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– Quieren que vuelva.

– Bien. Entonces, ¿cuál es el problema?

– No estabas aquí cuando ocurrió, Grant. Estaba sola. Traté de llamarte aquella noche, pero no estabas en casa. Ahora sé que te habías ido a México. Me llamaste al día siguiente para contármelo.

– No puedo cambiar lo ocurrido, Molly -dijo con los hombros caídos hacia delante-. ¿Qué quieres que diga?

– Quiero que me escuches. No creo que entiendas el impacto que tuvo todo esto en mí.

– Ya veo. Estás utilizando esto como excusa para explicar tu comportamiento. Algo pasó con el tipo de la motocicleta.

– No estoy intentando justificar nada porque no me hace falta. Fuiste tú quien se fue con otra, no al revés -movió la cabeza-. No estás escuchando, Grant. Por favor, escúchame. Al día siguiente de tu llamada, el miércoles, descubrí que tenía un bulto en el pecho. Me estaba examinando en la ducha y…

– ¡Dios mío! Tienes cáncer.

Molly levantó la vista a tiempo de ver cómo daba un paso atrás. Su expresión se volvió tensa, como su cuerpo. Parecía como si tratara de no respirar profundamente.

La última gota de compasión o deber o lo que fuera se secó. Aquel hombre no significaba nada para ella. Le costaba entender qué había visto en él antes. No lamentaba que su relación hubiera terminado… mejor saberlo entonces que cuando estuvieran casados. Lo triste era el contraste entre su reacción y la de Dylan. Dylan, que sólo era un amigo, le había dado consuelo y ánimos. Grant se comportaba como si acabara de exponerse a una enfermedad contagiosa.

– No tengo cáncer -dijo en voz baja, y se enderezó-. Me extirparon el bulto y lo analizaron. Estoy bien.

– Debes de sentirte aliviada -dijo Grant, todavía en estado de shock.

– Lo estoy, pero han sido quince días en el infierno. No sabía si iba a vivir o a morir. Se suponía que yo te importaba y que estarías a mi lado pasara lo que pasara, sin embargo, tuve que pasar por todo esto sola. No puedo confiar en ti y ahora sé que ya no te amo. No creo que te haya amado nunca -Molly se acercó a él y le tendió el anillo. Grant se quedó mirándola fijamente.

– No lo dirás en serio. No permitiré que rompas nuestro compromiso -frunció el ceño-. ¿Estás segura de lo del bulto? No podría ser algo, ya sabes… fatal.

– Mi médico pidió dos opiniones. Ellos están seguros y yo también -se acercó a la puerta y la abrió de par en par-. Adiós, Grant.

Grant salió al pasillo, luego se paró. Molly se preguntó si trataría de convencerla para que no lo despachara. El alegato final de un abogado.

– Estás cometiendo un gran error -le dijo-. No me va a costar nada sustituirte. ¿Puedes decir tú lo mismo?

Le dio el anillo. Después de tanto tiempo, no sentía nada por él. Lo único que quería era que saliera de su vida.

– Sinceramente te digo que me importa un rábano -le dijo, y cerró la puerta tras él.

Se apoyó en el marco y esperó a que el tumulto de emociones remitiera. Había sido un día difícil, por no decir otra cosa. No estaba segura de qué haría después, pero tal vez no hiciera nada.

En sus labios se dibujó una media sonrisa. No todos los días entregaba una mujer dos anillos de compromiso, pensó. La sonrisa se esfumó y Molly se dejó caer al suelo. Mientras doblaba las rodillas y se las llevaba al pecho, las primeras lágrimas empezaron a derramarse.

– No sé qué voy a hacer -dijo Molly tres días después. Estaba tumbada en el sofá, hablando por el teléfono inalámbrico. Se puso de costado-. He resuelto dos de los tres asuntos importantes de mi vida. Eso es algo.

– No quiero presionarte… -dijo Janet.

– Sí que quieres -la interrumpió Molly con una sonrisa.

– Está bien -rió Janet entre dientes-, tal vez un poquito. Lo bastante para mantenerte motivada. Estoy encantada con que no tengas nada y estoy de acuerdo con tu decisión de despachar a Grant, pero tienes que decidirte sobre tu trabajo. No van a mantener la oferta para siempre.

