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Ulrike le explicó el trabajo, y la señorita A-W destacó la parte más relevante.

– ¿Jóvenes? -dijo-. ¿Trabajar con ellos para crear confianza? No es exactamente el trabajo ideal de Jack. Le sugiero que pase a otro empleado si es lo que busca, pero si le cuenta que se lo he dicho, la llamaré mentirosa asquerosa.

– ¿Por qué? -preguntó Ulrike, quizá demasiado deprisa-. ¿Qué haría si supiera que hemos hablado?

La señorita A-W dio una calada a su cigarrillo y soltó el humo que no quedó adherido a sus pulmones sin duda ennegrecidos. Ulrike hizo lo que pudo por no respirar demasiado hondo. La anciana pareció pensar en lo que quería decir, porque se quedó callada un momento antes de decidirse.

– Puede ser muy buen chico cuando se lo propone, pero, por lo general, tiene la cabeza en otras cosas.

– ¿Como cuáles?

– Como él mismo. Su suerte en la vida. Como les pasa a todos los de su edad. -La señorita A-W hizo un gesto enfático con el cigarrillo-. Los jóvenes son quejicas, y el problema de jack es ése, señorita. Le oyes hablar y piensas que es el único chico del mundo que creció sin padre. Y con una madre facilona, que ha ido saltando de hombre en hombre desde que nació el chico. Desde antes incluso, en realidad. Seguramente desde el vientre Jack ya la oía intentando recordar el nombre del último tipo con el que se había acostado. Así que, ¿cómo podía sorprenderle a alguien que saliera mal?

– ¿Que saliera mal?

– Vamos, ya sabe cómo era. Fue a Coloso al salir del reformatorio, por el amor de Dios. Min, su madre, dice que todo es porque ella nunca ha sabido seguro qué amante era su padre en realidad. Dice: «¿Por qué no lo acepta? Yo lo he aceptado». Pero Min es así: echa la culpa a quien sea y a lo que sea antes de mirarse de verdad a ella misma. Ha buscado a los hombres toda su vida, y Jack siempre se ha buscado problemas. Cuando tenía catorce años, Min ya no pudo aguantarlo más y la abuela no quiso aguantarlo, así que me lo mandaron a mí. Hasta que pasó esa tontería del incendio provocado. Qué estúpido.

– ¿Cómo se lleva con él? -preguntó Ulrike.

– Vivimos y nos dejamos vivir, que es lo que hago con todo el mundo, señorita.

– ¿Qué hay de los otros?

– ¿Qué hay de qué otros?

– De sus amigos. ¿Se lleva bien con ellos?

– No serían amigos si no se llevase bien con ellos, ¿no cree? -señaló la señorita A-W.

Ulrike sonrió.

– ¿Los ve a menudo?

– ¿Por qué quiere saberlo?

– Porque, obviamente, la forma que tenga Jack de relacionarse con ellos indica cómo se relaciona con los demás, ¿entiende? Y eso es lo que nosotros…

– No, no lo entiendo -dijo la señorita A-W con aspereza-. Si es usted su supervisora, lo ve relacionarse con los demás todo el tiempo. Usted misma se relaciona con él. No necesita mi opinión al respecto.

– Sí, pero los aspectos sociales de la vida de una persona pueden revelar… – ¿Qué?, pensó. No se le ocurrió una respuesta, así que fue al grano-. ¿Sale con los amigos, por ejemplo? Por la noche. ¿Va de bares o cosas así?

La señorita A-W entrecerró un poco los ojos.

– Sale tanto como cualquier chico -dijo con cautela.

– ¿Todas las noches?

– ¿Qué diablos importa eso? -Cada vez parecía más recelosa, pero Ulrike insistió.

– ¿Y va siempre al mismo pub?

– Me está preguntando si es un borracho, señorita… ¿cómo era?

– Ellis. Ulrike Ellis. Y no, no es eso. Pero dice que va al pub todas las noches, así que…

– Si ha dicho eso, es ahí donde está.

– Pero ¿usted no lo cree?

