La noche de la celebración de la Victoria en Europa, después del discurso del rey, acompañé a Hugo hasta el metro para que regresase a Golders Green, donde vivían los Nussbaum, y me fui a Covent Garden para encontrarme con Max y algunos del grupo y para esperar a Cari, que había conseguido trabajo en la orquesta Sadlers Wells y tocaba aquella noche. En Covent Garden había miles de personas, pues era el único lugar en Londres donde se podía conseguir alcohol en mitad de la noche.
Alguien estaba pasando botellas de champán entre la multitud. Max y el resto de nuestro grupo dejamos nuestras preocupaciones a un lado y nos sumamos al desenfreno de los demás juerguistas. Se acabaron las bombas, se acabaron los apagones, se acabaron los diminutos trozos de mantequilla una vez por semana. Aunque aquello era, por supuesto, un optimismo fruto de la ignorancia, porque el racionamiento continuó durante años.
Cari nos encontró más tarde sentados sobre una carretilla volcada en St. Martin's Lañe. El dueño, un vendedor de frutas, estaba algo borracho. Cortaba manzanas en rodajas con mucho cuidado y nos las daba a comer a mí y a otra chica de nuestro grupo, que después acabaría siendo tremendamente burguesa, se dedicaría a criar corgis y a votar al partido conservador. En aquella época ella era la más experimentada del grupo, se pintaba los labios, salía con soldados estadounidenses y conseguía a cambio medias de nylon, mientras que yo llevaba calcetines de algodón zurcidos y a su lado me sentía como una colegiala sosa.
Cari hizo una ampulosa reverencia al dueño de la carretilla y le sacó una rodaja de manzana de la mano. «Yo se la daré a la señorita Herschel», dijo, y me alcanzó el trozo. Entonces, de pronto, me fijé en sus dedos y fue como si estuviesen acariciando mi cuerpo. Le sujeté por la muñeca y acerqué su mano con la manzana a mi boca.
Capítulo 19
Caso cerrado
Los sueños me despertaron en medio de la luz grisácea del amanecer. Eran pesadillas en las que Lotty se perdía, mi madre moría y unas figuras sin rostro me perseguían por unos túneles, mientras Paul Radbuka miraba y alternaba el llanto con la risa de un loco. Permanecí acostada, sudando y con el corazón latiéndome a toda prisa. Morrell dormía a mi lado y respiraba expulsando el aire en pequeños ronquidos, como un caballo resoplando. Me cobijé en sus brazos. Me abrazó dormido durante unos minutos y después se dio la vuelta sin despertarse.
Poco a poco, mi corazón recuperó su ritmo normal pero, a pesar de todas las fatigas que había pasado durante el día, no podía volver a dormirme. Las atormentadas confesiones de la noche anterior giraban dentro de mi cabeza como ropa que da vueltas en una lavadora. Las emociones de Paul Radbuka eran tan ambiguas, tan intensas, que no sabía cómo reaccionar ante él. La historia de Lotty y Cari me resultaba igual de abrumadora.
No me sorprendió saber que Max quería casarse con Lotty, a pesar de que ninguno de ellos lo hubiese mencionado jamás delante de mí. Empecé por evaluar el problema pequeño en lugar del grande y me preguntaba si Lotty no estaría tan acostumbrada a su solitaria existencia que preferiría seguir viviendo así. Morrell y yo habíamos hablado de la posibilidad de vivir juntos pero, aunque los dos habíamos estado casados en nuestra juventud, no estábamos del todo decididos a renunciar a nuestra intimidad. Para Lotty, que siempre había vivido sola, sería un cambio mucho más difícil de afrontar.
Estaba claro que Lotty ocultaba algo sobre la familia Radbuka, pero yo no tenía forma de averiguar de qué se trataba. No era acerca de la familia de su madre. Se había sorprendido cuando se lo sugerí, incluso parecía ofendida. ¿Habría sido, tal vez, una pobre familia de emigrantes cuyo destino la había marcado de una forma terrible? A veces las personas sienten vergüenza o culpa por razones de lo más extrañas, pero no lograba imaginarme ninguna que pudiera sorprenderme tan desagradablemente como para alejarme de ella… Algo que Lotty ni siquiera le contaría a Max.
