– Nunca serías un enclenque -sonrió Molly.
– Tengo mis momentos.
Permanecieron callados un tiempo. Debido al silencio y a la oscuridad exterior, parecía que eran las únicas personas en el mundo. Molly deseó que fuera verdad. Así todavía tendría alguna posibilidad de estar siempre con él. Pero no era bueno desear lo que nunca podría tener.
Le habían gustado sus besos y la forma en que la había abrazado. Le había gustado sentir sus manos sobre su cuerpo. Incluso cuando le había tocado el pecho, se había sentido increíblemente excitada. Molly levantó la cabeza. Le había tocado el pecho. Por voluntad propia. ¿Qué quería decir eso exactamente?
– ¿Por qué me tocaste el pecho? -dijo sin pensar. Las palabras parecieron hacer eco en el silencio de la habitación, y se ruborizó intensamente. Tuvo que carraspear antes de volver a hablar-. Quiero decir que… -se quedó sin voz. ¿Qué quería decir?
– Estoy esperando -dijo Dylan.
Sabía que la estaba mirando, podía sentir sus ojos fijos en ella. ¿Por qué habría hecho esa estúpida pregunta?
– Nada -dijo finalmente.
– No digas eso, la conversación comenzaba a ponerse interesante. ¿Por qué te toqué el pecho? Supongo que la respuesta más sencilla es porque deseaba hacerlo. Pensé que nos gustaría a los dos.
– ¿Porque nos estábamos besando? -preguntó Molly con cautela.
– Sí.
Recordó cómo había sentido su erección. De modo que había estado excitado. ¿Quería eso decir que había deseado hacerle el amor? Era una idea sorprendente. Hacer el amor significaba estar desnudos juntos. No creía poder soportarlo. Con los nueve kilos demás y los puntos cicatrizándose todavía en su pecho, era imposible. A Dylan le desagradaría. Si fuera otra persona, alguien menos perfecto.
– ¿En qué piensas? -preguntó.
– En que eres demasiado perfecto.
Dylan se echó a reír.
– Te afecta la falta de sueño. Disto tanto de ser perfecto, que no sabría cómo empezar a serlo. Duérmete otra vez, Molly. A no ser que quieras que sigamos hablando de por qué te toqué el pecho.
Sabía que estaba bromeando, y era muy agradable. Molly hizo lo que le había dicho y apoyó la cabeza en su hombro para escuchar los latidos de su corazón. Lentos y fuertes. Aquello era lo que necesitaba en la vida, aquella fuerza.
Dylan la estrechó entre sus brazos y lo último que recordó fue el calor de su cuerpo que la rodeaba como una manta sensual y cálida.
Capítulo 10
LA SEGUNDA vez que Molly se despertó ya era de día. La luz del sol entraba por las ventanas. Se dio la vuelta y se dio cuenta de que estaba sola en la cama. La única indicación de que Dylan había estado allí eran la colcha y la almohada arrugadas y la sensación cálida que conservaba en el estómago.
Seguía teniendo miedo, pensó, estudiando sus emociones. Seguía deseando desesperadamente que su médico la llamara y le dijera que estaba todo bien. Pero también se sentía más fuerte que antes. Contárselo todo a Dylan había fortalecido su determinación de enfrentarse a su situación, fuera la que fuera.
Lo oyó moverse en la otra habitación. Supuso que debía levantarse y empezar un nuevo día, pero no quería. Le gustaba estar allí tumbada, recordando cómo se había sentido entre sus brazos. No recordaba haberse quedado dormida así antes. Grant y ella habían pasado muy pocas noches juntos, y cuando lo habían hecho, no se habían quedado dormidos abrazados. Además, se sentía a salvo, seguramente por primera vez en quince días. No importaba que Dylan no pudiera protegerla de verdad de los resultados del laboratorio, aunque en el fondo, quería creer que así era. Sonrió.
– Pareces contenta esta mañana.
Molly levantó la vista y vio a Dylan de pie en el umbral. Tenía una taza de café en cada mano. Molly se apartó el pelo de la cara y, de repente, se sintió un poco nerviosa por su aspecto desordenado. Se incorporó hasta apoyar la espalda en el cabecero de la cama.
– Buenos días -le dijo-. ¿Qué tal has dormido?
