Recordé que había leído invertida la letra cuadrada de Rhea cuando lo escribió. Me sentí abrumada al ver cómo aquel hombre había manipulado los hechos para adaptarlos a sus deseos y le pregunté con mucha frialdad cómo había dado con la casa de Max, ya que su teléfono privado no figura en la guía telefónica.
– Ha sido muy fácil -dijo riéndose con entusiasmo infantil, olvidando su enfado-. Dije en la sala de conciertos que era primo de Michael Loewenthal y que necesitaba verlo urgentemente antes de que se fuera de la ciudad.
– ¿Y allí le dieron esta dirección? -pregunté estupefacta. El acoso a los músicos constituye un problema tan serio que ningún gerente de orquesta que se precie facilita la dirección de ninguno de ellos.
– No, no -dijo volviendo a reírse-. Si es usted detective, esto le va a divertir e, incluso, puede que le sirva de algo en su trabajo. Intenté que en la sala me dieran la dirección pero era una gente muy estirada, así que hoy he ido al concierto. ¡Qué hermoso don el de Michael! ¡Qué maravillosamente toca el chelo! Cuando acabó, fui a felicitarle a su camerino, pero eso tampoco fue nada fácil. Ponen muchas dificultades para poder saludar a los intérpretes -dijo frunciendo el ceño con un resentimiento fugaz-. Para cuando logré pasar, mi primo Michael ya se había ido, pero oí cómo otros músicos hablaban de la fiesta que daba Max esta noche, así que llamé al hospital en el que trabaja y les dije que era de la orquesta y que había perdido la dirección de su casa. Fueron a preguntar a alguien de administración y me tuvieron esperando un buen rato porque es domingo y por eso he llegado tarde, pero por fin me dieron la dirección.
– ¿Y cómo sabe usted dónde trabaja el señor Loewenthal? -me estaba liando tanto con su narración, que sólo era capaz de captar algunos detalles.
– Figura en el programa. En el programa de las conferencias de la Birnbaum -me contestó sonriendo orgulloso-. ¿No le parece ingenioso haber dicho que yo era uno de los músicos? ¿No hacen cosas así los investigadores como usted para encontrar a una persona?
Me puso furiosa que tuviese razón. Era exactamente lo que yo habría hecho.
– Con independencia de lo ingenioso que haya sido, está usted aquí a causa de una equivocación. Max Loewenthal no es primo suyo.
Puso una sonrisa indulgente.
– Ya, ya, estoy seguro de que está usted protegiéndole. Rhea ya me dijo que usted protegía su identidad y que ella la respetaba por eso, pero tenga en cuenta lo siguiente: él quiere saber cosas sobre mí. ¿Qué otra razón podría tener si no fuera cierto que somos parientes?
Seguíamos en el umbral de la puerta.
– Usted sabe que aquí se está celebrando una fiesta. El señor Loewenthal no le puede prestar la adecuada atención esta noche. ¿Por qué no me da su dirección y su número de teléfono? El estará encantado de ponerse en contacto con usted cuando pueda atenderle. Ahora debería usted irse a su casa antes de verse en la embarazosa situación de tener que dar explicaciones ante una sala llena de extraños.
– Usted no es la esposa ni la hija de Max. Usted es sólo una invitada como yo -me soltó-. Quiero encontrarme con él ahora que su hijo y su amigo todavía están aquí. ¿Quién es su amigo? Había tres hombres de una edad similar tocando en el concierto.
Por el rabillo del ojo vi a un par de personas que volvían desde el comedor. Tomé a Radbuka o Ulrich o quienquiera que fuese por el codo.
– ¿Por qué no nos vamos a sentar en una cafetería donde podamos hablar de esto en privado? Así podríamos tratar de averiguar si hay alguna posibilidad de que usted esté emparentado con alguien del círculo del señor Loewenthal. Este foro público no es el mejor lugar para hacerlo.
Se zafó de mi mano.
– Oiga, usted ¿a qué se dedica? ¿A buscar joyas perdidas o perros extraviados? Usted investiga objetos perdidos, pero yo no soy ningún objeto, soy un hombre. Después de todos estos años, y de todas estas muertes y separaciones, pensar que puedo tener algún familiar que haya sobrevivido al Shoah… No quiero perder ni un segundo más sin poder verlo, y no hablemos de esperar semanas o años, mientras usted se dedica a recopilar información sobre mí -la voz se le fue poniendo ronca por la emoción.
