– ¿Crees que los Radbuka eran parientes o amigos íntimos de Lotty? -le pregunté a Max.
– Ya lo dije el domingo por la noche. Lotty siempre dejó claro que no pensaba discutir el tema de los Radbuka con nadie. Supongo que por eso me pasó la información que tenía sobre ellos por escrito, para evitar cualquier discusión. No sé quiénes eran.
Llevó los platos de Calia a la pila y volvió a sentarse a la mesa.
– Ayer estuve revisando los papeles que llevé en aquel viaje a Europa Central que hice después de la guerra. Tenía que buscar a tanta gente que ya no me acuerdo bien de nada. Lotty me había dado la dirección de sus abuelos en la Renngasse, que era donde vivía antes del Anschluss. Un lugar muy elegante que había sido ocupado en el 38 por una gente que se negó a hablar conmigo. Concentré gran parte de mi energía en Viena, en mi propia familia, y después quería ir a Budapest a buscar a la familia de Teresz. Claro que en esa época no estábamos casados. Éramos muy jóvenes todavía.
Su voz se fue apagando ante los recuerdos. Después de un minuto, sacudió la cabeza, sonriendo tristemente, y continuó:
– En fin, déjame que vaya a buscarte las notas que tengo sobre los Radbuka.
Mientras subía a su estudio, me serví un poco de fruta de la nevera y unos bollos. En un par de minutos estaba de vuelta con una gruesa carpeta. Se puso a pasar las páginas y se detuvo en una hoja de papel gris barato, metida en una funda de plástico transparente. Aunque la tinta estaba descolorida y se había vuelto marrón, no había duda de que aquélla era la letra inconfundible de Lotty, de trazo firme y puntiagudo.
Querido Max:
Admiro tu valor al emprender este viaje. Para mí Viena representa un mundo al que no soportaría regresar, ni aunque el Real Hospital de la Beneficencia me concediese licencia para hacerlo. Por eso, gracias por ir, porque yo también estoy tan desesperada como todos los demás por obtener una respuesta concluyente. Ya te he hablado de mis abuelos. Si, por algún milagro, hubiesen sobrevivido y hubiesen podido regresar a su casa, su dirección es: Renngasse, 7, tercer piso exterior.
También te quiero pedir que busques información sobre otra familia de Viena, apellidada Radbuka. Es para alguien que está en el hospital y que no puede recordar demasiados detalles. Por ejemplo, el hombre se llamaba Shlomo, pero esta persona no sabe el nombre de su esposa, ni tampoco si el matrimonio podría haberse registrado con algún apellido germanizado. Tienen un hijo que se llama Moishe y que nació alrededor de 1900, una hija llamada Rachel, otras dos hijas, de cuyos nombres no está segura -una podría ser Eva- y varios nietos de nuestra generación. Tampoco recuerda bien la dirección: vivían en la Leopoldsgasse, cerca del final de la Untere Augarten Strasse. Tienes que doblar justo en la UA hacia la Lgasse y después meterte por la segunda calle a la derecha. Por ahí se entra en un patio interior y es en el tercer piso interior. Ya sé que es una descripción desastrosa para manejarse en un lugar que hoy debe de ser un montón de escombros, pero no puedo proporcionarte nada mejor. Pero, por favor, te ruego que le des tanta importancia como la que le darás a la búsqueda de nuestras familias. Por favor, haz todo lo que sea posible por encontrar algún rastro de ellos.
Estaré de guardia esta noche y mañana por la noche así que no podré verte antes de que te marches.
En el resto de la carta Lotty daba los nombres de algunos tíos y tías y terminaba diciendo: Te adjunto con la carta una moneda de cinco coronas de oro, de antes de la guerra, para ayudarte a pagar el viaje.
Pestañeé un par de veces: las monedas de oro tenían un aire de romanticismo, exotismo y riqueza.
– Creía que Lotty era una estudiante pobre, que apenas podía pagarse las clases y el alojamiento.
– Lo era. Pero tenía un puñado de monedas de oro que su abuelo le había ayudado a sacar a escondidas de Viena. Darme una significaba que aquel invierno tendría que dormir con abrigo y calcetines en vez de poner la calefacción. Quizás aquello contribuyó a que se pusiera tan enferma al año siguiente.
