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– Dice que no puede traicionar la confianza de un paciente, cosa que, por supuesto, respeto. Aunque me cuesta contener mis viejos instintos de reportero -soltó una risa que logró que sonara compungida y llena de admiración al mismo tiempo-. Rhea ha fomentado la relación de Radbuka con Posner porque éste le da la sensación de que tiene una auténtica familia. Pero claro que, cuando estuvimos con él, no sabíamos que iba a ir al hospital a manifestarse en contra de Max. Esta noche voy a cenar con ella, así que se lo comentaré.

Mientras escogía las palabras que iba a usar, construí una pequeña estructura con los clips.

– Don, hoy por la tarde le he preguntado a Radbuka quién era Ulrich y casi le da un ataque en medio de la calle. Dijo que ése era el nombre de su padre adoptivo y que yo estaba acusando a Rhea de mentirosa. Pero es que ayer ella dejó bien claro que Ulrich no era el apellido del tipo. Incluso pareció que se reía de mí por pensarlo.

Oí cómo daba otra calada a su cigarrillo.

– Me había olvidado de eso. Intentaré preguntárselo esta noche. Pero, Vic, yo no voy a hacer de correveidile entre tú y Rhea.

– No, Don, ni tampoco lo pretendo -lo único que quería es que estuviese de mi parte, que le sacara información a Rhea y que me la pasara a mí. Eso no era realmente pedirle que hiciera de correveidile-. Pero si pudieras convencerla de que Max no está emparentado con la familia Radbuka tal vez ella, a cambio, pudiera convencer a Paul de que deje de armar jaleo en el Beth Israel. Pero lo único que te pido, Don, por amor de Dios, es que no hagas que Rhea vea en Lotty a una sustituía de Max, por favor. Yo no sé si los Radbuka eran primos o pacientes de Lotty, o sólo unos extraños odiosos que ella conoció en Londres. Lo que sé es que Lotty no sobreviviría al acoso al que Paul ha estado sometiendo a Max.

Esperé a ver qué contestaba, pero no parecía estar dispuesto a prometerme nada. Acabé colgando el teléfono, enfadada.

Antes de abandonar la investigación por aquel día, llamé también a Amy Blount. El informe de Mary Louise ponía que el robo en casa de Amy era cosa de un profesional y no de ladronzuelos ocasionales. El candado de la reja estaba intacto, había escrito Mary Louise.

Han aplicado un soplete alrededor de la reja y después la han arrancado. Era evidente que la puerta de la cocina estaba quemada. Dado que lo que te interesaba era su conexión con Ajax, le pregunté directamente si tenía en casa algún documento de Ajax. No tenía ningún original; había escaneado varios documentos del siglo XIX y los tenía en uno de los disquetes robados. De hecho, le habían robado todas las notas de su tesis. También le habían roto el ordenador. No se habían llevado nada más, ni siquiera el equipo de música. Convencí a Terry de que mandara a un equipo de la policía científica, aunque no creo que podamos dar con los responsables.

Le dije a la señorita Blount lo mucho que sentía lo que le había pasado y le pregunté si habían tocado las notas que tuviera escritas en papel.

– Oh, sí, también se las han llevado. Se han llevado todas las notas de mi trabajo. ¿A quién pueden interesarle? Si hubiese sabido que tenía un material tan importante entre manos ya habría publicado mi tesis. Tendría un trabajo de verdad, en lugar de vivir en una ratonera y tener que escribir estúpidas historias corporativas.

– Señorita Blount, ¿qué tipo de documentos copió de los archivos de Ajax?

– Ninguno clasificado de uso interno. No le pasé ninguna información confidencial sobre la compañía al concejal Durham…

– Por favor, señorita Blount, sé que las últimas veinticuatro horas han sido muy difíciles, pero no la tome conmigo. Se lo estoy preguntando por un motivo muy diferente. Estoy intentando averiguar qué es lo que está sucediendo últimamente en la Compañía de Seguros Ajax.

