Pensó en el programa de televisión, en los artículos de periódico, en las fotos y en los nombres.
Sonrió al ver lo sencilla que era la respuesta. Sabía qué lugar tenía que buscar.
Cuando Lynley y Nkata regresaron a New Scotland Yard, Barbara Havers ya había investigado los antecedentes de Minshall. También había visionado las cintas del Boots para examinar la cola de gente detrás de Kimmo Thorne y Charlie Burov, alias Bunker, para ver si aparecía algún rostro familiar y, además, había hecho todo lo posible con los otros clientes de la tienda que salían en las imágenes de la cámara de circuito cerrado. Les informó de que no había nadie que se pareciera a alguna de las personas que había visto en Coloso. «Barry Minshall tampoco está entre los clientes», añadió. En cuanto al retrato robot del gimnasio Square Four y a si alguien de Boots se parecía a ese individuo…, no pudo decir gran cosa; ya desde el principio, se había mostrado muy poco entusiasta con el boceto.
– Es un imposible -le dijo a Lynley.
– ¿Qué tienes de los antecedentes de Minshall?
– Hasta la fecha, no se ha metido en líos.
Barbara había entregado las fotos de los niños disfrazados de mago al detective Stewart, y éste se las había dado a otros agentes que estaban mostrándoselas a los padres de los chicos muertos para una posible identificación.
– Si quiere saber mi opinión -dijo-, creo que esto tampoco nos va a llevar a ninguna parte, señor. Las he comparado con las fotos que ya tenemos de los chicos muertos y no me parece que se correspondan con ninguno. -Parecía descontenta con aquel hecho. Indudablemente, le gustaba la idea de que Minshall fuera el asesino.
Lynley le dijo que siguiera indagando en los antecedentes del vendedor de sales de baño del mercado de Stables, el tipo llamado John Miller que había mostrado mucho interés en lo que sucedía alrededor del tenderete de Barry Minshall.
Mientras tanto, John Stewart había asignado a cinco agentes -era el máximo que podía destinar, le dijo el detective a Lynley- la tarea de atender las llamadas recibidas tras la emisión de Alerta criminal sobre el retrato robot y demás información. Al parecer, había innumerables telespectadores que conocían a alguien que tenía un parecido notable con el hombre de la gorra de béisbol visto en el gimnasio Square Four. Los agentes tenían que seleccionar las llamadas, y separar el grano de la paja. A los paranoicos y los chiflados, les encantaba aprovechar la oportunidad de darse importancia o de vengarse un poco de un vecino con el que se peleaban. Qué mejor que informar a la policía de que «había que investigar» a éste o aquél.
Lynley fue del centro de coordinación a su despacho, donde encontró un informe del S07 encima de su mesa. Había cogido las gafas del bolsillo de la chaqueta y había comenzado a leerlo cuando sonó el teléfono, y la voz de Dorothea Harriman le susurró que el subinspector Hillier iba hacia allí.
– Le acompaña alguien -le dijo Harriman sottovoce-. No sé quién es, pero no parece un policía.
Un momento después, Hillier entró en el despacho.
– Me han dicho que tienes retenido a alguien -le dijo.
Lynley se quitó las gafas de lectura. Miró al acompañante de Hillier antes de contestar: un hombre de unos treinta y tanto años, con vaqueros, botas y sombrero de vaquero. Sin duda, no era un policía.
– No nos conocemos… -le dijo al hombre.
– Es Mitchell Corsico, de The Source -dijo Hillier con impaciencia-. Es nuestro periodista incrustado. ¿Qué es eso de que hay un sospechoso, comisario?
Lynley dio la vuelta con cuidado al informe del S07 que tenía sobre la mesa.
– Señor, ¿podríamos hablar en privado? -dijo. -No va a ser necesario -dijo Hillier. -Saldré un momento -se apresuró a decir Corsico, mirando de un hombre al otro. -He dicho…
– Gracias. -Lynley esperó a que el periodista hubiera salido al pasillo antes de seguir hablando con Hillier-. Dijo que tardaría cuarenta y ocho horas en elegir al periodista. No me las ha dado.