– No les pido que lo hagan. Dije que lo decidiría a finales de mes. Mira, Janet, me despidieron. No voy a dar saltos sólo porque hayan cambiado de idea.

– ¿Y si contratan a otra persona en tu lugar?

– Entonces, encontraré otro trabajo -inspiró profundamente-. Cuando todo mi mundo se venía abajo y esperaba oír las noticias del médico, me prometí que nunca volvería a acomodarme. Quiero vivir mi vida. Siempre he tenido miedo y he apostado por lo seguro, pero ya estoy harta. Por desgracia, no sé qué es lo verdaderamente importante para mí, así que voy a tomarme un tiempo para pensarlo.

– Te comprendo -dijo Janet lentamente-. Excepto en una cosa.

– ¿Cuál?

– ¿Por qué no me dijiste que te habías enamorado de Dylan?

Molly se incorporó. No debía sorprenderse, Janet siempre había sido capaz de leer sus pensamientos.

– ¿Cómo lo has adivinado?

– Cuando hablamos mientras estabas fuera, no hacías más que decir su nombre. Lo amable que era, lo mucho que os estabais divirtiendo. Entonces, dejaste de hablar de él. No creí que hubiese dejado de ser maravilloso, así que llegué a la conclusión evidente. Que había pasado algo entre los dos.

– No fue lo que estás pensando -Molly agarró con fuerza el teléfono-. Nosotros… -se quedó sin voz-. ¿Te enfadarás?

– Molly, no te preocupes por eso. Lo nuestro terminó hace mucho tiempo. No pienso en él y estoy segura de que él tampoco piensa en mí. Soy muy feliz con mi vida.

Molly sabía que era cierto, pero era agradable oír su confirmación.

– No planeé que ocurriera nada de esto, pero pasó. Fue tan bueno conmigo y siempre lo había considerado mi amor platónico. Una cosa llevó a otra y comprendí que lo amaba.

– ¿Qué siente él por ti?

Molly sonrió con tristeza.

– Le gusto mucho. Cree que soy especial. Por razones que todavía no comprendo, piensa que soy muy bonita.

– Eso es porque eres muy bonita.

– Sí, claro. Tú eres mi hermana, tienes que hablar bien de mí. Pero Dylan no, así que supongo que decía la verdad. Es tan bueno y amable. No sé por qué aceptó a venir conmigo, pero le estaré agradecida el resto de mi vida.

– No se lo dijiste, ¿verdad?

Molly cerró los ojos. Allí estaba, la verdad de la que había estado intentando esconderse. Le había dicho a Dylan que lo amaba. Suponía que en el fondo había confiado en que iría a buscarla. Que se presentaría en su motocicleta y la llevaría con él.

Pero esas cosas no ocurrían en la vida real. Dylan no era la clase de hombre que se comprometía con una mujer, y probablemente se alegraba de sentirse libre otra vez.

– Prometí que no me arrepentiría de nada, así que, sí, se lo dije. No se ha puesto en contacto conmigo desde entonces. No importa – dijo enseguida, y luego miró por la ventana a los árboles que había en el jardín-. Me ayudó a pasar unos momentos muy duros para mí. Tengo los recuerdos y la fuerza. Es suficiente.

– ¿Lo es? -preguntó su hermana.

– Tiene que serlo. Así que de momento, estoy pensando en lo que quiero hacer. Durante la próxima semana tomaré algunas decisiones. Tal vez acepte la oferta de trabajo o tal vez encuentre otro. He estado pensando en volver a estudiar y hacer un master.

– Tienes razón -suspiró Janet-. Tienes que decidirte. Siento haberte presionado.

– Yo no lo siento. Me recuerda que te preocupas por mí y te lo agradezco.

– Llámame en un par de días y hazme saber lo que haces, ¿de acuerdo?

– Te lo prometo.

Se despidieron y colgaron el teléfono. Molly agradecía que su hermana estuviera preocupada, pero ella no lo estaba. La respuesta le vendría pronto. Tenía fe y paciencia. También tenía la satisfacción de saber que no lamentaba nada de lo que había pasado con Dylan. Sí, habría sido maravilloso que él hubiese querido quedarse, pero eso no podía controlarlo. Había hecho lo posible. Conocía la diferencia entre no renunciar sin luchar y darse de cabezazos contra una pared. Si la deseaba, sabía dónde encontrarla. Al menos, por el momento.