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No le quedaba más remedio que arremeter contra Hillier. Abalanzarse sobre él, agarrarlo, obligarle… en algún sitio…

Unos brazos fuertes le cogieron. Desde detrás, así que no era Hillier. Oyó una voz en su oído.

– Dios santo. Tiene que salir de aquí. Tiene que venir conmigo. Tranquilo, amigo. Tranquilo.

Pensó en Winston Nkata. ¿De dónde había salido? ¿Había estado allí todo el tiempo, sin que se diera cuenta?

– Llévatelo -dijo Hillier, que con una mano temblorosa sostenía un pañuelo en la cara.

Lynley miró al sargento. Era como si Nkata estuviera detrás de un velo brillante. Pero incluso entonces, Lynley aún pudo ver su rostro antes de que sus brazos lo rodearan.

– Venga conmigo, jefe -le murmuró Winston al oído-. Venga conmigo.

Capítulo 30

Fue a última hora de la tarde cuando Ulrike decidió el siguiente enfoque que quería tomar, tras haber aprendido de su encuentro en Bermondsey con la tía de Jack Veness que las mentiras no iban a servirle. Comenzó con la lista de fechas que le habían dado en New Scotland Yard. La sacó y a partir de ella elaboró una tabla con filas y columnas para las fechas, los nombres de las víctimas y los nombres de los posibles sospechosos de la policía. Dejó mucho espacio para completarla con los datos pertinentes que salieran a la luz sobre todo aquel que le pareciera dudoso.

«10 de septiembre -escribió primero-. Antón Reed.» «20 de octubre -anotó después-. Jared Salvatore.» «25 de noviembre -fue lo siguiente-. Dennis Butcher.» Y después, más deprisa: «10 de diciembre. Kimmo Thorne». «18 de diciembre. Sean Lavery.»

«8 de enero. Davey Benton», quien, gracias a Dios, no era uno de los suyos. Tampoco lo era la esposa del comisario, en realidad, y eso tenía que significar algo, ¿no?

No obstante, si se ponía a hacer suposiciones, lo que significaba era que el asesino estaba buscándose otro territorio porque la policía pasaba demasiado tiempo en Coloso. Era muy posible, y no podía descartarlo porque descartarlo -ante quien fuera- podía interpretarse como un intento de dirigir las sospechas a otra parte; lo cual era lo que quería hacer, por supuesto, pero no si parecía que era lo que estaba haciendo.

Se dio cuenta de que había sido totalmente ridículo fingir que se entrevistaba con Mary Alice Atkins-Ward para ver si Jack Veness estaba preparado para ser ascendido a un puesto con más responsabilidad en Coloso. No sabía cómo se le había ocurrido un plan así y, sin duda, entendía por qué la señorita A-W la había calado; así que iba a optar por el enfoque directo, que comenzaría con Neil Greenham, el único que había llamado a un abogado, como quien llama a la caballería cuando los indios se acercan. Decidió abordar a Neil en su aula. Una mirada al reloj le dijo que aún estaría allí proporcionándoles a los chicos la ayuda individual que tan famoso le había hecho.

Estaba conversando con un chico negro cuyo nombre no recordaba en aquel momento. Frunció el ceño mientras miraba y escuchaba a Neil decir algo sobre la asistencia a clase del chico. Lo llamó Mark.

Mark Connor, pensó. Había llegado a ellos a través de Menores en Lambeth, autor de un tirón que había acabado mal cuando empujó a la anciana y ésta cayó y se rompió la cadera. Justo la clase de chico que Coloso estaba destinado a salvar.

Ulrike vio que Neil ponía una mano en el hombro delgado del chico. Vio que Mark se estremecía. Se puso en guardia de inmediato.

– Neil, ¿podemos hablar? -dijo, y tomó nota de su reacción. Estaba buscando cualquier señal que pudiera interpretar, pero parecía que Neil procuraba no darle ninguna.

– Deja que acabe con esto. Me paso enseguida. ¿Por tu despacho?

– Muy bien. -Habría preferido hablar con él allí, en su ambiente, pero su despacho serviría. Se marchó.

