– Sí, claro, ¡lo tuyo con la música es diferente! -contestó bruscamente Lotty.
– Bien -dije yo, mientras me inclinaba un poco para servirme unas patatas gratinadas y algo de salmón de la bandeja que había traído el camarero-. Los dos teníais una vocación muy marcada. Ninguno de los dos iba a ceder un ápice. Pero ¿qué ocurrió entonces?
– Lotty contrajo la tuberculosis, o eso es lo que dijo -musitó Cari. Se volvió hacia Lotty-. Nunca me dijiste que estabas enferma. Ni siquiera te despediste de mí. Recibí tu carta… ¡Vaya una carta! Un anuncio por palabras en The Times me habría dado más información. Cuando volví de Edimburgo allí estaba: una nota fría y críptica. Crucé la ciudad a la carrera y aquella imbécil de casera que tenías, aún puedo ver su cara, con aquella horrible verruga en la nariz llena de pelos, me lo dijo. Me lo dijo con una sonrisita. Por ella me enteré de que te habías ido al campo, por ella me enteré de que ). habías dejado instrucciones de que te enviara el correo a casa de Claire Tallmadge, la Reina de Hielo. No fuiste tú quien me lo dijo. Yo te amaba y creía que tú también me amabas, pero no fuiste capaz ni siquiera de decirme adiós.
Se detuvo, tratando de recobrar el aliento, y luego siguió dirigiéndose a Lotty con amargura:
– Hasta el día de hoy sigo sin comprender por qué dejaste que esa Tallmadge te manejara de la forma en que lo hizo. Era tan…, tan altanera. Para ella tú eras su mascotita judía. ¿Es que nunca te diste cuenta de cómo te miraba por encima del hombro? Y toda su familia, la insulsa de su hermana Vanessa y su insoportable marido, ¿cómo se llamaba?, ¿Mermelada?
– Marmaduke -dijo Lotty-, como bien sabes, Cari. Aparte de que tú tenías celos de cualquiera al que le prestase más atención que a ti.
– ¡Dios mío! ¡Cómo sois! -dijo Max-. Deberíais subir con Calia al cuarto de jugar. ¿No podéis ir al grano?
– Y, aparte -continuó Lotty poniéndose toda colorada ante la crítica de Max-, cuando regresé al hospital, Claire… Claire consideró que mi amistad no era conveniente para ella. Ella… Ni siquiera he sabido que se había jubilado hasta esta primavera en que lo vi en el boletín del Hospital de la Beneficencia.
– ¿Y qué tienen que ver los Radbuka con todo esto? -preguntó Don.
– Fui a ver a la Reina Claire -gruñó Cari-, y me dijo que le enviaba su correspondencia a Lotty a una oficina de correos de Axmouth, a la atención de Sofie Radbuka. Cuando te escribí, me devolvieron la carta con una nota garabateada en el sobre diciendo que no había nadie con ese nombre. Un lunes tomé un tren en Londres y luego recorrí a pie cinco kilómetros a través de la campiña hasta llegar a una casa de campo. Dentro había luces, Lotty, pero tú no quisiste abrir la puerta. Estuve allí toda la tarde, pero tú no saliste.
»Y, pasados seis meses, de pronto Lotty apareció otra vez en Londres. No me dijo ni una palabra. No respondió a mis cartas. No me dio ninguna explicación. Como si todo lo que habíamos vivido juntos no hubiera existido jamás. ¿Quién era Sofie Radbuka, Lotty? ¿Era tu amante? ¿Os pasasteis toda aquella tarde riéndoos de mí?
Lotty estaba sentada en un sillón con los ojos cerrados. Las arrugas de su rostro estaban muy marcadas. Tenía un aspecto cadavérico y sólo de pensarlo hizo que se me encogiera el estómago.
– Sofie Radbuka ya no existía, así que tomé prestado su nombre -dijo Lotty con un hilillo de voz y sin abrir los ojos-. Ahora parece una estupidez, pero en aquellos días todos hacíamos cosas inexplicables. Las únicas cartas que aceptaba eran las del hospital, todas las demás las devolvía sin leerlas, como hice con las tuyas. Tenía una enfermedad mortal. Necesitaba estar sola mientras me enfrentaba a ella. Yo te amaba, Cari, pero nadie podía acompañarme en aquel lugar solitario. Ni tú, ni Max, ni nadie. Cuando… me recuperé… no me sentía capaz de hablar contigo. Lo…, lo único que podía hacer era borrón y cuenta nueva. Tú…, tú nunca me pareciste inconsolable.
