– Ha acudido usted a mi casa con unas expectativas falsas. Le aseguro, señor Radbuka, que yo no estoy emparentado con su familia.
– ¿Te sientes avergonzado? -le espetó Radbuka-. Yo no he venido aquí para ponerte en una situación embarazosa sino simplemente a encontrar a mi familia, para ver qué puedo saber sobre mi pasado, sobre mi vida antes de estar en Terezin.
– Lo poco que yo pueda saber se lo diré en otro momento. Cuando disponga de tiempo para atenderle con la debida corrección -dijo Max tomándole por el brazo e intentando sin resultado llevarlo hacia la puerta-. Y, entonces, podrá contarme lo que usted sepa. Dele su número de teléfono a la señora Warshawski y yo me pondré en comunicación con usted. Mañana mismo, se lo prometo.
A Radbuka se le contrajo el rostro como a un niño que está a punto de ponerse a llorar. Reiteró su explicación de que no podía esperar ni un minuto más.
– Mañana tu amigo el músico ya se habrá ido. ¿Y si es él mi primo? ¿Cómo voy a encontrarlo después?
– Pero ¿no ve usted -empezó a decir Max inútilmente- que todo este darle vueltas y vueltas al mismo asunto sin tener suficiente información sólo pone las cosas más difíciles para usted y para mí? Por favor, permita que la señora Warshawski le acompañe arriba para hablar con tranquilidad o dele su número de teléfono y vayase a casa.
– Pero es que he venido aquí en un taxi. Yo no sé conducir. No tengo forma de volver a casa -gritó Radbuka con una especie de desconcierto infantil-. ¿Por qué no soy bienvenido?
Como la gente iba acabando de cenar, cada vez había más personas que pasaban por el recibidor para dirigirse a la sala. Aquel altercado al pie de la escalera era como un pararrayos que atraía su atención. La muchedumbre empezó a apiñarse en torno a Max.
Yo volví a tomar del brazo a Paul.
– Sí que es usted bienvenido, pero no puede organizar una discusión en el recibidor en medio de una fiesta. A Rhea no le gustaría que usted se alterara tanto, ¿no es cierto? Vamos a sentarnos en algún sitio donde estemos cómodos.
– No me iré hasta que haya conocido al músico amigo de Max -dijo en plan testarudo-. No hasta que no me haya dicho que me conoce y que recuerda a mi madre, a la que vi cómo arrojaban viva a una fosa de cal.
Lotty, que acababa de aparecer por la puerta que conectaba la sala con el recibidor, se abrió paso entre el grupo de gente, hasta llegar a mi lado.
– ¿Qué está pasando, Victoria?
– Es ese tipo que dice llamarse Radbuka -musité bajito-. Ha llegado hasta aquí gracias a un cúmulo de desafortunadas coincidencias y averiguaciones.
Por detrás de nosotras oímos que una señora repetía la misma pregunta de Lotty. Y también oímos la respuesta: «No estoy seguro, pero me parece que ese hombre está diciendo que Cari Tisov es su padre o algo así».
Radbuka también lo había oído.
– ¿Cari Tisov? ¿Es ése el nombre del músico? ¿Está aquí?
A Lotty se le abrieron los ojos como platos del espanto. Yo me giré dispuesta a negar el rumor antes de que se extendiera, pero el gentío iba aumentando y el rumor se propagaba por toda la habitación como el fuego en un pajar. La aparición de Cari al fondo provocó un súbito silencio.
– ¿Qué es esto? -preguntó tan contento-. ¿Estás haciendo una vigilia de oración, Loewenthal?
– ¿Ése es Cari? -preguntó Paul con el rostro iluminado de nuevo-. ¿Eres tú mi primo? Oh, Cari, estoy aquí, soy tu pariente perdido hace tiempo. ¿O tal vez somos hermanos? Por favor, ¿quieren apartarse? Necesito llegar hasta él.
– Esto es horrible -me susurró Lotty al oído-. ¿Cómo ha llegado hasta aquí? ¿Cómo ha llegado a la conclusión de que es pariente de Cari?