Neil apareció exactamente quince minutos después, taza de té en mano.

– No he pensado en preguntarte si querías… -le dijo, e hizo un gesto con la taza para indicar su ofrecimiento.

Aquello parecía señalar una tregua entre ellos.

– No pasa nada, Neil -le dijo-. No quiero. Gracias. Pasa y siéntate, ¿quieres?

Mientras se sentaba, Ulrike se levantó y cerró la puerta. Cuando regresó a la mesa, levantó una ceja.

– ¿Trato especial? -le preguntó él, sorbiendo en silencio el Darjeeling o lo que fuera. En silencio, naturalmente. Neil Greenham no era de los que hacía ruido al beber-. ¿Debería tomarme esto atención repentina como un halago, o como una advertencia?

Ulrike obvió el comentario. Había pensado en una entrada para la conversación que mantendría con Neil, y decidió que debía tener presente el objetivo independientemente de por dónde comenzara. Ese objetivo era la colaboración. La hora de las evasivas había acabado hacía tiempo.

– Ya iba siendo hora de que habláramos, Neil. Se acerca el momento de abrir el centro de Coloso en el norte de Londres. Lo sabes, ¿verdad?

– Es difícil no saberlo. -La miró fijamente por encima del borde de la taza. Tenía los ojos azules. Sugerían una frialdad que no había percibido antes.

– Querremos que alguien que ya está en la organización dirija el centro. ¿También lo sabías?

Se encogió de hombros sin comprometerse.

– Tiene sentido -dijo-. Alguien que ya trabaja aquí no tendrá que realizar un gran aprendizaje, ¿no?

– Sí, ésa es una razón convincente. Pero también está la lealtad.

– La lealtad. -No era una pregunta, sino una afirmación. La hizo en un tono meditabundo.

– Sí. Buscaremos a alguien cuya máxima lealtad sea para con Coloso, evidentemente. Tiene que ser así. Ahí fuera tenemos enemigos, y enfrentarse a ellos exige no sólo perspicacia, sino también el espíritu de un guerrero. Ya sabes a qué me refiero.

Neil se tomó su tiempo para responder, levantando el té y tomando un trago pensativo y silencioso.

– Pues resulta que no.

– ¿Cómo?

– No sé a qué te refieres. No es que eso de la perspicacia esté más allá de mi capacidad de comprensión. Es lo del espíritu del guerrero lo que me tiene confundido.

Ulrike soltó una risita, dirigida a sí misma.

– Lo siento. Estaba pensando en la imagen del guerrero que se marcha de casa, dejando a su esposa e hijos, y parte hacia la batalla; en esa voluntad del guerrero para dejar a un lado lo personal cuando hay que luchar en una batalla. Las necesidades de Coloso en el norte de Londres serán lo primero para su director.

– ¿Y en el sur de Londres? -preguntó Neil.

– ¿Qué?

– ¿Qué hay de las necesidades de Coloso en el sur de Londres, Ulrike?

– El director del centro del norte de Londres no será responsable…

– En realidad, no me refería a eso. Sólo me preguntaba si la forma como se dirige el centro del sur de Londres es un modelo de cómo debería trabajarse en el norte.

Ulrike lo miró. Parecía afable. Neil siempre le había confundido un poco, pero en ese preciso instante tuvo el convencimiento de que, detrás de esa apariencia dulce y juvenil, era un tipo avispado, y no sólo por el problema de los enfados que le habían costado su antiguo trabajo como profesor, sino por otra cosa.

– ¿Por qué no eres más directo?

– Creía que lo había sido -dijo Neil-. Lo siento. Supongo que lo que estoy diciendo es que todo esto me parece un poco hipócrita.

– ¿El qué?

– Todo esto sobre la lealtad y el poner Coloso por delante. Yo… -Dudó, pero Ulrike sabía que era una pausa efectista-. En otras circunstancias estaría encantado de tener esta charla contigo. Incluso me sentiría halagado al llegar a la conclusión de que te planteas recomendarme para dirigir el centro del norte de Londres cuando se abra.

– Creía que había dado a entender…