– Pero hay que hacerlo.
– Sí.
Barbara examinó el cigarrillo que había pensado encender. Se decidió y se lo guardó en el bolsillo. Se partió por la mitad. Una parte cayó al suelo. Barbara se quedó mirándola, le dio una patada y lo mandó debajo de la máquina de café.
– ¿Qué más? -le preguntó Nkata.
– El tipo ha mencionado a Helen. Intenta ponernos nerviosos.
– Bien, bueno, lo ha conseguido. -Barbara se acabó el café y arrugó el vaso con un crujido.
– ¿Dónde está, por cierto? -preguntó.
– ¿Corsico? -Nkata se encogió de hombros-. Hurgando en el archivo de personal de alguien, supongo. Introduciendo en Internet el nombre de todo el mundo para ver qué descubre que le sirva para redactar una buena historia. Barb, este tipo, Furgoneta Roja, ¿qué ha dicho sobre ella?
– ¿Sobre Helen? No sé los detalles. Pero la idea de que aparezca publicado lo que sea sobre quien sea… No es bueno ni para nosotros, ni para la investigación. ¿Cómo te va con Hillier, por cierto?
– Le evito.
– No es mala idea.
Entonces, Mitchell Corsico apareció de la nada, se le iluminó la cara al verlos junto a la máquina de café.
– Detective Nkata, lo estaba buscando -dijo el periodista.
– Menos mal que eres tú y no yo, Winnie -dijo Barb en voz baja a Nkata-. Lo siento. -Y se marchó hacia el centro de coordinación. Ella y Corsico se cruzaron sin mirarse. Un momento después, Nkata se quedó a solas con el periodista.
– ¿Podemos hablar? -Corsico compró un té en la máquina: con leche y doble de azúcar. Sorbió la infusión. Alice Nkata lo habría desaprobado.
– Tengo trabajo -dijo Nkata, y fue a marcharse.
– Es sobre Harold, en realidad. -La voz de Corsico permaneció tan cordial como siempre-. Me preguntaba si le gustaría comentar algo sobre él. El contraste entre dos hermanos… Será una introducción genial para el artículo. Usted es el siguiente, como ya habrá deducido. Usted por un lado, y Lynley por el otro. Las dos partes más importantes. Será una lectura interesante.
Al oír el nombre de su hermano, Nkata notó que se le tensaba el cuerpo. No podía hablar de Stoney. ¿Y comentar algo sobre él? ¿Cómo qué? Cualquier cosa que dijera, aunque dijera que no tenía ningún comentario que hacer, le saldría caro. Si defendía a Stoney Nkata, todo quedaría reducido a negros apoyando a negros pasara lo que pasase. Si no hacía ningún comentario, todo quedaría reducido a un policía que renegaba de su pasado, por no hablar de su familia.
– Harold… -dijo Nkata, y qué raro le sonó el nombre de pila de su hermano cuando jamás lo había llamado así- es mi hermano. Así es. – ¿Y querría…?
– Acabo de hacerlo -dijo Nkata-, acabo de confirmárselo. Si me disculpa, tengo trabajo.
Corsico le siguió por el pasillo hasta el centro de coordinación. Cogió una silla, se sentó al lado de Nkata y abrió su libreta por la página en la que había anotado información con una taquigrafía que parecía anticuada.
– He comenzado mal -dijo-. Deje que vuelva a intentarlo. Su padre se llama Benjamín. Conduce un autobús, ¿verdad? ¿Cuánto tiempo lleva trabajando para la empresa de transportes de Londres? ¿Qué ruta hace, detective Nkata?
Nkata apretó la mandíbula y se puso a revisar los papeles en los que había estado anotando información.
– Sí, bueno. Es Loughborough Estate, en el sur de Londres, ¿verdad? ¿Lleva mucho tiempo viviendo allí?
– Toda la vida. -Aun así, Nkata no miró al periodista. Todos sus movimientos estaban diseñados pretendían indicarle que no tenía tiempo para él.
Corsico no se lo tragó.
– Y su madre, Alice, ¿a qué se dedica? -le preguntó mirando sus notas.