– Estupendamente, ¿y tú?
– También.
Entró en la habitación y se sentó en el colchón. Era evidente que se había duchado y afeitado, tenía la piel suave y el pelo húmedo. Llevaba un polo de mangas cortas y unos vaqueros. Como siempre, estaba demasiado atractivo para su tranquilidad.
– Antes de que digas nada -empezó a decir, entregándole la taza-, no he hecho esto por lo que me contaste anoche. Normalmente suelo ser el primero en levantarme después de pasar la noche en la cama con una mujer y soy yo el que preparo el café.
– Bueno, nosotros no… -Molly no sabía cómo tomarse sus palabras.
– Eso son sólo detalles técnicos. Hemos dormido juntos y eso es lo que importa.
– Oye, si así consigo que me traigas el café a la cama, no voy a protestar.
– Tal vez lo hagas cuando lo pruebes.
Molly tomó un sorbo con cautela, pero el líquido humeante estaba delicioso.
– No te preocupes, me gusta -su mirada era directa, sus gestos espontáneos, sin embargo, algo había cambiado entre ellos. Lo notaba-. Ya no va a ser lo mismo que antes, ¿verdad?
– No, es imposible. Sé demasiado. Supongo que ahora tendrás que matarme.
Su broma la animó.
– Bueno, creo que eres de confianza.
– Eso espero, Molly -le dijo, y se puso serio-. Para mí es importante. Quiero que confíes en mí y que cuentes conmigo. Quiero… -se encogió de hombros-. No sé lo que quiero. Arreglar la situación, supongo, pero no puedo. Creo que eres muy valiente.
Aquello le hizo reír.
– No, no lo soy. Estoy muerta de miedo casi todo el tiempo. Me siento como si estuviera en una montaña rusa emocional. A veces estoy fuerte y sé que todo va a salir bien, otras, pienso que voy a morir. Pienso en lo que haré si me dicen que el bulto es maligno. Me preocupa perder el pecho, y luego me digo que soy tonta por preocuparme por algo tan insignificante.
– Molly, no -Dylan dejó su taza en la mesilla de noche y sostuvo su mano entre las suyas-. Puedes sentirte como quieras, nada está mal o bien. Estás sometida a mucha presión, así que tómate un respiro. Si al final te operan para quitarte el pecho, lamentarás la pérdida, pero eso no te hará distinta.
Molly quería creerlo. Sabía que hablaba con sinceridad, pero pertenecían a mundos distintos.
– ¿Cómo se siente uno siendo físicamente perfecto? -le preguntó.
– ¿Cómo?
– Mírate, eres como mi hermana. Alto, atractivo, atlético. ¿Cómo es?
– ¿Por qué me preguntas eso? -Dylan apretó los labios-. Eres una mujer muy atractiva.
– No soy perfecta.
– Yo tampoco.
– Digamos que estás a un paso de la meta y yo ni siquiera sé dónde está la pista de carreras.
– Basta -le ordenó-. Eres vital, inteligente, divertida y bonita. Cualquier hombre se sentiría afortunado de tenerte.
– Grant consiguió no sentirse especialmente dichoso.
– Grant es un cretino y no tiene ni voz ni voto.
– Eres un cielo -le dijo, y se concentró en sentir cómo la acariciaba.
Sus dedos eran cálidos y fuertes en su mano. Aunque sabía que sólo pretendía consolarla, reaccionó de forma muy física al contacto. La excitación era una buena manera de empezar el día. Dylan se inclinó hacia ella.
– ¿Lista para un cambio de tema?
– Claro.
– ¿Qué te gustaría hacer hoy? -Molly se quedó pensativa y luego se echó a reír-. ¿Por qué me siento como si fuera a pasarme el día de tiendas? -preguntó Dylan.
– No te preocupes -lo tranquilizó-. No se trata de eso. Me reía por dos razones. La primera es que han pasado ¿cuántos?, ¿diez días? Creía que íbamos a seguir viajando.
– ¿Quieres que nos vayamos?
– No, me gusta este lugar. Pero me parece divertido que sólo estemos a ciento cincuenta kilómetros de Los Ángeles. Si hubiera sabido que era tan fácil huir, lo habría hecho antes.