Me deslicé dentro de la oficina, refunfuñando al tropezar, otra vez, con la loseta de linóleo levantada. Fepple estaba sentado en su escritorio. A la pálida luz que entraba por la ventana me pareció que se había quedado dormido. Me detuve junto a la puerta, dudando, pero decidí echarle cara al asunto, despertarlo y obligarle a que me entregase el archivo de Sommers. Encendí la luz del techo y me di cuenta de que Fepple no hablaría nunca con nadie más. No tenía boca. Una parte de la cara, de aquella cara cubierta de pecas, había desaparecido y sólo quedaban restos de hueso, de masa encefálica y de sangre.
Me senté de golpe en el suelo, con la cabeza entre las rodillas. Podía oler la sangre hasta con la nariz tapada. Sentí cómo me subía la náusea por la garganta. Me obligué a pensar en otra cosa: no podía añadir mi vómito a la escena del crimen.
No sé cuánto tiempo estuve sentada así, hasta que unas voces en el pasillo me hicieron percatarme de la delicada situación en la que me encontraba: estaba en una oficina con un muerto, ganzúas en el bolsillo y guantes de goma en las manos. Me puse de pie tan rápidamente que me volví a marear, pero me recuperé y cerré la puerta por dentro.
Intenté enfocarlo como un análisis forense y pasé al otro lado de la mesa para observar a Fepple. Había una pistola en el suelo, justo debajo del lugar donde colgaba su brazo derecho. Entrecerré los ojos y miré el arma: una veintidós SIG Trailside. Así que ¿se había suicidado? ¿Habría visto algo en el expediente de Sommers que le había desquiciado? Su ordenador estaba todavía encendido, aunque se había desactivado la pantalla. Intentando controlar las náuseas, extendí un brazo con mucho cuidado por encima de su lado izquierdo y utilicé una ganzúa para volver a activar la pantalla sin cambiar nada de lugar. Un texto volvió a cobrar vida en el recuadro.
Ésta era una agencia floreciente cuando mi padre murió, pero yo soy un fracaso como agente. He visto caer en picado las ventas y los beneficios durante cinco años. Creí que podría hacer algún chanchullo para cubrir las deudas pero, ahora que esa detective me vigila, tengo miedo de fracasar también en esto. Nunca me he casado, nunca he sabido cómo conquistar a las mujeres, ya no aguanto más. No sé cómo pagar mis deudas. Si a alguien hago daño, quizás a mi madre, lo siento. Howard
Lo imprimí y me metí el papel en el bolsillo. Tenía las manos húmedas dentro de los guantes de goma. Unas manchitas negras me flotaban delante de los ojos. Era perfectamente consciente de que tenía la cabeza destrozada de Fepple junto a mí, pero no podía mirarla. Quería huir de aquel espantoso lugar, pero con probabilidad no contaría con otra oportunidad para hacerme con el expediente de Sommers.
Los archivadores estaban abiertos, cosa que me sorprendió. Cuando estuve allí la semana pasada, Fepple había hecho bastantes aspavientos abriéndolos cada vez que quería guardar un papel y volviéndolos a cerrar de inmediato con llave. El tercer cajón, donde había metido la carpeta de Sommers, tenía una etiqueta que ponía: Clientes de Rick Hoffman.
Las carpetas estaban metidas de cualquier manera dentro del cajón, algunas boca abajo, sin orden ni concierto. Cuando saqué la primera carpeta, Barney Williams, creí que había empezado por atrás, pero a continuación venía Larry Jenks. Sin dejar de mirar el reloj, muy nerviosa, vacié el cajón y volví a meter las carpetas una a una. La de Sommers no estaba.
Hojeé los papeles en busca de algo que estuviese relacionado con Sommers, pero no encontré más que copias de pólizas y anotaciones de vencimientos de pagos. Casi las tres cuartas partes eran casos cerrados y las pólizas tenían un sello que ponía Pagado y la fecha o Suspendido por falta de pago y la fecha. Busqué en los demás cajones, pero no encontré nada. Me llevé una media docena de pólizas pagadas para que Mary Louise comprobase si el beneficiario había recibido el dinero.
