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– Porque eres guapa, Ruby, y el mundo merece verlo.

Ruby rechazó el comentario con un movimiento de la mano.

– Ahora ya no soy guapa -dijo.

Yasmin no contestó aquella observación, sino que se colocó delante de la mujer para estudiar su cara. La de Yasmin era profesional, no transmitía la pena que la otra mujer sin duda habría notado al instante. Se inclinó hacia ella y aplicó la brocha a lo largo de los pómulos. A continuación, realizó un movimiento similar en la mandíbula.

Nkata esperó pacientemente. Observó trabajar a Yasmin: un roce con la brocha, un realce de las sombras en los ojos. Terminó de maquillar a su dienta con el pintalabios, que aplicó con un pincel delicado. Ella no llevaba los labios pintados. La cicatriz rosada en el labio superior -un antiguo regalo de su marido- lo hacía imposible.

Se echó hacia atrás y examinó su trabajo.

– Ahora sí que estás bien, Ruby. ¿Qué peluca vas a ponerte para darte el toque final?

– Oh, Yasmin, no lo sé.

– Venga, vamos. Tu marido no está esperando ahí fuera a una señora calva con una cara nueva y preciosa. ¿Quieres probártelas otra vez?

– La corta, supongo.

– ¿Segura? Con la larga parecías la modelo esa.

Ruby se puso serio.

– Sí, claro, lista para la Semana de la Moda, Yasmin. Quizá me pongan un bikini. Por fin tengo el cuerpo para llevarlo. Déjame la corta. Me gusta bastante.

Yasmin cogió la peluca corta del soporte. La depositó con cuidado sobre la cabeza de Ruby. Retrocedió, luego hizo un ajuste y volvió a retroceder.

– Estás lista para salir y pasar una noche estupenda -dijo-. Asegúrate de que tu hombre te la da. -Ayudó a Ruby a bajarse del sillón y cogió el vale que la mujer le entregó. Rechazó suavemente un billete de diez libras que Ruby intentó dejar en su mano-. Ni hablar -dijo-. Cómprate unas flores para el piso.

– Ya habrá suficientes flores en el entierro -dijo Ruby.

– Sí, pero el muerto no puede disfrutarlas.

Se rieron juntas. Yasmin la acompañó a la puerta. En la calle, la esperaba un coche, la puerta abierta. La ayudó a subir.

Cuando regresó a la tienda, se dirigió de inmediato al sillón, donde se puso a guardar los artículos de maquillaje.

– ¿Qué tiene? -preguntó Nkata.

– Páncreas -dijo Yasmin en una palabra.

– ¿Está muy mal?

– El de páncreas siempre es malo, sargento. Hace quimioterapia, pero es inútil. ¿Qué quieres, tío? Tengo trabajo.

Nkata se acercó a ella, pero se mantuvo a una distancia segura.

– Tengo un hermano -le dijo-. Se llama Harold, pero nosotros lo llamamos Stoney porque tenía la cabeza más dura que una piedra. Una piedra como las de Stonehenge, quiero decir. Es de los que no cambian de opinión pase lo que pase.

Yasmin dejó de guardar el maquillaje, una brocha en la mano. Miró a Nkata frunciendo el ceño.

– ¿Y?

Nkata se pasó la lengua por el labio inferior.

– Está en Wandsworth. Perpetua.

Yasmin apartó la vista y luego volvió a mirarlo. Sabía lo que significaba aquello: asesinato.

– ¿Lo hizo?

– Oh, sí. Stoney… Sí. No hay duda de que fue él. Consiguió una pistola en algún sitio, nunca dijo quién se la dio, y se cargó a un tipo de Battersea. El y su amigo intentaron robarle el BMW, y el tipo no colaboró como ellos querían. Stoney le pegó un tiro en la nuca. Una ejecución. Su amigo le delató.

Yasmin se quedó quieta un momento, como evaluando aquellas palabras. Luego, volvió al trabajo.