– Son órdenes de arriba, comisario. No depende de mí. – ¿Pues de quién?
– La Dirección de Asuntos Públicos hizo una propuesta. Y resultó que a mí me pareció buena.
– Tengo que protestar. Esto no sólo es irregular. También es peligroso.
A Hillier no pareció gustarle el comentario.
– Escúchame -dijo-. La prensa no puede amargarnos más. Esta historia domina todos los periódicos y también todos los informativos de televisión. A menos que tengamos suerte y algún grupo de exaltados árabes decida hacer explotar una bomba en Grosvenor Square no tenemos ni la más mínima posibilidad de superar el examen. Mitch está en nuestro bando…
– Es imposible que piense eso -contraatacó Lynley-. Y me aseguró que el periodista sería de un periódico serio, señor.
– Y su idea tiene mérito -prosiguió Hillier-. Su director llamó a la DAP y se la propuso, y la DAP le ha dado el visto bueno. -Se volvió hacia la puerta y dijo-: ¿Mitch? Vuelve a entrar, por favor. -Y Coriseo entró con el sombrero de vaquero atrás en la nuca.
Coriseo se hizo eco de la opinión de Lynley.
– Comisario, Dios sabe que es irregular, pero no debe preocuparse. Quiero comenzar con un artículo personal. Quiero informar a la gente sobre la investigación a través de las personas que participan en ella. Quiero comenzar por usted. Quién es y qué hace. Créame, no aparecerá en el artículo ningún detalle de la investigación propiamente dicha que usted no quiera que aparezca.
– No tengo tiempo para entrevistas -dijo Lynley. Coriseo levantó la mano.
– Ningún problema -dijo-. Ya tengo bastante información; el subinspector se ha ocupado de ello, y lo único que le pido es permiso para seguirlo a todas partes sin molestarle.
– No puedo dárselo.
– Yo sí -le dijo Hillier-, puedo y se lo doy. Tengo confianza en usted, Mitch. Sé que es consciente de lo delicada que es esta situación. Venga, le presentaré al resto de la brigada. No ha visto nunca un centro de coordinación, ¿verdad? Creo que le parecerá interesante.
Con aquellas palabras, Hillier se marchó con Corsico a la zaga. Incrédulo, Lynley los observó marchar. Se había levantado cuando el subinspector y el periodista habían entrado en su despacho, pero ahora se quedó sentado. Se preguntó si en la Dirección de Asuntos Públicos se habían vuelto locos.
Se preguntó a quién podía llamar, cómo podía protestar. Pensó en Webberly y se preguntó si el comisario podría interceder desde su convalecencia. No vio cómo. Los de arriba estaban utilizando a Hillier y él no parecía capaz de cuestionarlo. La única persona que podía frenar esa locura era el propio inspector, pero ¿qué conseguiría con eso a largo plazo salvo que le retiraran del caso seguramente?
«Artículos sobre los miembros de la investigación», se dijo mofándose. «Santo cielo, ¿qué vendría después? ¿Fotografías satinadas en ¡Hola!, o aparecer en algún estúpido programa de entrevistas?», pensaba.
Cogió el informe del S07, sabiendo que la brigada de investigadores estaría tan contenta como él con aquella novedad. Se puso las gafas para ver qué tenían para él los forenses.
Había piel debajo de las uñas de Davey Benton, producto de su forcejeo desesperado con el asesino. La agresión sexual había dejado semen. Obtendrían pruebas de ADN de ambos resultados; las primeras pruebas de ADN que extraerían de los cuerpos.
También habían encontrado un pelo extraño en el cadáver y estaban analizándolo; a Lynley, el corazón le dio un brinco cuando leyó la palabra «extraño», y pensó de inmediato en Barry Minshall. Sin embargo, no parecía que fuera un pelo humano, así que habría que estudiar si podía proceder del lugar en el que habían encontrado el cadáver.
Al fin, habían identificado las pisadas de la escena de Queen's Wood. Eran de unos Church's, del cuarenta y dos. El modelo se llamaba Shannon.