¿Y si Sofie Radbuka hubiese sido una paciente con la que cometió algún error fatal durante sus prácticas como estudiante de medicina? ¿Y si Sofie Radbuka había muerto o estaba en un coma vegetativo? Lotty se habría culpado de ello y por eso había fingido que padecía tuberculosis para poder ir al campo a recuperarse. Había adoptado el nombre de Radbuka en medio de un ataque de culpabilidad que le había hecho identificarse en exceso con aquella paciente. Pero eso no coincidía en absoluto con la Lotty que yo conocía y tampoco era algo que me alejaría de ella.
La idea de que hubiese fingido tener tuberculosis para poder marcharse al campo y continuar un romance con una tal Sofie Radbuka -o con quien fuese- me parecía ridícula. Podía haber tenido cualquier romance en Londres sin arriesgarse a perder sus prácticas de medicina, que eran de muy difícil acceso para las mujeres en los años cuarenta.
Me enervaba ver a Lotty tan vulnerable. Intentaba tener presente el buen consejo de Morrelclass="underline" que no metiera las narices en la vida de Lotty; que si ella no quería contarme sus secretos, era debido a sus propios demonios internos y no por mi culpa.
De todos modos, yo tenía que preocuparme de mis asuntos y concentrarme en desenmarañar el ovillo financiero que Isaiah Sommers me había contratado para investigar. Tampoco es que yo hubiese hecho mucho al respecto, aparte de convencerle de que le dijese a Bull Durham que dejase de denunciarme en público.
Sólo eran las seis menos cuarto de la mañana. Podía hacer una cosita más por Isaiah Sommers. Algo que haría que Morrell pusiera el grito en el cielo si se enteraba. Me incorporé. El suspiró, pero no se movió. Me puse los vaqueros y la camiseta que tenía en mi bolsa de fin de semana, agarré mis zapatillas de deporte y salí del cuarto de puntillas. Morrell me había secuestrado el teléfono móvil y las ganzúas. Volví a entrar en el cuarto, salí con su mochila y me fui a su estudio. No quería que se despertase con el ruido de las llaves. Le dejé una nota sobre su ordenador portáticlass="underline" Me marcho al centro porque tengo una cita muy temprano. ¿Nos vemos para cenar? Te quiero, V.
La casa de Morrell quedaba a sólo seis manzanas de la estación de metro de Davis. Me dirigí en esa dirección junto con otros madrugadores que iban a trabajar, a correr o a pasear a sus perros. Era increíble la cantidad de gente que había por la calle y el aspecto tan fresco y saludable que tenían. La imagen de mis ojos enrojecidos en el espejo del cuarto de baño me había hecho estremecerme: la Loca de Chaillot andaba suelta por la ciudad.
Ya circulaban los trenes rápidos que cubrían la hora punta de la mañana. A los veinte minutos me estaba bajando en mi parada, Belmont, que se encontraba a unas pocas manzanas de mi apartamento. Tenía el coche aparcado justo enfrente, pero necesitaba darme una ducha y cambiarme para parecerme un poco menos al espectro de mis propias pesadillas. Entré sin hacer ruido, con la esperanza de que los perros no me oyesen. Traje de chaqueta, zapatos de suela de goma de crepé. Peppy soltó un ladrido agudo en el momento en que volvía a salir de casa de puntillas, pero no aminoré el paso.
Camino a Lake Shore Drive me detuve en una cafetería y me tomé un zumo de naranja grande y un capuchino todavía más grande. Ya eran casi las siete. Había empezado la hora punta de verdad pero, aun así, logré llegar a Hyde Park antes de las siete y media.
Saludé inclinando la cabeza con un gesto mecánico al guardia de seguridad apostado a la entrada del edificio de Hyde Park Bank. No era el mismo al que Fepple le había advertido que no me dejase pasar la noche del viernes. El hombre me dirigió una mirada rápida por encima de su periódico pero no hizo ningún ademán de pararme. Yo iba vestida como una ejecutiva y tenía el aire de saber adónde iba. Al sexto piso, donde saqué unos guantes de goma y me puse a trabajar en las cerraduras de Fepple. Estaba tan tensa, atenta a si llegaba el ascensor, que me llevó un rato darme cuenta de que la puerta no estaba cerrada con llave.