– El tema es -siguió Nkata- que yo podría haber seguido el mismo camino. Es adonde iba, sólo que imagino que era más listo que Stoney. Peleaba mejor, y tampoco me interesaba robar coches. Tenía una banda, verás, y eran mis hermanos, más hermanos para mí de lo que Stoney podría haber sido nunca. Así que peleaba con ellos porque eso era lo que hacíamos. Peleábamos por el territorio: esta acera, esa acera, un quiosco, un estanco. Acabé en urgencias con la cara rajada. -Se señaló la mejilla y la cicatriz que la recorría-. Y mi madre se desmayó cuando lo vio. La miré, y miré a mi padre y supe que quería pegarme una paliza cuando llegáramos a casa, con o sin la cara llena de puntos. Y de repente vi que no quería pegarme por mí, sino porque le había hecho daño a mamá, igual que Stoney. Y entonces vi de verdad cómo la trataban los médicos y las enfermeras de urgencias. La trataban como si fuera ella la que había hecho algo malo, que es lo que pensaban porque uno de sus hijos estaba en la cárcel y el otro era un Brixton Warrior. Y eso es todo. -Nkata extendió las manos, vacías-. Un poli se puso a hablar conmigo, por la pelea de la cicatriz, y me llevó por otra dirección. Y me aferré a él muy fuerte porque no quería hacerle a mamá lo que le había hecho Stoney.

– ¿Así de fácil? -preguntó Yasmin. Nkata oyó el deje de desprecio en su voz.

– Así de sencillo -la corrigió Nkata con educación-. Nunca diría que fue fácil.

Yasmin terminó de guardar el maquillaje. Cerró la caja con un ruido seco y la levantó del mostrador. La llevó al fondo de la tienda y la guardó en un estante.

– ¿Eso es todo? -dijo entonces con la mano en la cadera.

– No.

– Bien. ¿Qué más?

– Vivo con mi padre y con mi madre. En Loughborough Estate. Seguiré viviendo con ellos pase lo que pase, porque se están haciendo mayores y cada vez es más peligroso vivir allí para ellos. No permitiré que yanquis, camellos y chulos se metan con ellos. A esos tipos no les gusto, no quieren tenerme cerca, y está claro que no se fían de mí y que mantendrán las distancias con mi madre y mi padre mientras yo esté ahí. Así es como quiero que sea, y haré lo que haga falta para que siga siendo de ese modo.

Yasmin ladeó la cabeza. Su rostro mantenía una expresión desconfiada y desdeñosa, la misma expresión que le había visto desde que la conocía.

– Bueno, ¿por qué me cuentas todo esto?

– Porque quiero saber la verdad. Y el tema, Yasmin, es que la verdad no es una carretera sin curvas ni desvíos. Así que tienes que saberlo: Sí, me sentí atraído por ti en cuanto te vi, ¿y quién no? Y sí, quería apartarte de Katja Wolfe; pero no porque creyera que debías estar con un hombre y no con una mujer, porque yo no lo sabía, cómo podía saberlo, sino porque quería tener una oportunidad contigo y el único modo de conseguirla era demostrarte que Katja Wolfe no merecía lo que le ofrecías. Pero al mismo tiempo, Daniel también me cayó bien desde el principio. Y vi que yo también le caía bien a él. Y sé muy bien, lo supe entonces y lo sé ahora, cómo puede ser la vida en la calle para los niños que tienen tiempo libre, sobre todo chicos como Daniel, que no tienen a un padre en casa. Y no fue porque creyera que no eras (que no eres) una buena madre, porque vi que sí lo eras. Pero creía que Dan necesitaba más (aún necesita más), y eso es lo que he venido a decirte.

– Que Daniel necesita…

– No. Todo, Yas. De principio a fin.

Seguía a cierta distancia de ella, pero creyó ver que los músculos de su cuello suave y oscuro se movían al tragar saliva. También creyó ver latir su corazón en la vena de la sien. Pero sabía que intentaba ceñirse a una realidad definida por sus esperanzas. «Déjalo -se dijo-. Deja que sea lo que es.»

– Y ahora, ¿qué quieres? -le preguntó al fin Yasmin. Regresó al sillón y cogió las dos pelucas restantes, una debajo de cada brazo.

Nkata se encogió de hombros.

– Nada -dijo.

– ¿Y es la verdad?

– A ti -dijo-. De acuerdo, a ti. Pero ni siquiera sé si es la verdad. Por eso no quiero gritarlo a los cuatro vientos. ¿Acostarme contigo? Sí. Quiero eso. Quiero acostarme contigo. Pero ¿todo lo demás? No lo sé. Así que ésa es la verdad, y es lo que mereces. Siempre lo has merecido, pero nunca te lo han dado… ni tu marido ni Katja. Ni siquiera sé si te lo da el hombre ese con quien estás ahora, pero yo sí te lo doy. Tú fuiste lo primero y lo más importante cuando te vi. Después vino Daniel. Y el tema nunca ha sido tan sencillo como utilizar a Dan para llegar a ti, que es lo que crees, Yasmin. Nada es nunca tan sencillo como eso.