– Molly, me estás matando.
Tuvo que dejarlo para hablar.
– Supongo que de una forma agradable.
– Muy agradable.
– Mm.
Continuó lo que estaba haciendo. Sabía a limpio y húmedo. Estaba tan excitado que notaba sus venas henchidas. Mientras lo chupaba, levantó las manos y suavemente le acarició la parte que colgaba entre sus muslos. Dylan se estremeció.
– Me vas a hacer explotar -le dijo.
– Ésa era la idea -repuso Molly.
– Así no, esta vez no.
Dylan la levantó y ella sintió cómo el calor se extendía por su vientre. «Esta vez no», había dicho, implicando que habría más veces. La estrechó y la besó y, mientras el agua caía sobre ellos, deslizó las manos por su espalda. Su erección le presionaba en el vientre.
Dylan cerró el grifo de la ducha y tomó las toallas grandes que colgaban del toallero. Después de envolverla en una, se secó y la condujo a la cocina.
– ¿Qué haces? -le preguntó mientras la colocaba sobre la mesa.
– Nada -dijo, y se colocó entre sus piernas.
Le rodeó el rostro con las manos y empezó a besarla otra vez. Estaban los dos desnudos, todavía húmedos de la ducha. Su lugar secreto de mujer también estaba húmedo, pero por otros motivos. No podía creer lo mucho que lo deseaba otra vez.
– ¿Crees que te dejaré dolorida? -le preguntó, con la voz ronca de necesidad.
– No -Molly se colocó al borde de la mesa y se abrió aún más.
Dylan profundizó el beso. Sus manos se deslizaron por su espalda y Molly sintió su virilidad abriéndose camino, así que bajó la mano y lo condujo a su interior. El beso se intensificó y empezaron a moverse juntos. Molly sintió cómo la liberación se acercaba rápidamente.
A punto de llegar, se dio cuenta de que Dylan estaba manteniendo su torso ligeramente separado. En aquel momento tan físico, seguía plenamente consciente de su incisión y de no hacerle daño. Casi quería llorar de admiración, por lo especial que era y lo bien que le hacía sentir.
Siguió penetrándola, conduciéndolos a los dos a la cima del placer. Los músculos de Molly se tensaron de expectación. Dylan la sujetó de las caderas y la acercó más a él preparándose también para la consumación. Entonces lo supo. En el momento exacto en que se miraron a los ojos y contemplaron la explosión, comprendió que lo que pensaba que era la continuación de su enamoramiento de adolescente era mucho más. Tal vez hubiera empezado así, pero algo había cambiado de forma irreversible entre ellos. Al menos para ella. No estaba con Dylan porque fuera gracioso, atractivo o inteligente, sino porque lo amaba. Tal vez siempre lo había amado.
No era una de las reglas, no estaba permitido, pero Molly no podía evitarlo. Entonces, lo único que pudo hacer fue sentir cómo su cuerpo se perdía en lo inevitable. Lo agarró de la cintura y lo mantuvo en su interior, sintiendo cómo la tensión se disipaba de su rostro.
Cuando los dos recuperaron el aliento, apoyó la cabeza en su pecho y escuchó los latidos rápidos de su corazón. Había roto las reglas. Se suponía que hacían aquello para divertirse, para huir, no para que se enamorara de él.
Pero no había marcha atrás. Y si podía evitarlo, Dylan regresaría a su vida sin saber lo que ella realmente sentía. Sería lo mejor para los dos que se separaran como amigos. En cuanto a ella, se había prometido no lamentarse de nada e iba a mantener esa promesa. No se arrepentiría de amarlo, nunca.
– ¿Cuántos kilos gana como media una mujer con cada embarazo? -preguntó Molly, leyendo la tarjeta, y después de recorrer con la vista las cuatro posibilidades, las leyó en voz alta-. Vaya, no creía que fuera tanto -Dylan la miró fijamente.
– Será de broma. ¿Esperan que yo lo sepa?
– Creo que este juego fue idea tuya. ¿Quieres decir que yo sé más de hombres que tú de mujeres?
