Radbuka estaba sentado adelantando el labio inferior sin ni siquiera darse por enterado de la propuesta. Cuando Morrell, tras echar un vistazo al reloj, le dijo que iba a acercarle a su casa, Radbuka se negó a levantarse.
Max le dirigió una mirada muy dura.
– Ahora tiene que irse, señor Radbuka, a menos que desee crear una situación que le impida volver más a esta casa.
Con el rostro de payaso convertido en una máscara trágica, Radbuka se puso en pie. Con Morrell y Don tomándole del brazo, como celadores de una residencia de lujo para enfermos mentales, se dirigió, arrastrando los pies y con gesto hosco, hacia la puerta.
Capítulo 18
Viejos amantes
La fiesta había terminado en la planta baja. Los camareros estaban recogiendo las sobras, limpiando con la aspiradora los restos de comida caídos en la alfombra y fregando los últimos platos. En el salón Cari y Michael discutían el tempo adecuado de un soneto de Brahms, tocando al piano un pasaje, mientras Agnes los observaba sentada con las piernas recogidas sobre el sofá.
Levantó la mirada cuando aparecí por la puerta, y se puso apresuradamente en pie para venir corriendo a mi encuentro, antes de que yo pudiera salir de la casa, tras Morrell y Don.
– Vic, pero ¿quién era ese hombre tan raro? Su irrupción ha puesto a Cari fuera de sí. Fue a la terraza y se puso a gritarle a Lotty hasta que Michael fue a pararle. ¿Qué es lo que está ocurriendo?
– Sinceramente, no lo sé -dije-. Ese tipo cree que pasó su niñez en un campo de concentración. Dice que hasta hace poco no descubrió que su verdadero apellido era Radbuka, y ha venido aquí con la esperanza de que Max o Cari fueran parientes suyos o de que alguien de sus amigos en Inglaterra tuviera familiares con ese apellido.
– Pero eso no tiene ningún sentido -dijo Agnes alzando la voz.
Max bajó por la escalera con un paso de cansancio infinito.
– Ya se ha ido, ¿verdad, Victoria? No, no tiene ningún sentido. Esta noche nada tiene demasiado sentido. Incluso que Lotty se haya desmayado… cuando la he visto extraer una bala sin pestañear. ¿Tú qué piensas de él, Victoria? ¿Te has creído su historia? Es un cuento extraordinario.
Yo estaba tan cansada que veía lucecitas flotando frente a mis ojos.
– No sé qué pensar. Es tan voluble que pasa de las lágrimas al júbilo y vuelta atrás en treinta segundos. Y, cada vez que escucha una nueva información, cambia la historia. ¿Dónde nació? ¿En Lodz? ¿En Berlín? ¿En Viena? Me sorprende que Rhea Wiell hipnotizara a un ser tan inestable… Yo hubiera supuesto que con eso haría añicos su frágil conexión con la realidad. Aunque todos esos síntomas bien podrían ser consecuencia, justamente, de lo que le sucedió. Una infancia en Terezin… No sé cómo puede uno recuperarse de eso.
En el salón, Michael y Cari tocaban al piano el mismo pasaje una y otra vez, con variaciones en el tempo y en el tono, demasiado sutiles para mí. Tanta repetición estaba empezando a crisparme.
La puerta que daba a la terraza se abrió y Lotty apareció en el recibidor, pálida pero ya repuesta.
– Lo siento, Max -musitó-. Siento haberte dejado solo para lidiar con él, pero no podía enfrentarme a la situación. Y, por lo visto, Cari tampoco… Ha venido a reprocharme por no acompañarte al piso de arriba. Pero veo que ahora ha vuelto al mundo de la música dejando este asunto en nuestras manos.
– Lotty -dijo Max levantando una mano-, si Cari y tú queréis seguir peleando, hacedlo en otro sitio. Ninguno de vosotros ha contribuido en nada a lo que ha estado ocurriendo arriba, pero hay una cosa que querría saber…
El timbre de la puerta le interrumpió. Era Morrell que volvía con Don.
– Debe de vivir muy cerca -dije yo-. No hace ni un minuto que os marchasteis.
Morrell vino hacia mí.
– Nos pidió que le acercáramos a algún sitio en el que pudiera tomar un taxi, cosa que, francamente, agradecí. Un rato con ese tipo es más que suficiente para mí, así que le dejé enfrente de Orrington, al lado de una parada de taxis.
