– Los nuevos retratos robot, comisario en funciones. Ha dicho que le hiciera saber que ha realizado varios, ya que no ha podido decirle cómo eran las gafas o la perilla. El gorro con la borla es el mismo en todos, ha dicho. -Y se marchó envuelta en una brisa de perfume.
Lynley le dio las gracias, mientras Havers se acercaba a su mesa para echar un vistazo. Los dos bocetos que tenían ahora estaban modificados: los dos sospechosos llevaban gorro, gafas y perilla. Era muy poco, pero era algo.
Se puso en pie.
– Acompáñame -le dijo a Havers-. Es hora de ir al hotel Canterbury.
Capítulo 25
– Chorno he dicho desde el principio -declaró Jack Veness-, estaba en el Miller and Grindstone. No sé hasta qué hora, porque, a veces, me quedo hasta que cierra, pero otras veces no, como comprenderás no llevo un puto diario del tema, ¿vale? Pero estuve allí, y, después, mi amigo y yo fuimos a comprar comida para llevar. Por muchas veces que me lo pregunten, siempre les daré la misma maldita respuesta. Así que, ¿por qué me lo preguntan?
– Porque se van amontonando acontecimientos más interesantes, Jack -contestó Winston Nkata-. Cuanto más sabemos sobre quién está haciendo qué a quién, más tenemos que comprobar quién puede haber hecho otra cosa, y cuándo. Lo importante es el cuándo, socio.
– Lo importante es que la policía intenta cargarle algo a alguien y le da igual quién es ese alguien. Qué cara tienen, ¿lo sabían? Hay gente que se ha pasado veinte años en la cárcel, y luego resulta que le tendieron una trampa; ustedes nunca cambian de enfoque, ¿verdad?
– ¿Teme que vaya a pasar eso? -le preguntó Nkata-. ¿Por qué?
El y el recepcionista de Coloso estaban hablando justo en la entrada, hasta donde Nkata lo había seguido desde el aparcamiento. Allí, Jack había gorroneado cigarrillos a dos chicos de doce años. Se había encendido uno, guardado otro en el bolsillo y colocado un tercero detrás de la oreja. Al principio, Nkata había pensado que era un usuario de la organización. Sólo cuando Veness lo detuvo con un grito, mientras se dirigía a la puerta, Nkata se dio cuenta de que el joven pelirrojo y desaliñado trabajaba en Coloso.
Le había preguntado a Veness si podían hablar y le había mostrado la placa. Tenía una lista de fechas en las que HYCE se había reunido, que eran cortesía de Barry Minshall por consejo de su abogado, y estaba comprobando las coartadas. El problema era que la coartada de Jack Veness era siempre la misma, tal y como se había esforzado en señalar.
Entonces, Jack entró en la recepción, como si estuviera satisfecho de haber colaborado. Nkata le siguió. Allí, en uno de los sofás sarnosos, había un chico repantigado. Estaba fumando e intentaba, sin éxito, hacer anillos con el humo.
– ¡Mark Connor! -le gritó Veness-. ¿Qué haces, además de prepararte para una patada en el culo? Dentro de Coloso está prohibido fumar, y lo sabes. ¿En qué estás pensando?
– Aquí no hay nadie. -Mark parecía aburrido-. A menos que pienses delatarme, nadie se enterará.
– Yo estoy aquí, ¿vale? -le espetó Jack como respuesta-. Vete fuera o apaga el cigarro.
– Mierda -refunfuñó Mark, y bajó las piernas del sofá. Se levantó y se marchó de la sala arrastrando los pies. La entrepierna de los pantalones le colgaba casi a la altura de las rodillas, al estilo rapero.
Jack fue al mostrador de recepción y pulsó unas cuantas teclas en el ordenador.
– ¿Qué más quiere? -le dijo a Nkata-. Si quiere hablar con los demás, no están. Ninguno.
– ¿Griffin Strong?
– ¿Es duro de oído?
Nkata no le respondió. Miró fijamente a Veness y esperó.
El recepcionista transigió, pero dejó claro por su tono que no se alegraba.
– No ha venido en todo el día -dijo-. Seguramente le estarán depilando las cejas en algún sitio.
– ¿Y Greenham?
– ¿Quién sabe? Ya lleva más de dos horas almorzando. Para poder llevar a su madre al médico, dice.