Le conté todo lo que había pasado desde que había ido a visitarla el viernes anterior. Sobre todo, la muerte de Fepple, los problemas de Sommers, el detalle del nombre de Connie Ingram que figuraba en el registro de citas de Fepple.

– Lo más raro de todo fue un trozo de un documento que encontré.

Escuchó mi relato con mucha atención, pero la descripción que le hice del tipo de letra del documento no le sonaba a ninguno de los que había visto.

– Me gustaría verlo. Podría pasarme mañana por su oficina en algún momento. En principio suena como algo perteneciente a un libro de contabilidad, pero no puedo interpretar todas esas marcas sin verlas. Si figura el nombre de su cliente entonces es un documento reciente, al menos para mis parámetros. Los papeles que yo copié databan de la década de 1850, puesto que mi investigación se centra en los aspectos económicos de la esclavitud.

De repente, volvió a deprimirse.

– Todo ese material perdido. Ya sé que puedo ir otra vez a los archivos y volver a copiarlos. Pero lo que me deja por los suelos es esta sensación de violación. Y lo absurdo de todo esto.

Capítulo 37

Mi reino por una dirección

Aquella noche la melancolía me impidió descansar bien. Me levanté a las seis para ir a correr con los perros y a las ocho y media ya estaba en mi oficina, a pesar de haber parado para desayunar de nuevo en la cafetería y de haberme desviado de mi camino para pasar por la clínica de Lotty, aunque no pude verla porque seguía en el hospital haciendo su ronda de consultas.

Nada más aparecer Mary Louise, la envié al South Side a ver si algún amigo de Sommers podía ayudarnos a averiguar quién le había denunciado. Llamé a Don Strzepek para saber si había tenido la suerte -o, más bien, si la había tenido yo- de conseguir que Rhea se tomara en serio el acoso que Paul ejercía sobre Max.

Carraspeó incómodo.

– Rhea me dijo que le parecía un síntoma de fortaleza que estuviera haciendo nuevos amigos, pero que probablemente necesitaba adquirir un mayor sentido de la medida.

– Entonces, ¿va a hablar con él? -dije sin poder ocultar mi impaciencia.

– Me dijo que sacaría el tema en la próxima cita, pero que no puede asumir el papel de encauzadora de las vidas de sus pacientes, que son ellos los que necesitan funcionar en la vida real, caer y levantarse como hace todo el mundo. Si no pueden hacerlo, significa que necesitan una ayuda mayor de la que ella puede proporcionarles. Es tan asombrosa… -dijo con voz cantarína-. Nunca he conocido a nadie como ella.

Le corté a mitad de aquel canto amoroso preguntándole si el pago por adelantado de un libro que le iba a reportar una cantidad de seis cifras estaría nublando su percepción objetiva sobre Paul Radbuka. Me colgó ofendido. Según él, yo no estaba dispuesta a apreciar las cualidades de Rhea.

Todavía me estaba recriminando a mí misma por aquella charla cuando me llamó Murray Ryerson desde el Herald Star. Beth Blacksin le había contado que yo había mantenido una conversación en privado con Posner el día anterior, tras la manifestación.

– Por los viejos tiempos, Vic, y en un plan totalmente extraoficial -dijo tratando de engatusarme-. ¿De qué hablasteis?

– ¿En un plan totalmente extraoficial, Murray? ¿Se levantará Horace Greeley de entre los muertos y te retorcerá los testículos si mencionas algo de esto a tu madre y no digamos ya a Beth Blacksin?

– Palabra de scout, Warshawski.

Murray jamás había traicionado mi confianza.

– Extraoficialmente, no sé qué significado tendrá el asunto, pero el caso es que tanto Posner como Durham han tenido reuniones en privado con Bertrand Rossy, el director general de Edelweiss, que está en Chicago para supervisar la absorción de Ajax. He estado dándole vueltas a si Rossy le habría ofrecido algo a Posner para que dejase de manifestarse frente a Ajax y se fuera a hacerlo al Beth Israel, pero no he sacado nada en limpio de mi charla con Posner. Puede que contigo hable. Las mujeres le asustamos.