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Asintió con la cabeza.

– Después de todo, Max es mi más viejo amigo sobre la Tierra. Cualquier cosa que pase…, bueno, una niña es más importante que un concierto más o menos. Y hasta Lotty ha pensado lo mismo, qué más da una operación más o una menos… Y resulta que llegamos y nos enteramos de que ya podíamos quedarnos tranquilos, de que esa amenaza delirante ya no volverá a acecharnos, al menos mientras la pequeña esté aquí.

Antes de que pudiese contestar, Calia entró como una tromba en la sala, gritando:

– ¡Dame mi Ninshuburl!

Agnes la detuvo de inmediato y le ordenó que se comportara con educación.

Saqué el perro de mi maletín.

– Hoy tu cachorrito ha vivido una gran aventura. Le salvó la vida a un hombre y tuvo que darse un baño, por eso todavía está un poco húmedo.

Me arrancó el perro de las manos.

– Ya lo sé, ya lo sé. Se tiró al río y salvó a la princesa. Está mojado porque «Ninshubur, el perro fiel, fue saltando de roca en roca, haciendo caso omiso del peligro». Pero ¿ese hombre malvado le ha quitado el collar? ¿Dónde están sus placas como las de Mitch? ¿Ahora Mitch no lo va a conocer?

– Le quité el collar para bañarlo. Mañana te lo traigo.

– Eres mala, tía Vicory. Le has robado el collar a Ninshubur -dijo mientras embestía contra una de mis piernas.

– La tía Vicory es buena -la reconvino Agnes-. Ha tenido que hacer grandes esfuerzos para recuperar a tu perrito. Quiero oír cómo le das las gracias.

Calia no le hizo caso y se puso a correr por toda la habitación como un abejorro enloquecido, dándose contra los muebles, contra Michael, contra mí y contra Tim, que había aparecido con una bandeja de sandwiches. Se encontraba tan excitada por la súbita aparición de su padre, al que no esperaba ver en mucho tiempo, y por los acontecimientos de la jornada, que estaba pasada de revoluciones. De todos modos, no necesitaba que le explicara por qué su perro estaba mojado y manchado. Aquello coincidía perfectamente con su historia del perro fiel.

Michael y Agnes toleraron sus travesuras durante unos minutos y después se la llevaron escaleras arriba, a la habitación de los niños. Cuando se hubieron marchado, Max me pidió que le hiciera un relato detallado del ataque que había sufrido Paul. Le conté todo, incluida la espantosa exposición de fotografías suyas y de su familia que había encontrado en el armario de Paul.

– ¿Así que no sabes quién pudo haberle disparado? -me preguntó Max, cuando acabé el relato.

Negué con la cabeza.

– Ni siquiera sé si era alguien que andaba tras los cuadernos que encontré en ese horrible armario. Es posible que, como le iba contando a todo el mundo que tenía unos papeles que demostraban la pertenencia de su padre a los Einsatzgruppen, provocara que algún grupo de auténticos conspiradores nazis fuera tras él. No sabían que estaba loco y creyeron que iba a denunciarlos y le dispararon. Use Bullfin, la malvada seductora, lo tentó para que le abriese la puerta principal.

– ¿Quién? -preguntó Max bruscamente.

– ¿Eso no te lo he contado? Le pregunté quién le había disparado y dijo que había sido una mujer llamada Use. El apellido no lo entendí bien. Era algo parecido a Bullfin.

– ¿Podría ser Wólfin? -me preguntó Max, diciendo el apellido rápidamente y en voz baja.

Hice un esfuerzo para ver si lo que él había dicho se parecía a lo que había dicho Paul.

– ¿Dices Vull en lugar de Bull? Bueno, sí, supongo que podría ser, los dos sonidos se parecen mucho. ¿Es alemana? ¿La conoces?

– Use Wólfin, Use Koch, conocida como la Loba. La guardiana más monstruosa de los campos de concentración. Si ese pobre diablo cree que fue ella quien le disparó…, uf. Me gustaría que todo eso lo viera un psicólogo: esa especie de santuario, su obsesión con el Holocausto. No creo que quiera hablar con nadie más, aparte de esa tal Rhea Wiell, pero pienso que no está nada claro que haya sido una mujer quien lo disparó. No sé mucho sobre delirios, puede que confunda a un agresor con un guardia de las SS, pero ¿sería incapaz de diferenciar entre un hombre y una mujer? ¿Tú qué piensas, Lotty?

