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Había recopilado un montón de datos sobre cómo se había utilizado la hipnosis en los tratamientos a personas que padecían síntomas de algún trauma. Un hombre que sufría unas pesadillas horribles en las que le rebanaban el cuello y se lo separaban del tronco resultó que había visto cómo se ahorcaba su madre, a la edad de tres años. El padre confirmó todos los detalles que el hijo había reproducido bajo hipnosis. Jamás le había hablado de aquello a su hijo pensando que, cuando sucedió, era demasiado pequeño para comprender lo que había visto. También me contó que había muchos casos documentados sobre personas que, estando anestesiadas, habían oído lo que se decía a su alrededor y bajo la hipnosis fueron capaces de reproducir todas las conversaciones mantenidas en el quirófano. La propia Rhea había trabajado con varias personas que habían sido víctimas de incesto y cuyos recuerdos, recuperados gracias a la hipnosis, habían sido refrendados por hermanos o por otros adultos.

– En un capítulo vamos a utilizar diversas parejas contrapuestas: el poseedor de recuerdos y el supresor de recuerdos. Pero el capítulo más interesante, por supuesto, será el que trate sobre Radbuka, por eso ni a Rhea ni a mí nos agrada que estés cuestionando la validez de lo que dice.

Apoyé la barbilla en las manos y lo miré directamente a los ojos.

– Don, no dudo del valor de la hipnosis ni de la validez de algunos recuerdos recuperados siempre que se sigan unas pautas estrictas. Pertenezco al consejo de una asociación de acogida a mujeres con problemas y he sido testigo yo misma de ese fenómeno.

»Pero, en el caso de Radbuka, se trata de saber quién es él emocionalmente y, bueno, también genealógicamente, por decirlo de alguna forma. Max Loewenthal no miente cuando dice que los Radbuka no son parientes suyos, pero Paul desea tan desesperadamente que esa relación exista que es incapaz de prestar atención a la realidad. Puedo comprenderlo. Puedo comprender que, habiendo crecido con un padre que le maltrataba, desee tener otros parientes. Si yo pudiera acceder a más información sobre él, podría tratar de ver dónde se cruza su vida -si es que se cruza- con alguien del círculo londinense de Max.

– Pero él no quiere que tengas esa información. Ha llamado a Rhea a mediodía, cuando yo estaba allí, para decirle que estabas haciendo todo lo posible para apartarle de su familia y le ha implorado que no te diera ningún detalle sobre él.

– Eso explica su frialdad conmigo. No hay duda de que habla mucho en su favor que sea tan celosa de la intimidad de sus pacientes. Pero tú estuviste en casa de Max el domingo y viste cómo es Radbuka. Incluso concediéndole que todo lo que dice haber recordado gracias a la hipnosis sea verdad, eso no significa que sea pariente de Max simplemente porque él lo quiera -para intentar quitarle hierro a la conversación, añadí-: Eso situaría el trabajo de Rhea al mismo nivel que el de Timothy Leary, que, estando bajo los efectos del ácido, hablaba con sus cromosomas para saber cuáles habían sido sus reencarnaciones anteriores.

– ¡Pero, Vic…! -protestó Don-. No puedes reducir esta terapia al nivel de una conversación con Jay Leño. Hace una semana yo también habría hecho esa clase de chiste barato pero, si hubieras visto el proceso de cerca y hubieras comprendido con qué tipo de problemas tiene que luchar la gente que desbloquea su pasado, serías más respetuosa. Te lo garantizo. Y, en el caso de Paul Radbuka, Rhea también es consciente de que ese hombre tiene un montón de problemas y está francamente preocupada por lo que estás intentando hacer con él.

Miré el reloj e hice una seña para que trajeran la cuenta.

– Don, ya sé que sólo raemos coincidido unas cuantas veces durante el año pasado, pero ¿crees que tu amigo Morrell se habría enamorado de mí si yo fuera un monstruo que, deliberadamente, pone obstáculos entre un huérfano de guerra y su familia?

