– ¿Será posible? -dijo y, totalmente frustrada, se pasó la mano por el pelo-. Acabo de pasarme cuatro malditas horas poniendo a este tipo en ruedas de reconocimiento. ¿Le importaría decirme por qué me ha hecho perder el tiempo así si sabía…? -No pudo ni acabar.
– Por Dios, Havers -dijo el detective con su finura habitual-. No te subas por las paredes, ¿vale? Nadie te está ocultando ningún secreto. St. James acaba de llamarnos con los detalles. Le había dicho a Tommy que era probable, nada más. Luego dispararon a Helen, y Tommy no nos comunicó la información.
– ¿Qué información?
– Las diferencias que reveló el examen post mórtem.
– Pero siempre hemos sabido que había diferencias: la estrangulación manual, la ausencia de pistola eléctrica, la violación. El propio Robson señaló que las cosas se intensifican cuando…
– El chico llevaba horas sin comer, agente, y no había rastro de aceite de ámbar gris en su cuerpo.
– Podría haber una explicación a…
– Todos los otros chicos habían comido como mucho una hora antes de morir. Todos los otros chicos ingirieron exactamente lo mismo: ternera y un poco de pan; como si fuera una especie de Ultima Cena, joder. Eso Robson no lo sabía, y tampoco sabía lo del aceite de ámbar gris. Lo que le hizo a Davey Benton se basaba en lo que sabía del crimen, que era superficiaclass="underline" lo que vio en el informe preliminar y en las fotografías de la escena. Eso es todo.
– ¿Me está diciendo que Minshall no tuvo nada que ver…? ¿Que Robson no tuvo nada…?
– Son responsables de lo que le pasó a Davey Benton. Fin de la historia.
Barbara se dejó caer pesadamente en una silla. A su alrededor, el centro de coordinación estaba en silencio. Era obvio que todo el mundo sabía que acababan de meterse de cabeza en un callejón sin salida.
– ¿Dónde nos deja eso? -preguntó.
– Otra vez a las coartadas, a las comprobaciones de antecedentes, a detenciones anteriores. Otra vez a Elephant and Castle, diría yo.
– Joder, ya hemos…
– Pues volveremos a hacerlo; además de investigar a todos los otros hombres cuyo nombre haya aparecido a lo largo de la investigación. Vamos a mirarlos a todos con lupa. Ponte a trabajar en eso.
Barbara miró a su alrededor.
– ¿Dónde está Winnie? -preguntó.
– En Belgravia -dijo Stewart-. Está examinando más detenidamente las grabaciones de la cámara de circuito cerrado que sacaron de Cadogan Lane.
Nadie dijo por qué, pero nadie tenía que decírselo. Nkata estaba viendo las grabaciones porque era negro y en esas cintas salía un chico mestizo.
«Dios santo, qué poco sutiles son -pensó Barbara-. Echa un vistazo a estas imágenes del asesino, Winnie. Ya sabes cómo es esto. A nosotros todos nos parecen iguales y, además, si se trata de un tema de bandas… Lo vas captando, ¿verdad?»
Descolgó un teléfono y marcó los números del móvil de Nkata. Cuando éste contestó, oyó voces parloteando de fondo.
– Masoud ha dicho que Robson no es nuestro hombre -le dijo-. Pero supongo que ya te han puesto al corriente.
– No lo sabía nadie hasta que St. James ha llamado a Stewart, Barb. Ha sido… ¿Serían las once de la mañana? No ha sido nada personal.
– Me conoces demasiado bien.
– