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– Te creo -le dijo Dylan, contemplando su mirada intensa.

Molly se quitó la ropa mojada y se envolvió en una toalla.

– ¿Te importa que haga una rápida llamada a Janet? Ella también ha estado preocupada.

– Adelante.

Salió corriendo del cuarto de baño y en un par de segundos oyó su voz alegre, seguida de risas. Se sentía tan feliz por ella. Era lo que se merecía… Había recuperado su trabajo y tenía una segunda oportunidad para hacer las cosas bien. Muy pocas personas la tenían.

Se secó con la toalla. Había dejado la ropa limpia en la habitación, así que se sujetó la toalla alrededor de la cintura y salió a la cocina. En la balda inferior de la nevera, escondida detrás de una bolsa llena de bróculi, había guardado una botella de champán. La había comprado una tarde en que Molly se había quedado echándose la siesta y él había hecho la compra. No creía que la hubiera visto.

Si las noticias hubieran sido malas, habría mantenido oculta la botella y la habría dejado allí al volver a Los Ángeles. Pero había confiado en poder tener la oportunidad de abrirla. Mientras hablaba con su hermana, Dylan sacó dos copas, luego la botella y la abrió. Cuando Molly vio lo que estaba haciendo, sus ojos se agrandaron. Enseguida le dijo a Janet que tenía que dejarla y prometió llamarla al día siguiente.

– ¿Qué es eso? -preguntó.

– ¿A ti qué te parece?

– Champán. ¿Vamos a celebrarlo?

Le pasó su copa y sonrió.

– ¿Tú qué crees?

– Gracias, Dylan -su expresión alegre se tornó seria-. Por todo. Por estar a mi lado y por el champán. Me sorprende que pudieras meterlo en casa sin que me diera cuenta.

– Soy un tipo listo -acercó su copa a la suya-. Por que vivas muchos años rebosante de salud. Por tu futuro.

– Gracias.

Tomaron un sorbo de champán. Dylan la miró, fijándose en cómo la luz del techo de la cocina iluminaba sus rasgos. Era tan bonita y estaba tan feliz que resplandecía. ¿Cómo podía haber pensado alguna vez que era menos que hermosa? Molly era una mujer increíble y se sentía afortunado de haber pasado aquellas semanas con ella. Sólo deseaba que hubiera más.

Pero bastaba con saber que ella estaba bien.

– Estoy aliviado y feliz, pero tú debes de estar en la gloria -le dijo.

Molly se apoyó en la mesa y sonrió.

– Por dentro estoy temblando. No puedo creer que por fin haya tenido respuesta y que haya sido tan buena noticia -se llevó una mano al pecho-. Mis senos están encantados.

– Yo también.

Molly soltó una risita. Cuando se volvió para sacar una silla y sentarse, su toalla se quedó enganchada en una esquina de la mesa y amenazó con caerse. Cuando Molly quiso reafirmarla en su sitio, Dylan le tomó la mano y la detuvo.

– Déjala caer.

Molly se quedó sin aliento. Tragó saliva y lo miró mientras la toalla caía lentamente al suelo.

Antes se habría cubierto rápidamente y le habría dado vergüenza estar desnuda delante de él. Una noche, en la oscuridad, ella le había hablado de su cuerpo, de cómo detestaba que sus senos fuesen tan llenos, y de que pensaba que su vientre sobresalía demasiado y las piernas eran demasiado gruesas. Pero Dylan no veía nada de eso. Veía unas curvas perfectas, una piel suave y blanca, y el lugar dulce entre sus muslos donde encontraba cobijo. Veía a Molly y la deseaba.

Lo miró ociosamente y luego extendió el brazo y tiró de la toalla que llevaba a la cintura.

– Estás demasiado vestido para la ocasión -le dijo con voz ronca y baja. Dylan se puso erecto antes de que la toalla tocara el suelo-. Impresionante -continuó, y lo acarició todo a lo largo.

Tomó un sorbo de champán y luego dejó la copa sobre la mesa. Después, se puso de rodillas, se acercó a él y lo tomó en su boca.

Dylan creyó que iba a morir. O al menos, sus piernas cederían y caería al suelo. Los contrastes eran más de lo que podía asimilar: el calor de su boca, el frío del champán, la suavidad de sus labios y de su lengua, las burbujas del líquido.

Molly lo rodeó y luego lo tomó hasta el fondo. Tenía que detenerla. Estaba tan excitado que estaba a punto de perder el control, así que le puso las manos en los hombros y la separó suavemente. Molly tragó saliva y sonrió.

– Sentía cómo palpitaba, Dylan. Vaya, estabas a punto de…

Dylan se inclinó y la silenció con un beso. Varios minutos más tarde, Molly echó la cabeza hacia atrás y suspiró.

– Está bien, tú ganas. Soy dócil en tus manos. Pero no creas que ese beso ardiente me ha hecho olvidar que estabas a punto de perder el control como un adolescente.

– Te encanta hacerme perder el control -le dijo mientras se arrodillaba frente a ella.

Molly tomó el rostro entre sus manos y lo miró a los ojos.

– Desde luego. Estoy húmeda sólo de pensarlo.

Dylan la tocó y supo que estaba diciendo la verdad. Estaba mojada y dispuesta. Quiso reprimirse. Sólo estaban a unos pasos del dormitorio y tenía sentido buscar la comodidad, pero no podía esperar más.

– Te necesito -gruñó, y la atrajo hacia él.

Molly lo abrazó como si estuviera igual de ansiosa.

– Sí, Dylan, tómame. Hazme el amor. Ayúdame a celebrar el comienzo de una nueva vida.

Mientras se colocaba entre sus piernas, Molly se estiró sobre la alfombra y le dio la bienvenida. La penetró de una sola vez, con fuerza, y los dos jadearon. Se puso de cuclillas para poder acariciarle el pecho. Los pezones ya estaban duros y los atormentó con los dedos. Molly jadeó y luego puso las manos encima de las suyas.

– No pares -jadeó-. No pares porque…

La primera liberación le hizo convulsionarse alrededor de él. Dylan sintió las contracciones de su cuerpo y siguió penetrándola para llevarlos a los dos cada vez más alto. La miró a los ojos, estableciendo un vínculo con ella. Molly gritó dos veces más y luego él mismo alcanzó el clímax. Bajó las manos a sus caderas y la mantuvo quieta para poder terminar. Ella se incorporó un poco y dijo su nombre.

Dylan sintió que estallaba. Al penetrarla por última vez, el cuerpo de Molly se contraía alrededor de su miembro en una última convulsión. No podía imaginar estar con otra persona. Era lo mejor que tenía. Juntos creaban puro gozo.

Más tarde, cuando ya había recuperado el aliento, fueron al dormitorio. Molly se acurrucó junto a él y suspiró.

– No quiero levantarme, pero nos hemos olvidado del champán y tengo que volver a escuchar el mensaje del contestador. Mi médico quiere que la llame mañana y no he tomado nota del teléfono.

– Ya voy yo -dijo Dylan, y bajó de la cama. Después de volver con las copas y la botella y dejarlas en la mesilla de noche, fue en busca del teléfono. Estaba en el mostrador, y en la sala de estar había un bloc de notas y un bolígrafo. Se los llevó al dormitorio. Molly estaba ocupada sirviendo el champán-. ¿Quieres que llame yo?

– Gracias.

Le dio el número de su casa y su clave de acceso. Dylan escuchó el mensaje y tomó nota del número de su médico. Estaba a punto de colgar cuando comprendió que había otro mensaje.

– Ha llamado alguien más -le dijo.

– Seguramente será Janet -repuso ella, y le indicó con la mano que lo escuchara mientras tomaba otro sorbo de champán. Pero la voz no era la de una mujer.

– Oye, Molly. Soy yo, Grant.

Hubo una pausa. Dylan sabía que debía pasarle el teléfono a Molly, que lo que su ex prometido fuera a decirle no era asunto suyo, pero no pudo moverse. Se dio cuenta de que tampoco podía respirar.

– Llevo dos días queriendo llamarte, pero no sabía qué decir -continuó la voz-. Me he comportado como un canalla. No puedo creer lo estúpido que he sido. Supongo que me volví loco con nuestro compromiso. Creo que es eso que les pasa a los hombres cuando piensan que van a perder su libertad o algo así, no estoy seguro -Grant se aclaró la voz-. La cuestión es que he vuelto. No estoy con mi secretaria. No me interesaba, sólo ha sido una aventura. Quiero verte. Molly, te echo de menos y sigo queriéndote. Por favor, ¿podemos hablar? Había algo especial entre nosotros y quisiera una segunda oportunidad. Sé que tengo que compensarte por lo que te he hecho y…