– Caramba, pensaba que ibas a pasar la noche en la playa -intentó esbozar una sonrisa, pero el gesto fue aún más trágico porque no lo logró.

– No, sólo estaba pensando.

– Ya sé en qué -le dijo-. Lo siento, no pretendía salir corriendo de esa manera.

– Oye, para -entró en la habitación. No había otro sitio donde sentarse salvo en la cama y eso sería como invadir su espacio personal. Metió las manos en los bolsillos de sus pantalones y se apoyó en la pared-. Soy yo quien tiene que disculparse, no tú.

– No tienes la culpa de nada.

– Sí, te asusté, y no pretendía hacerlo. Supongo… -se encogió de hombros-. Las cosas se me fueron de las manos y lo siento. Me olvidé de nuestro trato. Me importas, Molly. Te respeto. Es fácil ser compañeros de cama pero no amigos, y eso es lo que te considero. No quiero echar a perder nuestra amistad, eres demasiado importante para mí. Espero que me perdones por haberme pasado de la raya. Te juro que no volverá a ocurrir.

Lo decía en serio, pensó Molly. Qué giro de acontecimientos más sorprendente. La había besado y acariciado de una forma que le había hecho sentirse increíblemente especial. Él se había excitado, y a cambio, ella había salido huyendo sin más explicaciones. Y era Dylan el que se estaba disculpando.

– No es lo que crees -dijo lentamente, sin saber qué iba a contarle. La verdad, no. No querría oírla y no creía tener fuerzas para decírsela.

– Sé lo que es -le dijo Dylan enseguida-. No quiero que pienses que no me gustaba lo que estábamos haciendo, porque me gustaba. Los besos, las caricias… fueron maravillosos. Pero nuestra amistad significa mucho más para mí.

Dylan era un regalo maravilloso e inesperado en su vida. Realmente se preocupaba por ella, y no sabía si alguien más volvería a hacerlo. No era amor, pero ya no confiaba en el amor. Aquello era mejor. Podrían ser amigos durante mucho tiempo, podría contar con él. Era un hombre bueno, además de divertido, inteligente, sexy y maravilloso. Una combinación irresistible. Molly sintió cómo volvían las lágrimas. Las contuvo porque estaba cansada de llorar, cansada de tener miedo y sentirse sola.

– Eres importante para mí, Molly. Por favor, dame otra oportunidad.

Molly cerró los ojos con fuerza y le tendió la mano. Dylan se acercó a ella al instante, y sus cálidos dedos envolvieron los suyos.

– Estás completamente equivocado -dijo, luchando por no perder el control-. No lamento los besos o las caricias, fueron maravillosas. Más que eso… Tan especiales. Nunca sabrás lo mucho que han significado para mí.

Molly contempló su rostro familiar. Los dos habían cambiado, sin embargo, sentía que siempre lo había conocido. Su enamoramiento seguía ahí, un poco distinto, porque ella era distinta, pero había vuelto con toda su fuerza.

Entonces, supo que era el momento de decirle la verdad. No sólo porque merecía saber por qué se estaba comportando de manera tan extraña, sino también porque lo necesitaba. Egoístamente, sabía que llegaría un día en que la fuerza de Dylan sería lo único que la impulsaría a seguir adelante, aunque sólo fuera un minuto más.

– Me gustaron -dijo, indicándole que se sentara en la cama, y Molly pudo sentir su calor cuando lo hizo-. Y eso es lo malo.

Vaya, qué difícil era. Contárselo a Janet había sido duro, pero aquello era peor. Seguramente porque no sabía cómo iba a reaccionar. ¿Se echaría hacia atrás? Se preparó para lo peor.