Avergonzada, retomé la cuestión principaclass="underline"
– O sea, ¿que no tienes ni idea de quién pudo haberle pedido ayuda a Lotty en Londres?
Negó con la cabeza.
– Podía haber sido cualquiera. O podía haber sido la propia Lotty quien buscaba a algún pariente. Me pregunté si no sería el apellido de algún primo suyo. A ella y a Hugo los mandaron a Inglaterra. Los Herschel habían sido gente bastante adinerada antes del Anschluss. Y todavía contaban con algunos recursos. Pero, en alguna ocasión, Lotty mencionó a unos primos muy pobres que se habían quedado allí. También pensé que podría tratarse de alguien que estuviese ilegalmente en Inglaterra, alguien a quien Lotty protegiese por alguna cuestión de honor. Aunque, cuidado: yo no tenía ningún dato concreto y eso era lo que me imaginaba… o tal vez se le ocurrió a Teresz. Ahora no me acuerdo. Claro que puede que Radbuka fuese un paciente o un colega del Real Hospital de la Beneficencia al que Lotty estuviese protegiendo por idéntica razón.
– Supongo que podría ponerme en contacto con el hospital y ver si tienen la lista de pacientes de 1947 -dije, sin demasiado convencimiento-. ¿Qué encontraste en Viena? ¿Fuiste a…, a…? -volví a mirar la carta de Lotty y pronuncié de mala manera los nombres de las calles en alemán.
Max pasó las páginas de la carpeta hasta llegar al final, de donde sacó una libreta de aspecto vulgar, guardada en otra funda de plástico.
– He mirado mis anotaciones, pero no me dicen gran cosa. La Bauernmarkt, donde vivía mi familia, había resultado muy dañada durante el bombardeo. Recuerdo que caminé por toda esa zona, conocida como la Matzoinsel y que era donde se concentraron los judíos que emigraron de Europa del Este a principios de siglo. Estoy seguro de que intenté encontrar ese lugar en la Leopoldsgasse. Pero en aquel sitio había tanta desolación que me resultó demasiado deprimente. Yo anotaba y conservaba toda la información que obtenía de las diferentes agencias que visitaba.
Abrió la libreta con cuidado, como si temiera rasgar el delicado papel.
– Shlomo y Judit Radbuka: deportados a Lodz el 23 de febrero, 1941, con Edith (creo que ése es el nombre que Lotty confundió con el de Eva), Rachel, Julie y Mará. Y una lista de siete hijos, con edades comprendidas entre los dos y los diez años. Después me costó gran trabajo averiguar qué había pasado en el gueto de Lodz. En aquella época Polonia era un país muy complicado. Todavía no estaba bajo control comunista pero, aunque hubo personas que me sirvieron de gran ayuda, también existieron unos pogroms feroces contra lo que quedaba de la comunidad judía. Me encontré con la misma desolación y penuria que en el resto de Europa. Polonia había perdido una quinta parte de su población durante la guerra. Estuve a punto de darme por vencido una media docena de veces, pero al final pude conseguir algunos datos de la administración del gueto. Todos los Radbuka habían sido deportados a un campo de exterminio en junio de 1943. Ninguno había sobrevivido.
»En cuanto a mi propia familia -continuó diciendo-, bueno, encontré a un primo en uno de los campos de deportados e intenté convencerlo de que se fuese conmigo a Inglaterra, pero él había tomado la firme resolución de volver a Viena. Allí vivió el resto de su vida. En aquel momento nadie sabía lo que iba a pasar con los rusos y con Austria pero, al final, a mi primo le fue bien. Aunque siempre llevó una vida solitaria después de la guerra. De niño le había admirado tanto (era ocho años mayor que yo) que me resultaba difícil verlo tan amedrentado, tan retraído.
Lo escuché de pie, sintiéndome mal por todas aquellas imágenes que estaba conjurando, y luego exclamé:
– Pero, entonces, ¿por qué Lotty usó el nombre de Sofie Radbuka? Yo… Esa historia… Esa historia de Cari yendo al campo, buscando la cabaña donde estaba Lotty… y ella, al otro lado de la puerta, utilizando el nombre de una persona muerta… Todo es muy desconcertante. Y no concuerda con la forma de ser de Lotty.