De nuevo, Dylan se arrodilló entre sus piernas. Molly estaba más que preparada para él, necesitaba sentirlo en su interior. Todavía experimentaba el placer de la liberación y quería que él también lo sintiera.
La penetró lentamente, llenándola hasta que la presión empezó a crecer y Molly supo que sólo era cuestión de tiempo que volviera a llegar al clímax. El rostro de Dylan se puso tenso y gimió. Allí estaban, perfectamente unidos.
– No creo que pueda contenerme mucho -dijo entre dientes. Empezó a moverse, penetrándola una y otra vez y la presión creció aún más.
– No necesito mucho tiempo.
Se movieron juntos y sintió la tensión en el cuerpo de Dylan a medida que se acercaba cada vez más al éxtasis. Molly lo siguió, llevada por el milagro que era aquella unión. En el último segundo posible, cuando su cuerpo se preparaba para llevarla otra vez al paraíso, abrió los ojos y lo sorprendió mirándola.
– Ahora -susurró.
Molly se dejó ir y sintió que él hacía lo mismo. Por primera vez en la vida, entendió el concepto de dos seres convertidos en uno.
Capítulo 12
Por segunda vez en dos días, Molly se despertó consciente de que había pasado la noche en los brazos de Dylan. Era, pensó todavía somnolienta, una forma maravillosa de empezar la mañana.
En aquella ocasión todavía estaba a su lado, dormido, tumbado boca arriba y con la cabeza apoyada en la almohada junto a la suya. Irradiaba tanto calor que, de estar en invierno, no habría necesitado manta eléctrica. Qué pensamiento tan bonito, se dijo, y se preguntó si se atrevía a fantasear sobre lo que sería despertarse cada mañana junto a Dylan.
Se puso de costado y lo miró, fijándose en su perfil marcado, la nariz recta y los labios firmes, y la barba incipiente que cubría su mentón y las mejillas. Sabía que no estaba destinado a ser suyo, nunca lo había sido. Debido a una serie de circunstancias que no podía explicar ni confiaba en que se repitieran, habían acabado allí, juntos. Era sólo por un corto periodo de tiempo, pero no importaba. Había sido tan amable con ella. Incluso antes de conocer sus secretos, había sido un buen amigo. No podía pedirle más.
Así que aquello le bastaría, aunque tardaría un poco en aceptarlo. Después de todo, era una mujer normal y odiaba tener que renunciar al mejor hombre que había conocido. Pero con tiempo lo vería todo con una nueva perspectiva y recordaría lo maravilloso que había sido todo.
Molly se estiró y notó un dolor placentero en varios músculos. Sonrió. Debía de ser la falta de práctica. La noche anterior había sido… indescriptible. Como si hubiesen descubierto una forma diferente de hacer el amor. Ya había estado con hombres antes. Bueno, sólo dos, pero no era virgen. Y aparte de las nociones básicas, lo que Dylan y ella habían hecho no se parecía casi en nada a las demás experiencias de su vida.
Había sido tan tierno. Y no sólo por la herida del pecho. La había tratado como si fuera alguien especial, como si su cuerpo fuera muy preciado, casi sagrado, y mereciera adoración. Todavía no podía creer que la hubiese… bueno, besado allí. Nadie lo había hecho antes. Había leído al respecto y le había parecido extraño, pero después de haberlo experimentado, reconocía su atractivo.
Habían vuelto a hacer el amor durante la noche. Después de dormitar durante un rato, se había despertado y lo había sorprendido acariciándola. En aquella ocasión no había luz y habían tenido que guiarse sólo por el tacto. Molly había disfrutado del misterio y los descubrimientos. Si los gemidos de placer, la respiración entrecortada de Dylan y la forma en que había pronunciado su nombre una y otra vez servían de indicación, él también había disfrutado. Sonrió al recordarlo.
– Se ve que estás contenta por algo -dijo Dylan. Molly lo miró y vio que estaba despierto-. Buenos días, ¿qué tal has dormido?
– Estupendamente.
Dylan se movió para rodearla con un brazo y atraerla hacia él. Molly se acercó dócilmente. Suponía que debía sentirse avergonzada por todo, pero no lo estaba. Dylan la había conciliado consigo misma. Con él había aprendido que su cuerpo no dejaba de ser bonito y que las partes importantes funcionaban.
