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– ¿Y?, ¿qué? -le pregunté para pincharla cuando se calló.

– Pues que me ha llamado esta mañana y me ha dicho que consideraría un gran favor que yo olvidara que me había pedido ese material. Me dijo que aquélla no solía ser su línea de comportamiento y que se sentía avergonzado de que yo pudiera pensar que era un hombre sin sentido de la ética.

Volvió la cara para el otro lado.

– Ahora que estoy aquí, me parece… Bueno, usted ya sabe que alguien ha robado todas las notas de mis investigaciones.

– Y a usted le preocupa que él pueda haber tramado ese robo y que ahora la llame para pedirle que se olvide del asunto porque ya tiene lo que quería.

Asintió abatida e incapaz de mirarme.

– Cuando me llamó esta mañana, me dio rabia y pensé: «Te crees que soy una ingenua», aunque, claro, no se lo dije.

– ¿Quiere mi opinión profesional? Sólo con esa pequeña información, yo estaría de acuerdo con usted. Ve un cuenco de leche vacío y a un gato relamiéndose los bigotes. No hay que ser Marie Curie para saber que dos y dos son cuatro. Pero aquí hay algo más.

Me puse a contarle que Rossy y Durham habían estado charlando durante la manifestación del martes por la tarde y que Durham había ido a casa de Rossy una hora después.

– Pensé que Ajax podía estar intentando sobornar a Durham, pero ahora, con lo que me ha dicho, me pregunto si no sería Durham el que estaba intentando chantajear a Rossy. ¿Había algo en los datos que usted manejó por lo que Edelweiss pudiera tener que ceder al chantaje y pagar para que eso no se revelara?

– Yo no vi nada que pareciese ser secreto. Ninguna ficha sobre el Holocausto, por ejemplo, ni siquiera algo que les implícase seríamente con la esclavitud. Pero había cientos de páginas de archivos, que fotocopié pensando que podrían servirme para otro proyecto futuro, por ejemplo. Tendría que poder verlos de nuevo. Y, por supuesto, no puedo -giró la cabeza para que no viera que se le saltaban las lágrimas por la frustración.

Durham y Rossy. ¿Qué les habría hecho reunirse? Posner había dicho que Durham no había empezado su campaña hasta después de que ellos empezasen a manifestarse ante Ajax… pero eso no demostraba nada más que el afán de Durham por estar en las candilejas.

Me incliné hacia delante.

– Usted está acostumbrada a analizar las cosas. Ayer ya la puse al tanto de lo que está ocurriendo. Ahora Durham ha suspendido totalmente sus manifestaciones. La semana pasada y hasta el martes por la tarde, cuando Rossy habló con él, su presencia fue muy notoria frente al edificio de Ajax. He llamado a su despacho y dicen que están contentos de que Ajax lograse bloquear la Ley sobre la Recuperación de los Bienes de las Víctimas del Holocausto porque no incluía ninguna referencia a las compensaciones para los descendientes de los esclavos africanos. Así que suspendían las manifestaciones de momento.

Levantó las manos.

– Igual es así de sencillo. A lo mejor no tiene nada que ver con mis papeles. Estoy de acuerdo en que no es tan fácil. Lamento tener que decirle que tengo otra cita (doy un seminario a las siete en la Biblioteca Newberry) pero, si puede darme una de esas fotocopias, la estudiaré más tarde. Y, si se me ocurre algo, la llamaré.

Salí con ella y cerré todo con sumo cuidado. Me llevé las fotocopias junto con los dos libros de contabilidad. Quería que Max viese aquello para ver si podía entender el alemán. El original podría resultar más fácil de desentrañar que una fotocopia.

Pasé por casa para recoger a Ninshubur, que estaba en la secadora. El perrito estaba todavía un poco húmedo y su color azul se había vuelto algo más pálido, pero las manchas que tenía alrededor de la cabeza y en el lado izquierdo prácticamente habían desaparecido: después de una semana de andar arrastrado por una niña ya tendría el pelo lo suficientemente sucio como para que un ligero cerco de sangre pasara desapercibido. Antes de marcharme, intenté de nuevo comunicarme con Rhonda Fepple, pero aún no había vuelto o no contestaba al teléfono. Por si acaso, volví a dejar mi nombre y mi número de móvil.

Ya estaba subiéndome al coche cuando decidí volver a casa y sacar la Smith and Wesson de la caja fuerte. Alguien estaba pegando tiros muy cerca de mí. Y, si se le ocurría disparar contra mí, quería estar en condiciones de devolverle los disparos.

Capítulo 41

Festejo familiar

Mientras me dirigía hacia el norte en el coche, puse la radio para oír las noticias locales. La policía estaba deseando hablar con la mujer que había llamado a una ambulancia desde la casa del hombre que había sido víctima de un disparo en Lincoln Park.

La mujer dijo a los enfermeros que era una amiga de la familia pero no les dio su nombre. Cuando la policía llegó a la escena del crimen, ya había abandonado el lugar, después de quitarse el mono de trabajo azul que llevaba. Es posible que pertenezca a una empresa de limpieza y que haya sorprendido a unos ladrones en pleno robo, ya que no se ha detectado la falta de objetos de valor. La policía no ha dado a conocer el nombre de la víctima, que se encuentra en estado crítico después de la intervención quirúrgica para extraerle una bala del corazón.

¡Ding! ¿Por qué no se me habría ocurrido decir que era empleada de un servicio de limpieza? Mi mono azul hubiese sido una coartada perfecta. Con un poco de suerte, los enfermeros pensarían que yo era un inmigrante ilegal que me había dado a la fuga para no tener que enseñarle mi documentación a la policía. Con un poco de suerte, no habría dejado huellas dactilares en ninguna parte. Con un poco de suerte, la persona que le había disparado a Paul no estaría cerca de la casa cuando entré.

Para mi sorpresa, cuando llegué a casa de Max, no sólo estaba allí Michael Loewenthal, sino también Cari Tisov y… Lotty. Todavía podía apreciarse el cansancio en las profundas arrugas de su frente y alrededor de las comisuras de sus labios, aunque parecía que Cari y ella se estaban riendo juntos.

Agnes me saludó eufórica.

– Sé que no debería alegrarme tanto de que alguien se encuentre en el hospital, pero estoy contentísima. Es como si me hubieran dado los regalos de Navidad y de cumpleaños, todos juntos en un precioso paquete. Y Michael está aquí para celebrarlo con nosotros.

Cari me hizo una reverencia con exagerado ademán y me entregó una copa de champán. Todos estaban bebiendo, salvo Lotty, que rara vez toma alcohol.

– ¿Has venido con Michael? -le pregunté a Cari.