– ¿Te has quedado con su dirección?
Morrell negó con la cabeza.
– Se la pregunté cuando nos subimos al coche, pero me contestó que volvería a su casa en un taxi.
– Yo también intenté que me la diera -dijo Don- porque, evidentemente, quiero llegar a entrevistarlo, pero decidió que éramos unas personas que no le inspiraban confianza.
– Está chiflado -dije-. Ahora estoy como al principio, a menos que pueda seguirle la pista al taxi.
– ¿Y qué os ha contado ahí arriba? -preguntó Lotty-. ¿Ha dicho algo acerca de cómo ha llegado a saber que su apellido era Radbuka?
Me apoyé en Morrell porque ya no me tenía en pie de cansancio.
– Sólo unas cuantas paparruchas más sobre los misteriosos documentos de su padre, bueno, de su padre adoptivo, que probaban que había sido miembro de los Einsatzgruppen.
– ¿Qué es eso? -preguntó Agnes con la preocupación reflejada en sus ojos oscuros.
– Unas fuerzas especiales que cometieron atrocidades terribles en la Europa del Este durante la guerra -contestó Max lacónicamente-. Lotty, ya que te encuentras mejor, querría que ahora me dieras una información: ¿quién es Sofie Radbuka? Ese hombre ha dicho esta noche que se trata de un nombre que ha encontrado en la Red, pero creo que nos deberías explicar a Vic y a mí por qué su mención te ha afectado tanto.
– A Vic ya se lo he dicho -respondió Lotty-. Le he explicado que los Radbuka eran una de las familias sobre las que tú hiciste indagaciones para nuestro grupo de amigos en Londres.
Había estado a punto de decirle a Morrell que nos fuéramos a casa, pero, como quería oír lo que Lotty tuviera que decirle a Max, le pregunté:
– ¿Podemos sentarnos? Tengo los pies destrozados.
– Por supuesto, Victoria -contestó Max, acompañándonos a la sala en la que Cari y Michael aún seguían con la música.
Michael levantó la mirada hacia nosotros, le dijo a Cari que podrían continuar la discusión de camino a Los Ángeles y se acercó para sentarse junto a Agnes. Me lo imaginé sentado en el avión, con el violonchelo entre las piernas, tocando los doce compases una y otra vez mientras Cari los interpretaba con su clarinete con un tempo diferente.
– Tú no has comido nada, ¿verdad? -me preguntó Morrell-. Voy a ver si encuentro algo por ahí. Te sentirás mejor.
– Pero ¿no has cenado? -exclamó Max-. Todo este jaleo me está haciendo olvidar hasta la más elemental cortesía.
Mandó a uno de los camareros que trajera de la cocina una bandeja con lo que hubiera sobrado y algunas bebidas.
– Y ahora, Lotty, ha llegado tu turno de subir al estrado. He respetado tu intimidad durante todos estos años y voy a continuar haciéndolo, pero necesito que nos expliques por qué el nombre de Sofie Radbuka te ha puesto tan nerviosa esta noche. Ya sé que estuve buscando a unos Radbuka en Viena después de la guerra porque tú me lo pediste. ¿Quiénes eran?
– No me impresionó oír ese apellido otra vez -dijo Lotty-. Ha sido todo en general… -se detuvo, mordiéndose un labio como una colegiala al ver que Max negaba con la cabeza-. Era… Era una persona del hospital -murmuró Lotty mientras miraba la alfombra-. El de la Beneficencia. No quiso que se supiera su nombre.
– Así que era eso -dijo Cari, con un tono envenenado que nos sobresaltó a todos-. Lo sabía. Lo sabía y tú siempre lo negabas.
Una oleada de un carmesí tan intenso como su chaqueta tiñó el rostro de Lotty.
– Me hiciste unas acusaciones tan estúpidas que no creí que merecieras una explicación.
– ¿Sobre qué? -preguntó Agnes, tan perpleja como yo.
– A estas alturas -dijo Cari-, ya os habréis dado cuenta de que Lotty y yo fuimos amantes durante varios años, cuando estábamos en Londres. Yo pensé que aquello era para siempre, pero no había caído en la cuenta de que Lotty se había casado con la medicina.