– Yo también -Dylan miró la hora en el reloj de la mesilla-. Parece que nos hemos quedado dormidos.
– ¿Te sorprende?
– No -la besó en la frente-. Después de todo, me mantuviste despierto la mitad de la noche.
– ¿Yo? ¿De qué estás hablando?
– No te hagas la inocente -bromeó-. No hacías más que abrazarme y acariciarme, sacándome del sueño profundo para saciar tus apetitos.
– Ese fuiste tú -protestó Molly, y se apartó lo suficiente como para empezar a hacerle cosquillas.
Dylan la agarró de las manos para detenerla. Ella se soltó y continuó el ataque.
– No quiero hacerte daño -la advirtió.
– Qué miedo -Molly continuó, en aquella ocasión yendo a por sus pies.
Dylan gritó y saltó de la cama.
– Esto no es necesario -dijo en tono firme.
– ¿Desde cuándo pones tú las normas? -rió Molly.
– Siempre lo he hecho. Controlo perfectamente la situación.
La luz suave de la mañana se filtraba por las contraventanas. Dylan estaba tan hermoso allí de pie, con su cuerpo delgado atlético… Mientras lo miraba, vio cómo empezaba a excitarse.
– Sí, controlas la situación -dijo Molly-. No ocurre nada sin tu expreso consentimiento. Es bueno saberlo -Dylan bajó la vista.
– Maldita sea. Traicionado por mi propio cuerpo -declaró, y se abalanzó sobre ella.
Molly no lo había previsto. Trató de bajar por el lado opuesto de la cama, pero era demasiado tarde. Dylan la agarró por un tobillo y la arrastró de nuevo hacia él. Cuando logró someterla sobre la cama, le apartó suavemente el pelo de la cara y le sonrió.
– Me alegro de que estés así.
– ¿A qué te refieres?
– Temía que te arrepintieras de lo de anoche. De que fuéramos amantes.
Aquella palabra le hizo estremecerse. Amantes. Era bonito, implicaba que volverían a hacerlo, que la noche anterior sólo había sido el principio.
– No me arrepiento de nada -le dijo.
– Sabía que te había impresionado.
Tardó un segundo en ver el brillo jocoso en sus ojos, pero luego deslizó una mano hacia su virilidad y, al instante, su propio cuerpo volvió a la vida.
– ¡No! -dijo Dylan rápidamente, y se puso en pie. La tomó de la mano y tiró de ella hasta sentarla al borde de la cama-. Pienso hacerte el amor una y otra vez, pero quiero que finjamos que vamos a levantarnos y a empezar el nuevo día.
– Si insistes -rió Molly. Lo acarició una última vez, de forma lenta y sensual, haciendo que contuviera el aliento-. Podemos empezar duchándonos.
– Buena idea -repuso Dylan, y la condujo de la mano al pequeño cuarto de baño.
Cinco minutos después, estaban bajo el chorro de la ducha, enjabonándose el uno al otro. Mientras ella le frotaba el pecho, él le frotaba el suyo. Tuvo cuidado de no rozarla junto a la herida. Aun así, no hacían más que estorbarse.
– No podemos hacerlo así -dijo Molly, y rió-. Tú primero. Luego te enjabono yo a ti.
Molly se quedó quieta mientras Dylan le extendía la espuma, y se sorprendió cediendo a sus manos. Le gustaba sentirlas por su cuerpo, y Dylan parecía más interesado en lavar algunos puntos que otros. Sus senos recibieron una dosis adicional de atención, así como sus piernas. La tocó con suavidad entre los muslos, con cuidado de no hacerle daño. Cuando fue su turno, lo enjabonó lentamente, haciendo mucha espuma antes de extenderla por su cuerpo. El agua cálida de la ducha le caía por la espalda mientras se arrodillaba en la bañera para seguir con sus piernas. La prueba de su deseo sobresalía a nivel de los ojos y se preguntó cómo sería tomarlo en la boca. Sin pararse a pensarlo, lamió la punta y luego lo introdujo en su boca. Dylan maldijo con suavidad, luego se puso tenso.