Max se sentó a su lado y le sujetó la mano, pero Cari empezó a pasearse, furioso, por la sala.
– ¡Sí! Tuve amantes -soltó Cari por encima del hombro-. Un montón de amantes para que tú te enteraras, pero tuvieron que pasar muchos años hasta que volví a enamorarme y, para entonces, ya había perdido la práctica y no conseguí que durara. Tres matrimonios en cuarenta años y no sé cuántas amantes entre uno y otro. Soy el referente por excelencia entre las mujeres de las orquestas.
– A mí no me eches la culpa de eso -dijo Lotty fríamente, mientras se erguía en la silla-. Tú puedes actuar como te plazca. No tengo por qué cargar con esa responsabilidad.
– Sí, tú puedes elegir ser tan distante como siempre. Pobre Loewenthaclass="underline" él quiere casarse contigo y no puede entender por qué tú no quieres. No se da cuenta de que tú estás hecha de bisturíes y ligaduras y no de corazón y músculos.
– Cari, puedo manejar mis propios asuntos yo solo -dijo Max, entre bien humorado y exasperado-. Pero volviendo al presente, si me lo permitís, ¿de dónde ha sacado el nombre de Radbuka el hombre que ha venido esta noche, si esa familia ya no existe?
– Claro -dijo Lotty-. Por eso es por lo que me sobresalté al oírlo.
– ¿Tienes alguna idea de cómo averiguarlo, Victoria?
Bostecé con fiereza.
– No lo sé. No sé cómo conseguir que me deje ver esos misteriosos documentos. El otro cabo de la investigación sería su pasado. No sé si todavía existirán archivos en Inmigración correspondientes a los años 1947 o 1948, que sería cuando vino a este país. Suponiendo que sea verdad que fue un inmigrante.
– Por lo menos habla alemán -dijo Lotty inesperadamente-. Cuando llegó, me pregunté si habría algo de cierto en su historia. Ya sabéis que en el vídeo decía que había llegado aquí siendo pequeño y que hablaba alemán, así que le pregunté en alemán si le habían contado de pequeño el mito que asimilaba a los Ulrich a los caudillos de las manadas de lobos y está claro que me entendió.
Intenté recordar la secuencia del diálogo que había tenido lugar en el recibidor pero no conseguía tenerlo claro.
– Fue cuando dijo que no iba a hablar en el idioma de su esclavitud, ¿verdad? -se me escapó otro bostezo-. Bueno, ya está bien por esta noche. Cari, Michael, el concierto ha sido magnífico. Deseo que el resto de la gira sea igual y que todo este alboroto no afecte a vuestra música. ¿Tú vas a ir con ellos? -pregunté dirigiéndome a Agnes.
Negó con la cabeza.
– Van a estar de gira cuatro semanas más. Calia y yo nos vamos a quedar en casa de Max otros cinco días y luego nos volveremos directamente a Londres. Calia debería estar ya en el Kindergarten pero queríamos que pasara unos días con su Opa.
– Durante los cuales me voy a aprender de memoria la historia de Ninshubur, el perro fiel -dijo Max sonriendo, aunque conservando la seriedad en la mirada.
Morrell me agarró de la mano.
Juntos nos dirigimos a trompicones hasta su coche mientras Don nos seguía, metiéndose su ración de nicotina en el cuerpo. Una patrulla municipal de Evanston estaba inspeccionando el adhesivo del permiso de aparcamiento del coche de Morrelclass="underline" el ayuntamiento saca un pastón gracias a su caprichosa normativa de aparcamiento. Morrell estaba fuera de la zona que le correspondía, pero nos metimos en el coche antes de que el agente le pusiera la multa.
Caí como un saco sobre el asiento delantero.
– Nunca me había visto rodeada de tantas emociones durante tantas horas.
– Agotador -dijo Morrell coincidiendo conmigo-. No me parece que ese tal Paul sea un fraude, ¿y a ti?
– A mí tampoco me parece que esté intentando engañarnos a propósito -murmuré con los ojos cerrados-. Cree sinceramente en lo que dice, pero lo tremendo es que cambia de creencia en un abrir y cerrar de ojos.