Don puso una sonrisa de arrepentimiento.

– ¡Por todos los demonios, Vic! Claro que no, pero tú tienes una relación muy estrecha con Loewenthal y sus amigos. Tus juicios también pueden estar distorsionados por tu afán de protegerlos.

Estuve tentada de creer que, de verdad, Rhea le había provocado un estado de sugestión posthipnótico con el fin de que me rechazara a mí y todo cuanto yo hiciera. Pero, al ver cómo se le iluminaba la mirada cuando le dije que ya era hora de cruzar al edificio de oficinas, comprendí que el auténtico hechizo provenía de una fuente más profunda y más básica. Como solía decir mi padre: jamás intentes detener a un hombre con un hacha ni a un hombre enamorado.

Capítulo 27

Nuevo discípulo

Cuando terminé la conversación con Rhea, estaba a punto de darle un buen golpe en la cabeza y alegar legítima defensa. Yo había empezado a decir que todos queríamos lo que fuese mejor para los protagonistas de nuestro pequeño drama, lo cual implicaba no sólo a Paul, sino también a Calia y a Agnes. Rhea me había dirigido una de sus inclinaciones de cabeza mayestáticas que me provocaban ganas de volver a mis días de peleas callejeras, así que concentré toda mi atención en el cuadro de una granja japonesa que estaba colgado sobre su diván y le relaté los dos intentos de abordar a Calia que había protagonizado Paul.

– La familia está empezando a tener la sensación de que les acosa -le dije-. El abogado del señor Loewenthal quiere que ponga una denuncia por intromisión en la vida privada, pero yo he pensado que, si usted y yo hablábamos, podríamos evitar una confrontación a ese nivel.

– No puedo creer que Paul se dedique a acosar a nadie -dijo Rhea-. No sólo es extremadamente educado sino también fácilmente amedrentable. No estoy diciendo que no haya ido a casa de Max -añadió al ver que yo iba a objetar-, pero, más bien, me imagino que estaría en el parque como la pequeña cerillera del cuento, que deseaba participar en la fiesta que veía a través de la ventana y ninguno de los niños ricos que estaban dentro le prestaba la menor atención.

Sonreí, manteniendo la calma.

– Por desgracia, Calia tiene cinco años, una edad en la que un adulto asustado e indigente puede aterrorizarla. Su madre está comprensiblemente alarmada porque piensa que, tal vez, su niña esté corriendo peligro. Cuando Paul sale de entre los matorrales y se dirige hacia ellas, las asusta. Puede que su ansia de encontrar una familia le esté impidiendo ver lo que las otras personas piensan de su comportamiento.

Rhea inclinó la cabeza con el gesto de un cisne, en el que parecía haber un atisbo de aquiescencia.

– Pero ¿por qué no quiere Max reconocer su parentesco?

Me entraron ganas de gritarle: «Porque no hay nada que reconocer, cabeza de chorlito», pero me incliné hacia delante poniendo expresión de gran seriedad.

– De verdad, el señor Loewenthal no está emparentado con su paciente. Esta mañana me ha estado enseñando los documentos que conserva de la búsqueda que realizó tras la guerra sobre varias familias de las que no se tenían noticias. Entre esos documentos hay una carta de la persona que le pidió que rastreara a los Radbuka. El domingo, cuando Paul irrumpió en la fiesta del señor Loewenthal, éste se ofreció a mirar esos papeles con Paul, pero él no quiso aceptar tener una cita en otro momento más conveniente. Estoy segura de que el señor Loewenthal estará encantado de que Paul los vea si con ello puede conseguir que se sosiegue.

– ¿Tú has visto esos documentos, Don? -preguntó Rhea volviéndose hacia él con una conmovedora exhibición de fragilidad femenina-. Si pudieras echarles un vistazo, si te pones de acuerdo con…, con Vic, yo me sentiría mucho mejor.