Su sonrisa de satisfacción hizo que Dylan no pudiera evitar sonreír. Estaban tumbados en el suelo de la sala de estar con un juego que habían comprado aquella mañana. La idea era hacer dos equipos, uno de hombres y otro de mujeres, los hombres contestaban las preguntas sobre mujeres y viceversa. A pesar de fallar una pregunta sobre mecánica, Molly estaba defendiéndose bien. Dylan empezaba a creer que había cometido un error al escoger aquel juego, casi todas las preguntas eran sobre exceso de peso, cosmética o trucos de decoración.
– Vuelve a leer las respuestas -le dijo.
Molly se estiró boca arriba y lo hizo. Dylan no había tenido mucho contacto con mujeres embarazadas y no sabía cuánto peso ganaban como media.
– Un kilo y medio.
– Nueve y medio -repuso ella, enseñándole la tarjeta-. Es bueno saberlo.
Dylan observó cómo tiraba el dado que le diría a qué categoría correspondería su próxima pregunta. Llevaba el pelo suelto. La tarde era cálida y los dos llevaban vaqueros y camisetas. Le gustaba mirarla, contemplar su rostro bonito y su cuerpo. Le gustaba ver cómo se movía. A veces simplemente se acercaba a ella por detrás y la abrazaba para sentirla cerca.
No era sólo sexo, aunque había mucho de eso entre ellos. Era una especie de ansia que le impedía quedarse satisfecho de tocarla y estar junto a ella. Sólo habían pasado dos días desde que se habían hecho amantes y a veces sentía como si llevara con ella toda la vida. Molly era en lo único en lo que podía pensar. Cuando el mundo exterior se inmiscuía, le molestaba.
Pero no dejaba de inmiscuirse. Después de saber la verdad de por qué había querido escapar, Molly ya no se metía en su cuarto para hacer la llamada de teléfono todas las noches. Se sentaba a su lado y marcaba el número de su casa para escuchar los mensajes en su contestador. Se quedaba callada durante un minuto, luego movía la cabeza lentamente en señal de negativa y desconectaba el teléfono.
Nada. Ni una sola palabra de su médico. ¿Cuánto tiempo tardarían esos análisis? ¿No se daban cuenta de lo difícil que era para Molly esperar la noticia? Sufría por ella y no podía hacer nada.
Dylan comprendió que nunca había sentido nada igual por nadie, pero la idea no lo asustó. Trató de no pensar en lo que pasaría si la apartaban de él. No podía soportar la mera idea.
– No, Dylan -dijo Molly, y se acercó hacia él para mirarlo a los ojos.
– ¿Qué estoy haciendo?
– Tienes mirada triste -Molly le tocó el dorso de la mano con la suya-. Pones la mirada perdida y sé que estás preocupado por mí.
Dylan consideró la posibilidad de mentir, pero vio que no tenía sentido.
– Claro que pienso en las posibilidades – le dijo-. No sólo en lo que te diga el médico, sino también en el futuro. Nuestros quince días están a punto de tocar a su fin.
– Lo sé. Te echaré de menos.
Lo que significaba que no esperaba volverlo a ver. Dylan no se sorprendió. Molly sólo iba a ser parte de su vida temporalmente. Sin embargo, en alguna ocasión en los últimos días, incluso antes de que le hablara del bulto en el pecho, había considerado la posibilidad de repetir aquello más veces. La sola idea debía hacer que saliera corriendo colina arriba, pero… estar con Molly le gustaba.
– Yo también te echaré de menos -le dijo, aunque era quedarse corto.
No podía recordar cómo había sido su mundo sin ella y no quería saberlo. Pero no tenía nada que darle. Sí, tenía dinero y podía ofrecerle vivir en su mansión, pero eso a Molly no le importaría. No podía prometer que la amaría. ¿Qué era el amor? Todavía no lo sabía. Además, se merecía alguien tan maravilloso como ella. Él sólo era un perdedor con una motocicleta que había nacido en la parte pobre de una ciudad. Se había criado con unos padres alcohólicos que no se habían preocupado lo más mínimo por él. Si ellos no lo habían querido, ¿por qué iba a hacerlo otra persona?
– Me has cambiado -dijo Molly, apoyando la cabeza en su mano.
– ¿Qué quieres decir?