Lotty negó con la cabeza. Las arrugas de su cara parecieron acentuarse por el cansancio.

– Esa clase de patología está fuera de mis conocimientos. Sólo sabemos que durante una semana ha estado viviendo en el delirio de que erais parientes pero, después de todo, creía que eras su hermano y no su madre.

Max se revolvió en su asiento, incómodo.

– ¿A qué hospital has dicho que lo llevaron? ¿Al Misericordioso Amor? Podría enviar a alguien… Está tan ansioso de que le escuchen que posiblemente acepte hablar con otro médico.

– Pero ese médico no podrá contarte nada de lo que ese tal Paul le haya confiado -protestó Lotty-. Tú no tienes ningún derecho a obligar a nadie a que te revele las confidencias de un paciente.

A Max se le puso una ridícula expresión de culpa. Estaba claro que se le había ocurrido enviar a algún amigo del Beth Israel a que le hiciera el favor de saltarse las normas de confidencialidad.

– Pero ¿qué hay en esos cuadernos para que los guardara con tanto secreto? -preguntó Cari-. ¿Has visto en ellos algo que explique por qué lo han disparado?

Saqué el archivador de acordeón de mi maletín. Me había olvidado de mencionar la foto de la mujer que también había traído. La puse delante de ellos tres sobre la mesita baja.

– Ésta es su salvadora en Inglaterra, tal como ha escrito ahí y como podéis ver -dije-. Se me ocurrió que tal vez, bueno… ¿La conocéis?

Cari se quedó mirando aquel rostro moreno, de expresión inteligente, y frunció el ceño.

– Londres -dijo con mucha lentitud-. No recuerdo quién es, pero sí que me recuerda a alguien de hace muchísimo tiempo, tal vez de los años de la guerra o de los inmediatamente posteriores.

– ¿Tenía esto en la pared, en medio de esa especie de santuario que le había erigido a la psicóloga que tanto adora? -preguntó Lotty con un tono chillón y raro en la voz.

– ¿Sabes quién es? -le pregunté.

Lotty tenía un aspecto fatal.

– Sé quién es. Incluso puedo mostrarte el libro de dónde sacó esa foto, si es que Max lo tiene en su biblioteca. Pero ¿por qué…?

Se calló abruptamente y salió disparada de la habitación. La oímos subir las escaleras corriendo, con su paso rápido de siempre, como el de una jovencita.

Max miró la foto.

– No la reconozco. Ésta no es la doctora de Londres a quien Lotty adoraba cuando era niña, ¿verdad?

Cari negó con la cabeza.

– Claire Tallmadge era muy rubia, la típica belleza inglesa de cutis de porcelana. Siempre pensé que ésa era, en parte, la razón por la que Lotty tenía locura por ella. Me ponía furioso que Lotty permitiese que aquella familia la llamase «macaco». Victoria, enséñanos esos cuadernos que trajiste.

Les pasé el archivador de acordeón. Max y Cari retrocedieron al ver el rostro desfigurado que había en la tapa.

– ¿Quién es ése? -preguntó Cari.

– El padre de Paul -dije-. Paul tiene montones de fotos suyas en el cuarto secreto, todas pintarrajeadas como ésta. Las manchas de sangre no, ésas las agregué yo al llevármela.

Lotty volvió con un libro, que traía abierto en una página con fotografías.

– Anna Freud.

Todos miramos la foto de Paul y, después, la otra idéntica que aparecía en el libro. Nos quedamos atónitos, hasta que Cari rompió el silencio:

– ¡Claro! Tú me llevaste a una conferencia que ella dio, pero tenía otro aspecto. Ésta es una foto más personal.

– Era una refugiada de Viena, como nosotros -nos explicó Lotty-. Yo sentía una gran admiración por ella. Incluso trabajé como voluntaria en la guardería que dirigió en Hampstead durante la guerra, ya sabéis, lavando platos o haciendo ese tipo de cosas que puede hacer una adolescente sin experiencia. Minna siempre estaba regañándome por ir allí, bueno, pero eso no importa. Durante un tiempo pensé en seguir los pasos de Anna Freud y estudiar yo también psicoanálisis pero, bueno, eso tampoco importa. ¿Por qué dirá ese hombre que es su salvadora? ¿Creerá que estuvo en la guardería de Hampstead?