Nkata se volvió en la silla. Habló con educación.
– La esposa del jefe ha salido en el periódico. Eso no va a pasarle a mi familia. De ningún modo.
Al parecer, Corsico consideró aquello una puerta abierta a la mente de Nkata, que, en cualquier caso, parecía más interesado.
– ¿Es complicado ser poli con su pasado, sargento? -preguntó-. ¿Es así?
– No quiero un artículo sobre mí en el periódico. No puedo dejárselo más claro, señor Corsico.
– Mitch -dijo Corsico-. Usted me considera un adversario, ¿verdad? No es lo que debería ser. Estoy aquí para hacerle un servicio a la Met. Eso es todo. ¿Ha leído el artículo sobre el comisario Lynley? No hay ni pizca de negatividad en él. Le he retratado desde la perspectiva más positiva posible. Bueno, sí, de acuerdo, hay más cosas que podría decir sobre él… Ese asunto en Yorkshire y la muerte de su cuñado… Pero no hay que entrar en eso por el momento, siempre que el resto de agentes colabore cuando quiera escribir sobre ellos.
– Espere, socio -dijo Nkata-. ¿Me está amenazando con lo que le hará al jefe si no le sigo el juego?
Corsico sonrió. Hizo un gesto con la mano para quitar importancia al asunto.
– No, no; pero, a mí, la información me llega a través de la redacción de The Source, sargento. Eso significa que es posible que otra persona reciba la información antes que yo. Y eso significa que mi director se dará cuenta de que hay más de lo que he publicado hasta el momento y querrá saber por qué, por no hablar de cuándo voy a escribir la continuación. Como pasa con esta información de Yorkshire: «¿Por qué no sigues con el asesinato de Edward Davenport, Mitch?», me preguntará. Le diré que tengo una historia mejor entre manos, una historia que podría titularse «de la pobreza a la fortuna» o «de los Brixton Warriors a la Met». ¿Cómo se hizo esa cicatriz que tiene en la cara, sargento Nkata? ¿Es de un navajazo?
Nkata no dijo nada: ni de los huertos de Windmill y la pelea callejera en la que acabó con la cara desfigurada, ni, por supuesto, sobre los Brixton Warriors, que seguían tan activos como siempre al sur del río.
– Además -dijo Corsico-, sabe que sigo órdenes de arriba, ¿verdad? Stephenson Deacon, por no mencionar al subinspector Hillier, sabe cómo negociar con la prensa. Imagino que aún negociará mejor con usted si no colabora y nos ayuda con los artículos.
Al oír aquello, Nkata se obligó a asentir con la cabeza con amabilidad mientras se retiraba de la mesa. Cogió la libreta y dijo con la máxima dignidad posible:
– Mitch, ahora tengo que hablar con el jefe. Está esperando esto… -y señaló sus notas-, así que tendremos que hacer… lo que tengamos que hacer después.
Se marchó del centro de coordinación. Lynley no necesitaba la información que tenía, pero no iba a quedarse ahí sentado escuchando las amenazas educadas e implícitas del periodista ni por asomo. Decidió que, si Hillier montaba en cólera por la falta de colaboración de Nkata sería una cuestión de mala suerte.
La puerta del despacho de Lynley estaba abierta, y el comisario hablaba por teléfono cuando Nkata entró. Lynley lo saludó con la cabeza, y le señaló una silla delante de su mesa. Estaba escuchando y escribiendo en un bloc.
– ¿Corsico? -le dijo Lynley con clarividencia cuando terminó de hablar.
– Ha empezado por Stoney directamente. No quiero que este tipo investigue a mi familia, joder. Mi madre ya tiene que cargar con suficientes cosas sin que Stoney salga de nuevo en los periódicos. -Le sorprendió su pasión. No había pensado en que aún sentía la traición, la indignación, la… lo que fuera en realidad, porque ahora no podía ponerle nombre y sabía que no podía permitirse intentarlo.
Lynley se quitó las gafas, y se puso los dedos en la frente, apretando con fuerza.
– Winston, ¿cómo puedo disculparme por todo esto? -Supongo que puede eliminar a Hillier. Eso serviría para empezar.