– No entiendo qué importa eso. Entra y sale. No lo voy vigilando. ¿Por qué debería hacerlo? A veces es el pub, a veces una novia, a veces su madre, cuando se llevan bien, que es lo que pasa cuando Min quiere que haga algo por ella. Pero él no me lo cuenta, y yo no pregunto. Y lo que yo quiero saber es por qué usted sí pregunta. ¿Ha hecho algo?

– Entonces, ¿no siempre va al pub? ¿Recuerda algún día que no haya ido últimamente? ¿Que fuera a otro sitio? ¿A casa de su madre? ¿Dónde vive, por cierto?

Al decir esto, Ulrike vio que había ido demasiado lejos. La señorita A-W se puso en pie, con el cigarrillo colgando de los labios. Ulrike pensó fugazmente en la palabra «nena» tal como la usaban los tipos duros americanos de las películas antiguas en blanco y negro para referirse a las mujeres. Eso era la señorita A-W: una nena a tener en cuenta.

– Verá -dijo la anciana-, está mareándome para sacarme información, y no finja que sólo está tanteando el terreno. No soy estúpida. Así que levante su culo prieto del sofá y salga de mi casa antes de que llame a la policía y le pida que la ayude a hacerlo.

– Señorita Atkins-Ward, por favor. Si la he molestado… Sólo forma parte de mi trabajo… -Ulrike vio que no sabía qué decir. Tenía que ser delicada, y eso era lo que le faltaba. Simplemente no poseía el estilo maquiavélico que su puesto en Coloso le exigía tener de vez en cuando. Era demasiado sincera, demasiado franca con la gente. Tenía que deshacerse de esa cualidad, o al menos ser capaz de taparla de vez en cuando. Por el amor de Dios, tenía que practicar la mentira si quería obtener información útil. Sabía que la señorita A-W informaría de su visita a Jack.

Por más que se esforzaba, no veía cómo evitarlo, a menos que cogiera una lámpara de mesa y le diera a la anciana un golpe en la cabeza que la llevara directo al hospital.

– Si la he ofendido… Si he utilizado un enfoque equivocado… Tendría que haber sido más delicada con…

– ¿Es que está sorda? -la interrumpió la señora A-W, sacudiendo su andador para dar más énfasis a sus palabras-. ¿Va a marcharse o tengo que llevar la cosa más lejos?

Ulrike vio que lo haría. Qué locura. Había que admirar a una mujer como aquélla. Se había enfrentado al mundo y había triunfado, sin deberle nada a nadie.

A Ulrike no le quedaba más remedio que salir corriendo de la habitación. Lo hizo disculpándose torpemente con la esperanza de que bastara para evitar que la señorita A-W llamara a la policía o le dijera a Jack que su supervisora había pasado por allí para vigilarlo. Confiaba poco en cualquiera de las dos posibilidades. Cuando la señorita A-W profería amenazas, las cumplía.

Ulrike se apresuró a salir de la casa. Lamentaba su plan y su ineptitud. Primero Griff, luego Jack. Dos intentos y dos fracasos. Le quedaban dos personas más, y sólo Dios sabía lo mal que le iría con ellas.

Se subió a la bicicleta y pedaleó hacia Tower Bridge Road. Por hoy ya bastaba, decidió. Se iba a casa. Necesitaba una copa.

El día estaba apagándose y, cuando Nkata llegó, las luces de las farolas ya entrecruzaban Gabriel's Wharf. Con aquel frío la gente no salía de casa, así que aparte de la mercera que barría la acera delante de su tienda, no había nadie más. Sin embargo, la mayoría de locales estaban abiertos y Nkata vio que Mr. Sandwich era una de ellos, a pesar del horario indicado. Dos señoras blancas de mediana edad con delantales amplísimos parecían limpiar detrás del mostrador.

En La Luna de Cristal, Gigi lo estaba esperando. Había cerrado ya, pero cuando Nkata llamó a la puerta, surgió de la trastienda al instante. Mirando a su alrededor como si esperara que la espiaran, se acercó a la puerta, giró la llave y le hizo un gesto de complicidad para que entrara. Después, volvió a cerrar.

Lo que le dijo hizo que Nkata se preguntara por qué había ido hasta allí.

– Perejil.

– ¿Qué pasa con él? Creía que había dicho…