– ¿Y Kilfoyle?
– Nunca aparece hasta que termina sus repartos, lo cual espero que suceda pronto, porque tiene mi baguette de salami y ensalada, y me gustaría comer. ¿Qué más? -Cogió un lápiz y dio con él unos golpecitos de manera significativa sobre el bloc de mensajes telefónicos. Como si esperara una señal, el teléfono sonó y Jack respondió. No, respondió, no estaba. ¿Quería dejar un mensaje? Añadió con toda la intención-: A decir verdad, creía que tenía una reunión con usted, señor Bensley. Es lo que me ha dicho cuando se ha marchado. -Su voz sonó satisfecha, como si acabara de demostrar una hipótesis.
Anotó algo y le dijo a la persona que había llamado que comunicaría la información. Colgó y luego miró a Nkata.
– ¿Qué más? -dijo-. Tengo cosas que hacer.
Nkata tenía los antecedentes de Jack Veness grabados en el cerebro, además de los antecedentes de todas las otras personas de Coloso que habían despertado el interés de la policía. Sabía que el joven tenía motivos para estar inquieto. Los ex presidiarios siempre eran los primeros que estaban bajo sospecha cuando se cometía un delito, y Veness lo sabía. Ya había cumplido condena antes -daba igual que hubiera sido por provocar un incendio-, y no tendría ningunas ganas de volver a la cárcel. Además, tenía razón acerca de la tendencia de la policía a fijarse en un ex delincuente, basándose en el pasado de éste y en su antigua relación con él. Por toda Inglaterra, había policías de cara colorada que recogían los escombros de investigaciones corruptas, desde atentados a asesinatos.
Jack Veness no era estúpido por esperar la peor, sino que, al contrario, posicionarse en ese sentido era un movimiento inteligente de su parte.
– Tiene mucha responsabilidad aquí -dijo Nkata-, tras haberse ido todo el mundo.
Jack no respondió de inmediato. Ese giro levantaba suspicacias, evidentemente.
– Puedo arreglármelas -contestó al final.
– ¿Alguien se ha fijado?
– ¿En qué?
– En que se las arregla. ¿O están demasiado ocupados?
Esa dirección parecía posible. Jack la siguió.
– Nadie se fija mucho en nada -dijo-. Estoy en el nivel más bajo del escalafón, sin contar a Rob. Si él se marcha, estoy perdido. Me pisotearán.
– ¿Se refiere a Killoyle?
Jack lo miró, y Nkata supo que había parecido demasiado interesado.
– No voy a ir por ahí, colega. Rob es buen chaval. Se ha metido en líos, pero supongo que eso ya lo sabe, igual que sabe que yo también me he metido en líos. Eso no nos convierte a ninguno de los dos en asesinos.
– ¿Va mucho con él? ¿Al Miller and Grindstone, por ejemplo? ¿Es ahí dónde se conocieron? ¿Es el amigo del que ha hablado?
– Mire, no le voy a decir nada sobre Rob. Encárguese usted del trabajo sucio.
– Todo es por esta situación del Miller and Grindstone -señaló Nkata.
– Yo no lo veo así, pero… Mierda. -Jack cogió un papel y garabateó un nombre y un número de teléfono, que luego le entregó-. Ahí tiene. Es mi amigo. Llámele; le dirá lo mismo. Estuvimos en el pub y luego fuimos a por un pollo al curry. Pregúntele, pregunte en el pub, pregunte en el local de comida para llevar. Está delante de Bermondsey Square. Le dirán lo mismo.
Nkata dobló el papel con cuidado y lo guardó en la libreta.
– Hay un problema, Jack.
– ¿Cuál?
– Una noche tiende a confundirse con otra cuando se va siempre al mismo sitio, ¿sabe? Unos días, o semanas, después, ¿cómo va a saber alguien qué noches estuvo usted en el pub antes de ir a comprar pollo al curry para llevar, y qué noches se escabulló para hacer otra cosa?
– ¿Como qué? ¿Matar a algunos chicos, quiere decir? A la mierda, no me importa…
– ¿Sabe cuál es el problema, Jack?
Había entrado otro hombre, un tipo algo rechoncho con el pelo demasiado ralo para su edad y el cutis demasiado rubicundo incluso para alguien que acababa de estar expuesto al frío. Nkata se preguntó si se habría quedado escuchando detrás de la puerta.