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– Pueden pensar lo que quieran. Es obvio que ya lo hacen. Parece un pervertido, así que tiene que serlo.

– ¿Utiliza eso a menudo? -le preguntó Havers-. Supongo que funciona a las mil maravillas ahí fuera en el mundo. Hace que la gente se sienta culpable. Debe de funcionar especialmente bien con los niños. Es usted un puto genio, ¿no, chaval? Un sobresaliente por elaborar un plan para sacar partido a su aspecto físico, colega.

– Parece que no entiende su situación, señor Minshall. ¿Le ha explicado el señor Barty -dijo, señalando con la cabeza al abogado- qué pasa cuando a uno lo acusan de asesinato? Comparece ante el juez, se decreta una fianza y espera a que se celebre el juicio…

– Todos esos presos y guardias le estarán esperando en la cárcel de Wormwood Scrubs para recibirle con los brazos abiertos -añadió Havers-. Tienen un recibimiento especial para los pederastas. ¿Lo sabía, Bar? Tendrá que inclinarse hacia delante, claro.

– Yo no…

Lynley apagó la grabadora.

– Al parecer -le dijo a James Barty-, su cliente necesita más tiempo para pensar. Mientras tanto, las pruebas contra usted van aumentando, señor Minshall. Y, en cuanto confirmemos que fue la última persona que vio con vida a Davey Benton, considérese sentenciado.

– Yo no…

– Puede intentar convencer de eso al fiscal. Nosotros reunimos pruebas y se las entregamos a él. A partir de ese momento, ya no pintamos nada.

– Puedo ayudarles.

– Piense en ayudarse a sí mismo.

– Puedo darles información sobre el chico. Pero el único modo en el que van a conseguirla es mediante un trato, porque si les doy la información, no voy a ser un hombre muy popular precisamente.

– Si no nos da nada, lo encerraremos por asesino de todos modos -señaló Barbara Havers-. Y eso no va a contribuir mucho a su popularidad, Barry

– Lo que yo sugiero -dijo Lynley- es que nos diga lo que sabe y rece para que estemos más interesados en eso que en otra cosa. Pero no se equivoque, Barry. Actualmente, se enfrenta a una acusación de asesinato como mínimo. Cualquier otro cargo que podamos imputarle en el futuro como resultado de lo que nos cuente ahora sobre Davey Benton no supondrá una sentencia de cárcel mayor. A no ser que sea otro asesinato, por supuesto.

– No he matado a nadie -dijo Minshall, pero ahora tenía la voz alterada y, por primera vez, a Lynley, le pareció que quizás estaban logrando hacérselo entender.

– Convénzanos -dijo Barbara Havers.

Minshall se quedó pensando un momento.

– Encienda la grabadora -dijo al fin-. Lo vi la noche que murió.

– ¿Dónde?

– Lo llevé a… -Titubeó, luego bebió más agua-. Se llama hotel Canterbury. Tenía un cliente allí y fuimos a actuar.

– ¿Qué quiere decir con «actuar»? -preguntó Havers-. ¿Qué clase de cliente?

Además de la cinta que Lynley estaba grabando, ella tomaba notas, y alzó la vista de la libreta.

– Magia. Hicimos un espectáculo privado para un solo cliente. Cuando acabamos, dejé a Davey allí con él.

– ¿Con quién? -preguntó Lynley.

– Con el cliente. Fue la última vez que lo vi.

– ¿Y cómo se llamaba ese cliente?

Minshall dejó caer los hombros.

– No lo sé. -Y como si imaginara que se marcharían de la sala de interrogatorios, se apresuró a decir-: Sólo lo conocía por un número: dos-uno-seis-cero. No me dijo nunca cómo se llamaba. Y él tampoco sabía cómo me llamaba yo. Me conocía por Nieve. -Se señaló la cabeza y la piel-. Me pareció apropiado.

– ¿Cómo conoció a este individuo? -le preguntó Lynley.

Minshall bebió otro sorbo de agua. Su abogado le preguntó si quería consultar con él. El mago dijo que no con la cabeza.

– HYCE -dijo.

– ¿Qué hizo? -preguntó Havers.

– H-Y-C-E -la corrigió-. No es una palabra. Es una organización.

– ¿Un acrónimo que significa…? -Lynley esperó la respuesta.

Minshall se la dio con voz cansada.

