Lynley leyó esta última parte con pesimismo. Aquello reducía el punto de venta a todas las calles comerciales de Londres.
Pulsó la extensión de Dorothea Harriman. «¿Puede enviar una copia del último informe del S07 a Simón St. James?», le pidió.
Siempre tan eficiente, la secretaria ya lo había hecho, y añadió que Lynley tenía una llamada de la comisaría de Holmes Street. Le preguntó si quería atenderla, y de paso, si se suponía que tenía que pasar de ese tal Mitchell Coriseo cuando le preguntara cómo era tener a un aristócrata de jefe, porque le confesó que, si se trataba de tener a un aristócrata de jefe, había pensado que había un modo de que al subinspector le saliera el tiro… «por donde fuera», dijo ella.
– La culata -dijo Lynley, y comprendió qué quería decir. Esa era la respuesta, y era de lo más sencillo; no requería que nadie de arriba hiciera nada de nada-. Dee, eres un genio. Sí. Cuéntale todo lo que se te ocurra. Eso debería mantenerlo ocupado unos cuantos días, así que expláyate. Habíale de Cornualles, de la mansión familiar, de sirvientes que juegan a Manderley bajo la dirección de un ama de llaves inquietante. Llama a mi madre y pídele que mi hermano finja que se ha quedado atontado por las drogas, por si Corsico llama a su puerta. Llama a mi hermana y adviértele de que cierre las puertas a cal y canto no sea que aparezca en Yorkshire y quiera hurgar en su ropa sucia. ¿Se te ocurre algo más?
– ¿Eton y Oxford? ¿El equipo de remo?
– Eso, sí. Habría sido mejor rugby, ¿verdad? Es más masculino. Pero ajustémonos a los hechos para mantenerlo ocupado y lejos del centro de coordinación. No podemos reescribir la historia por mucho que queramos.
– ¿Lo llamo Su Majestad? ¿Conde? ¿Qué?
– No vayas tan lejos o verá lo que estamos haciendo. No parece estúpido.
– De acuerdo.
– Pásame la llamada de la comisaría de Holmes Street, por favor.
Harriman se la pasó. Al momento, Lynley se encontró hablando no con uno de los policías o agentes de recepción, sino con el abogado de Barry Minshall. Su mensaje era corto y grato. «Mi cliente -dijo James Barty- lo ha pensado mejor. Está dispuesto a hablar con los detectives.»
Capítulo 21
lrike Ellis se dijo que no tenía motivo alguno para sentirse culpable. Lamentaba la muerte de Davey Benton como habría lamentado la muerte de cualquier chico cuyo cadáver hubieran hallado tirado como basura en el bosque. Pero la verdad era que Davey Benton no era usuario de Coloso y celebraba que, con aquella revelación, se disiparan las sospechas de que un adulto de Coloso estuviera implicado en su asesinato.
Por supuesto, la policía no le había dicho nada al respecto cuando los llamó. Era una conclusión a la que había llegado ella. Pero el detective con el que habló dijo «muy bien, señora» en un tono que sugería que estaba tachando algo importante de su lista, y eso sólo podía significar que se había disipado una nube, en concreto, la nube de sospechas de toda una brigada de homicidios de New Scotland Yard.
Los había llamado antes para pedirles que le dieran el nombre del chico cuyo cadáver había aparecido en Queen's Wood. Había telefoneado de nuevo con gran alegría, aunque se esforzó muchísimo por no mostrarla, con la información de que no tenían registrado a ningún usuario que se llamara Davey Benton. Entre una llamada y la otra, repasó los historiales. Revisó las copias impresas de los archivos y examinó todo lo que Coloso tenía almacenado en los ordenadores. Miró las fichas que habían rellenado los chicos que habían expresado su interés por programas de ayuda a la comunidad que Coloso había ofrecido por todo Londres durante el año anterior. Y llamó a los servicios sociales para preguntarles por el chico, y le dijeron que no le tenían registrado y que nunca habían recomendado la intervención de Coloso.
Al final de todo aquello, se sintió aliviada. Después de todo, el horror de los asesinatos en serie no tenía relación con Coloso. Tampoco había llegado a pensar que así fuera…
Sin embargo, una llamada de esa agente poco atractiva con los dientes partidos y mal peinada encendió la luz de alarma en la pantalla de su tranquilidad. La policía estaba trabajando en otra conexión.