La gente se había quedado helada, con esa vergüenza ajena que uno siente cuando se está ante un adulto que es incapaz de controlar sus emociones. Mientras Paul intentaba abrirse camino entre aquella multitud, Calia apareció de pronto gritando desde lo alto de la escalera. Los demás niños la seguían, chillando a pleno pulmón, mientras bajaban por la escalera a todo correr. Lindsey iba corriendo tras ellos, intentando restablecer el orden. Algún juego se le debía de haber ido de las manos, Calia se detuvo en el descansillo inferior al darse cuenta de la numerosa audiencia con que contaba. Luego, soltó un chillido riéndose y señaló a Paul.
– Mirad, es el lobo malo que quiere comerse a mi abuelo y, luego, va a venir por nosotros.
Todos los niños siguieron la consigna.
– Es el lobo, es el lobo. Es el lobo grande y malo.
Cuando Paul se dio cuenta de que era el objeto de sus burlas, empezó a temblar y pensé que se iba a poner a llorar de nuevo.
Agnes Loewenthal se abrió paso a codazos entre la gente que llenaba el recibidor. Subió pisando fuerte hasta el primer descansillo y levantó a su hija.
– Ha colmado usted mi paciencia, jovencita. Habíamos quedado en que los niños se iban a quedar en el cuarto de jugar con Lindsey. Estoy muy enfadada con su comportamiento, señorita. Ya es más que hora de bañarse y de irse a la cama. Por hoy ya ha habido suficiente agitación.
Calia se puso a berrear, pero Agnes se la llevó al piso de arriba, impertérrita. Los demás niños se callaron todos de golpe. Y subieron de puntillas los escalones detrás de una Lindsey toda colorada.
Aquel pequeño drama con los niños desheló a la multitud. Se dejaron conducir por Michael al salón delantero donde ya estaban sirviendo el café. Vi a Morrell, que había aparecido por allí cuando yo tenía la atención puesta en Calia, hablando con Max y Don.
Radbuka se cubría el rostro, todo angustiado.
– ¿Por qué me trata así todo el mundo? El lobo, el lobo grande y malo. Eso es lo que me decía mi padre adoptivo. Ulrich quiere decir lobo en alemán, pero ése no es mi nombre. ¿Quién les ha dicho a los niños que me llamen así?
– Nadie -contesté yo crispada y habiendo perdido ya la simpatía que pudiera haberme inspirado-. Los niños estaban jugando como hacen todos los niños. Aquí nadie sabe si Ulrich significa lobo grande y malo en alemán.
– Además no significa eso.
Me había olvidado de que Lotty estaba a mi lado.
– Es uno de esos nombres medievales totémicos, que quiere decir caudillo con el espíritu del lobo o algo así -dijo, y añadió unas palabras en alemán dirigiéndose a Paul.
Paul empezó a contestar en alemán pero, enseguida, adelantó el labio inferior, como hace Calia cuando se pone testaruda.
– No voy a utilizar la lengua de mi esclavitud. ¿Es usted alemana? ¿Conoció usted al hombre que decía ser mi padre?
Lotty suspiró.
– Soy estadounidense, pero hablo alemán.
El talante de Paul volvió a experimentar un cambio. Sonrió a Lotty.
– Pero, usted es amiga de Max y de Cari, así que he hecho bien viniendo aquí. Si conoce a mi familia, ¿conoció a Sofie Radbuka?
Al oír aquella pregunta, Cari se volvió y se quedó mirándole.
– ¿De dónde diablos ha sacado usted ese nombre? Lotty, ¿qué sabes tú de esto? ¿Has traído tú a este hombre para burlarte de Max y de mí?
– ¿Yo? -dijo Lotty-. Yo… Necesito sentarme. Se le había puesto la cara blanca como el papel. Tuve el tiempo justo para agarrarla cuando se le doblaron las rodillas.
Capítulo 17
Desenterrando el pasado
Morrell me ayudó a llevar a Lotty a la terraza acristalada, donde la acostamos en un sofá de mimbre. No había perdido el conocimiento del todo, pero estaba muy pálida y agradeció poder tumbarse. Max, con la preocupación reflejada en el rostro, la cubrió con una manta afgana. Manteniendo la calma como siempre, le dijo a Don que fuese a pedirle un frasco de amoniaco al ama de llaves. Cuando empapé un pañuelo y se lo pasé por debajo de la nariz, Lotty fue recuperando el color. Se incorporó hasta quedar sentada y pidió insistentemente a Max que volviera con sus invitados. Después de asegurarle que ya estaba mucho mejor, él aceptó de mala gana regresar a la fiesta.