– Yo pensaba que… En la entrevista que le hicieron la semana pasada en televisión dijo usted que había descubierto su pasado hacía poco.
– Pero ha estado rondándome todo el tiempo, aunque yo no me diese cuenta. Usted no tiene ni idea de lo que es crecer junto a un monstruo, a un sádico y no lograr entender nunca la razón de su odio: se había pegado a alguien a quien odiaba para obtener un visado de entrada en Estados Unidos. Si yo hubiese sabido quién era en realidad y lo que había hecho en Europa, habría hecho que le deportaran. Y ahora que tengo la oportunidad de encontrarme con mi auténtica familia… No. No voy a permitir que usted se interponga en mi camino.
Las lágrimas le surcaban el rostro.
– Aunque así fuese… Si me deja sus datos, me ocuparé de que lleguen a manos del señor Loewenthal. El organizará una cita con usted lo antes posible, pero esto…, enfrentarse a él en medio de una reunión en su casa, ¿qué tipo de recibimiento puede usted esperar? -le dije intentando ocultar mi ansiedad y mi consternación bajo una sonrisa beatífica, copiada de la de Rhea Wiell.
– El mismo recibimiento que yo le daría a él, el sincero abrazo de un superviviente de las cenizas del Holocausto a otro. Es algo que usted no puede entender.
– ¿Qué hay que entender? -preguntó el propio Max que, de improviso, hizo su aparición del brazo del oboe del grupo Cellini-. Victoria, ¿es algún invitado al que me quieras presentar?
– ¿Es usted Max? -dijo Radbuka abriéndose paso hacia él y asiendo su mano con una expresión de placer en el rostro-. Quisiera encontrar las palabras adecuadas para expresar lo mucho que esta noche significa para mí. Haber conseguido saludar a mi auténtico primo. Oh, Max, Max.
Max nos miraba a Radbuka y a mí, una y otra vez, con un desconcierto tan grande como el mío.
– Perdone, no sé… Ah, usted…, usted es… Victoria, ¿es esto cosa suya?
– No, es todo cosa mía -respondió pavoneándose-. Victoria mencionó tu nombre cuando estuvo con Rhea y yo comprendí que tenías que ser primo mío, bueno, tú o tu amigo. ¿Qué otra razón podía tener Victoria para proteger tanto tu intimidad?
Radbuka se adaptaba con gran rapidez al entorno: cuando llegó no sabía mi nombre y ya era Victoria para él. Y además suponía, como hacen los niños, que todo aquel a quien se dirigía sabía quiénes eran las personas de su entorno, como Rhea.
– Pero ¿por qué ha hablado de mí con esa psicóloga? -preguntó Max.
Entre la gente que había empezado a reunirse tras él se hallaba Don Strzepek, que en aquel momento se adelantó.
– Lo lamento, señor Loewenthal, pero yo soy el culpable. Sólo mencioné su nombre de pila, pero Rhea Wiell se imaginó de inmediato que se trataba de usted, porque su nombre figuraba en el programa de conferencias de la Birnbaum.
Yo hice un gesto de impotencia.
– Le estaba sugiriendo al señor Radbuka que subiera conmigo para hablar tranquilamente de su situación.
– Excelente idea. ¿Por qué no deja que la señora Warshawski le consiga algo de comer y suben a mi estudio? Yo me reuniré con ustedes dentro de una hora más o menos -Max se hallaba por completo desconcertado, pero intentaba manejar aquella situación con diplomacia.
Paul se rió, moviendo la cabeza arriba y abajo.
– Ya sé, ya sé. Rhea ya me sugirió que, tal vez, no quisieras hacer público nuestro parentesco. Pero no tienes nada que temer, de verdad. No te voy a pedir dinero ni nada parecido. El hombre que decía ser mi padre me dejó en buena posición. Aunque, dado que su dinero procedía de hechos monstruosos, tal vez no debería tocarlo. Pero, ya que no se preocupó de mí afectivamente, por lo menos, intentó compensarlo con el dinero.