– ¿Ha organizado Coloso algún espectáculo para sus usuarios? -preguntó la detective-. ¿Para celebrar alguna ocasión especial, quizá?
Cuando Ulrike le preguntó a la mujer qué clase de espectáculo, ésta le contestó:
– Magia, por ejemplo. ¿Alguna vez han hecho algo así?
Ulrike le contestó, tan amablemente como pudo, que tendría que investigarlo, porque los chicos sí hacían excursiones que formaban parte del curso de orientación, aunque eran excursiones que consistían en actividades físicas, como ir en barca, caminar por la montaña, en bici o de acampada. Aun así, siempre cabía la posibilidad, y Ulrike no quería dejar piedra por mover. Así que le pidió que volviera a llamar.
Se puso a averiguarlo. Necesitaba repasar de nuevo los archivos. También se lo preguntó a Jack Veness, porque, si alguien sabía lo que sucedía en cada recoveco de Coloso, era Jack, quien ya trabajaba allí antes de que Ulrike entrara en escena.
– ¿Magia? -dijo Jack, y levantó una ceja pelirroja y rala-. ¿Sacar conejos de un sombrero y esas cosas? ¿Qué busca ahora la poli? -Siguió contándole que nunca había oído que se celebraran espectáculos de magia en Coloso o que alguno de los grupos de orientación hubiera asistido a alguno-. Estos chicos -dijo al tiempo que movía la cabeza hacia el interior del edificio, donde los chicos estaban ocupados con sus cursos de orientación u otras clases- no son de los que se vuelven locos por la magia, ¿verdad, Ulrike?
Sabía que no, y no le hacía ninguna falta que Jack Veness se lo dijera. Tampoco le hacía ninguna falta ver a Jack sonriendo con suficiencia ni al pensar en esos chicos sentados en semicírculo mirando embelesados a un mago actuando, ni al pensar en ella, Ulrike Ellis, la supuesta jefa de la organización, que se estaba planteando que sus tozudos usuarios pudieran disfrutar de un espectáculo como ése.
A Jack había que ponerlo en su sitio cada pocos días. Ulrike hizo los honores.
– ¿Te divierte la búsqueda de un asesino, Jack? Y si así es, ¿por qué podría ser?
Aquello borró de su rostro la sonrisa de suficiencia. La sustituyó la hostilidad.
– ¿Por qué no te tranquilizas, Ulrike? -dijo.
– Ve con cuidado -le dijo ella, y se marchó.
Se fue a recabar más información que ofrecer a la policía. Pero, cuando llamó para transmitir el mensaje de que nadie en Coloso había invitado a un mago al centro o llevado a un grupo a ver a uno, no parecieron impresionados. El policía que atendió su llamada simplemente repitió las palabras de su miserable compañero, como alguien que leyera un guión.
– Muy bien, señora -dijo, y le comentó que comunicaría la información.
– Pero ve que esto tiene que significar… -dijo ella, pero ya había colgado y sabía qué quería decir aquello: que iba a hacer falta aun más para que la policía dejara en paz a Coloso, e iba a tener que buscarlo.
Intentó pensar en un modo sutil de hacerlo que no le acarreara futuros problemas con los trabajadores o, incluso, una acción colectiva contra ella. Sabía que un líder eficaz no tenía que preocuparse por lo que pensaran los demás, pero ese líder también tenía que ser un animal político que supiera cómo convertir una actuación en un paso razonable en la dirección correcta, independientemente de cuál fuera la actuación. Pero no sabía cómo hacer que su siguiente movimiento no pareciera una declaración de desconfianza. El mismo esfuerzo de planificar un enfoque hacía que le dolieran tanto los dientes que se preguntó si había aplazado demasiado la visita al dentista. Buscó en los cajones una caja de paracetamol y se tomó dos pastillas con un trago de café que llevaba mucho tiempo junto al teléfono. Luego fue a la búsqueda de… decidió llamarlo exculpación. No para ella, sino para los demás. Se dijo que, independientemente lo que descubriera, informaría de ello a la policía. No albergaba ninguna duda de que Coloso no escondía a ningún asesino. Pero sabía que tenía que parecer sensata a la policía, sobre todo después de mentir al decir que Jared Salvatore no era usuario suyo. Tenía que parecer que estaba dispuesta a colaborar. Tenía que demostrar un cambio. Tenía que alejarlos de Coloso.