– Hombres Y Chicos Enamorados.

– Dios santo -masculló Havers mientras escribía en su libreta. Subrayó el acrónimo de un modo malicioso que sonó como papel de lija rascando la madera-. Adivinemos de qué va eso.

– ¿Dónde se reúne esta organización? -preguntó Lynley.

– En el sótano de una iglesia, dos veces al mes. Es un lugar sin consagrar llamado Saint Lucy's por Cromwell Road, la calle de la estación de Gloucester Road. No sé la dirección exacta, pero no será difícil encontrarla.

– Sin duda el olor a azufre será una gran pista cuando llegas a la zona -señaló Havers.

Lynley la miró con severidad. Compartía su aversión por aquel hombre y su historia, pero ahora que por fin Minshall estaba hablando, quería que siguiera.

– Háblenos de HYCE -dijo.

– Es un grupo de apoyo -dijo-. Ofrece un refugio seguro para… -Pareció buscar una palabra que aclarara el propósito de la organización a la vez que describiera a sus miembros de un modo positivo. «Una tarea imposible», pensó Lynley, aunque dejó que el hombre lo intentara de todos modos-. Ofrece un lugar donde personas que piensan igual pueden reunirse, hablar y descubrir que no están solas. Es para hombres que creen que no es ningún pecado y que no debería estar condenado socialmente querer a chicos e introducirlos en una sexualidad homosexual en un ambiente seguro.

– ¿En una iglesia? -Havers parecía no poder contenerse-. ¿Como una especie de sacrificio humano? En el altar, imagino.

Minshall se quitó las gafas y la fulminó con la mirada mientras las limpiaba frotándolas en la pernera de los pantalones.

– ¿Por qué no cierra el pico, agente? Es gente como usted la que dirige las cazas de brujas.

– Escúcheme, hijo de…

– Ya vale, Havers -dijo Lynley, y, a Minshall-: siga.

El mago lanzó a Havers otra mirada, luego cambió de posición en la silla como para dejarla al margen.

– Ningún chico es miembro de la asociación. HYCE sólo proporciona apoyo.

– ¿Para…? -le instó a decir Lynley.

Minshall volvió a ponerse las gafas sobre la nariz.

– Para hombres que tienen… conflictos con sus deseos. Aquellos que ya han dado el paso ayudan a los que quieren darlo. Esta ayuda se ofrece en un entorno afectuoso, donde se tolera a todo el mundo y no se juzga a nadie.

Lynley vio que Havers iba a hacer otra observación. La interrumpió.

– ¿Y el dos-uno-seis-cero?

– Lo vi enseguida la primera vez que vino. Era nuevo en todo esto. Apenas podía mirar a nadie a los ojos. Me dio pena y me ofrecí a ayudarle. Es lo que hago.

– ¿Lo que significa?

Y ahí Minshall se atascó. Se quedó callado un instante y luego pidió consultar con su abogado. James Barty había permanecido sentado sorbiéndose tan fuerte los dientes de abajo que parecía que se había tragado el labio.

– Sí, sí, sí -saltó de repente.

Lynley apagó la grabadora. Le señaló a Havers la puerta y salieron al pasillo de la comisaría de Holmes Street.

– Ha tenido toda la puta noche para preparar esa historia, señor.

– ¿Lo de HYCE?

– Eso y la chorrada del dos-uno-seis-cero. ¿No creerá ni por un momento que habrá un HYCE en Saint Lucy's cuando mandemos a los de Antivicio para que asistan a su próxima reunión? No es nada probable, señor. Y Bar tendrá una respuesta perfecta para ello, ¿verdad? Déjeme que se la adelante: «HYCE tiene miembros que son policías, ¿saben? Un pajarito de la Met debe de haberlos puesto al corriente y se han avisado. Ya saben cómo funciona esto: la radio, el radioteléfono y la radio de la policía. Se han escondido. Qué pena que no puedan encontrarlos…». Y no podamos detenerlos de aquí al domingo -añadió-. Putos pedófilos.

Lynley se quedó mirándola, era la indignación justificada en persona. El sentía lo mismo, pero también sabía que necesitaban que el mago siguiera soltando información. El único modo de distinguir la verdad de sus mentiras era animarle a hablar largo y tendido y escuchar las trampas que acabaría tendiéndose a sí mismo, que era el destino de todos los mentirosos.