Helen se despertó cuando cruzó la habitación hacia ella.
– Así que he decidido practicar -dijo como si hubieran estado hablando tan sólo unos momentos antes-. Bueno, supongo que es para ver cómo será. No darle el pecho, sino tenerlo aquí. Es raro si lo piensas, cuando lo analizas más detenidamente, quiero decir.
– ¿El qué? -La mecedora estaba debajo de la ventana y Lynley se apoyó en el alféizar. La miró con cariño.
– Que hayamos creado una personita. Nuestro Jasper Feliz, flotando felizmente dentro de mí, esperando a salir al mundo.
Lynley se estremeció al oír la última parte del pensamiento de su mujer: que su hijo saliera a un mundo a menudo lleno de violencia y, en efecto, muy incierto.
– ¿Qué pasa? -dijo Helen.
– He tenido un mal día -le dijo.
Ella extendió la mano hacia Lynley y él se la cogió. Tenía la piel fría y percibió el olor a cítrico que desprendía.
– Me ha telefoneado un hombre llamado Mitchell Corsico, Tommy. Me ha dicho que era de The Source.
– Dios mío -refunfuñó-. Lo siento. Sí que es de The Source. -Le contó cómo intentaba frustrar los planes de Hillier manteniendo ocupado a Corsico con las nimiedades de su vida privada-. Dee debió avisarte de que quizá te llamaría. No pensé que sería tan rápido. Estaba decidida a soltarle el rollo para alejarlo del centro de coordinación.
– Ah. -Helen se estiró y bostezó-. Bueno, ya he imaginado qué algo pasaba cuando me ha llamado condesa. Resulta que también había hablado con mi padre. No tengo ni idea de cómo lo ha localizado.
– ¿Qué quería saber?
Empezó a ponerse en pie. Lynley la ayudó a levantarse. Dejó la almohada en la cuna y colocó un elefante de peluche encima.
– Hija de conde y casada con un conde. Obviamente, me despreciaba. He intentado divertirle con mi insensatez y mis tristes propensiones de famosilla en decadencia, pero no me ha parecido tan cautivado como me habría gustado. Me ha hecho un montón de preguntas de por qué alguien de sangre azul, ése eres tú, cielo, se haría policía. Le he dicho que no tenía la menor idea, puesto que yo preferiría que estuvieras disponible para almorzar todos los días conmigo en Knightsbridge. Me ha preguntado si podía venir a visitarme a casa, con un fotógrafo. Ahí he dicho basta. Espero haber hecho bien.
– Has hecho bien.
– Me alegro. Me ha costado resistirme a la idea de posar ingeniosamente en el sofá del salón para The Source, por supuesto, pero lo he conseguido. -Le pasó la mano por la cintura y se dirigieron hacia la puerta-. ¿Qué más? -le preguntó.
– ¿Mmm? -Lynley le dio un beso en la cabeza.
– El mal día.
– Dios santo. Ahora no quiero hablar de ello.
– ¿Has cenado?
– No tengo hambre -dijo-. Lo único que quiero es tumbarme. Preferiblemente sobre algo blando y relativamente adaptable.
Ella lo miró y sonrió.
– Sé exactamente lo que necesitas. -Lo cogió de la mano y lo condujo hacia el dormitorio.
– Helen, hoy no puedo. Me temo que estoy agotado, lo siento.
Ella se rió.
– Nunca pensé que te oiría decir eso, pero tranquilo. Estoy pensando en otra cosa. -Le dijo que se sentara en la cama y entró en el baño. Lynley oyó que encendía una cerilla. Vio el destello. Al cabo de un momento, el agua comenzó a correr por la bañera y Helen regresó con él-. No hagas nada -le dijo-. Intenta no pensar si puedes. Relájate.
Empezó a desnudarle. Había un carácter ceremonial en cómo lo hizo, en parte porque le quitó la ropa sin prisas. Dejó los zapatos con cuidado a un lado y dobló los pantalones, la chaqueta y la camisa. Cuando estuvo desnudo, lo llevó al baño, donde el agua de la bañera estaba perfumada y las velas que había encendido proyectaban un resplandor relajante que se duplicaba en los espejos y dibujaba un arco en las paredes.