Cada vez que oía voces por el pasillo me ponía muy nerviosa, pero no me podía ir sin antes buscar los papeles de Sommers entre aquel caos que había sobre el escritorio. Los papeles estaban salpicados de sangre y de pedacitos de masa encefálica. No quería tocar nada, porque cualquier perito experimentado podría deducir, nada más verlo, que alguien había estado revolviendo. Pero quería conseguir aquella carpeta.
Saqué fuerzas de flaqueza y me forcé a mirar sólo hacia delante, intentando convencerme de que no había nadie en la silla, me incliné sobre el escritorio y revisé los documentos que había delante de Fepple. Busqué en círculo, desde el centro de la mesa hacia los bordes. Al no encontrar nada, di la vuelta al otro lado de Fepple, procurando no pisar ninguna cosa y miré en los cajones del escritorio. No encontré más que detalles de su deprimente vida. Bolsas empezadas de patatas fritas, una caja de condones sin abrir cubierta de migas de galleta, agendas que se remontaban a la década de 1980, cuando su padre se citaba con los clientes, libros sobre cómo jugar mejor al pingpong. ¿Quién hubiera pensado que tenía la suficiente constancia como para practicar algún deporte?
Para entonces ya eran las nueve. Cuanto más tiempo me quedase, más posibilidades existirían de que entrara alguien. Fui hacia la puerta y me coloqué a la izquierda del marco para que no me vieran a través del cristal y escuché si había algún ruido en el pasillo. Estaba pasando un grupo de mujeres, riéndose, dándose los buenos días unas a otras: ¿qué tal el fin de semana?, hoy hay un montón de trabajo en la consulta del doctor Zabar, ¿cómo estuvo la fiesta de cumpleaños de Melissa? Silencio, luego la campanilla anunciando la llegada del ascensor y dos mujeres con un niño. Cuando se fueron, abrí una rendija de la puerta. El pasillo estaba vacío.
En el momento en que iba a salir, vi el portafolios de Fepple en el rincón. En un impulso lo agarré. Mientras esperaba el ascensor, metí los guantes de goma en el portafolios junto con las carpetas que había tomado prestadas.
Esperaba no llevar nada encima que me relacionase con la escena del crimen pero, al llegar a la planta baja y salir del ascensor, vi que mi zapato había dejado una desagradable mancha marrón en el suelo de la cabina. No sé cómo lo hice, pero logré salir erguida del edificio. En cuanto estuve fuera del campo visual del vigilante, di la vuelta a la esquina a toda velocidad y llegué a un callejón solitario justo a tiempo para vomitar el zumo de naranja y el café.
Capítulo 20
El cazador que estaba en el medio
De regreso en casa, me puse a frotar los zapatos de manera obsesiva, pero ni todos los productos de Dow Chemical eran capaces de dejarlos totalmente limpios. No podía permitirme el lujo de tirarlos, aunque tampoco creía que pudiese soportar volver a ponérmelos.
Me quité el traje de chaqueta y lo inspeccioné centímetro a centímetro bajo un foco de luz potente. No parecía haber ningún resto de Fepple en el tejido pero, de todos modos, lo dejé apartado para llevarlo al tinte.
De camino a casa me había detenido en un teléfono público de Lake Shore Drive para notificar la existencia de un cadáver en el edificio de Hyde Park Bank. A aquellas alturas la maquinaria policial estaría en marcha. Estaba tan nerviosa que iba y venía, una y otra vez, de la ventana a la puerta de la cocina. Podría llamar a alguno de mis viejos amigos dentro del cuerpo de policía para que me informara de cómo iba la investigación, pero entonces tendría que decirles que había sido yo quien había encontrado el cadáver. Lo cual significaba pasarme todo el día contestando preguntas. Intenté hablar con Morrell para que me consolara un poco, pero ya se había marchado a su cita en el Ministerio de Asuntos Exteriores.