Lynley se metió en la bañera, se sentó y se tumbó hasta que el agua le cubrió los hombros. Helen le hizo una almohada con una toalla para que apoyara la cabeza.
– Cierra los ojos -le dijo-. Relájate. No hagas nada. Intenta no pensar. La fragancia debería ayudarte. Concéntrate en eso.
– ¿Qué es? -le preguntó.
– La poción mágica de Helen.
La oyó moverse por el baño: la puerta que se cerraba, el sonido de ropa cayendo al suelo. Al cabo de un momento, Helen estaba junto a la bañera y hundía la mano en el agua. Lynley abrió los ojos. Se había cambiado y llevaba un albornoz suave de color aceituna que daba calidez a su piel. Sostenía una esponja natural y estaba echándole gel.
Comenzó a bañarlo.
– No te he preguntado cómo te ha ido el día -le dijo.
– Shhh -contestó ella.
– No. Cuéntamelo. Así tendré algo en lo que pensar que no sea Hillier o el caso.
– De acuerdo dijo, pero habló en voz baja y le pasó la esponja por el brazo con una presión suave que hizo que volviera a cerrar los ojos-. He tenido un día de esperanza.
– Me alegra que alguien lo haya tenido.
– Después de mucho investigar, Deborah y yo hemos identificado ocho tiendas de ropa para bautizos. Hemos quedado mañana y dedicaremos todo el día a ir de compras.
– Excelente -dijo-. Fin del conflicto.
– Es lo que pensamos. ¿Podemos coger el Bentley, por cierto? Puede que acabemos con más paquetes de los que caben en mi coche.
– Hablamos de ropa de bebé, Helen. De un bebé de meses. ¿Cuánto espacio pueden ocupar?
– Sí, claro. Pero puede que compremos más cosas, Tommy…
Lynley se rió. Ella le cogió el otro brazo.
– No puedes resistirte a la tentación -le dijo.
– Es por una buena causa.
– ¿Por qué si no? -Pero le dijo que cogiera el Bentley y disfrutara de la excursión. El se puso cómodo para disfrutar de los cuidados que Helen estaba dedicando a su cuerpo.
Le lavó el cuello y le masajeó los músculos de los hombros. Le dijo que se inclinara hacia delante para poder ocuparse de la espalda. Le lavó el pecho y utilizó los dedos para presionar ciertos puntos de su cara de un modo que pareció eliminar la tensión que sentía. Luego hizo lo mismo con los pies hasta que los sintió como masilla caliente. Dejó las piernas para el final.
La esponja subió por ellas, subió, subió. Y entonces ya no era la esponja, sino su mano, y le hizo gemir.
– ¿Sí? -murmuró ella.
– Oh, sí. Sí.
– ¿Más? ¿Más fuerte? ¿Cómo?
– Sigue haciendo lo que haces. -Se le cortó la respiración-. Dios mío, Helen. Eres una niña muy traviesa.
– Puedo parar si quieres.
– Ni se te ocurra. -Abrió los ojos y la miró, y descubrió que sonreía dulcemente y lo observaba-. Quítate el albornoz -dijo.
– ¿Estimulación visual? No diría que te hace falta.
– No es eso -contestó-. Sólo quítate el albornoz. -Y cuando lo hizo, Lynley se movió para que pudiera entrar con él en el agua. Ella puso un pie a cada lado de su cuerpo, y él le cogió las manos para ayudarla a bajar-. Dile a Jasper Félix que se aparte -dijo.
– Creo que estará encantado -dijo ella.
Capítulo 23
Barbara Havers encendió el televisor para acompañar su ritual matutino de Pop Tarts, cigarrillo y café. Hacía un frío de mil demonios en su casa y se acercó a la ventana para ver si había nevado durante la noche. No, pero una capa de hielo en el sendero de hormigón de delante de la casa brillaba amenazante bajo la luz de seguridad que colgaba del tejado. Regresó a su cama deshecha y se planteó volver a meterse dentro mientras la estufa eléctrica intentaba derrotar al frío, pero sabía que no tenía tiempo, así que cogió la manta y se envolvió en ella antes de dirigirse temblando a la cocina y poner agua a hervir.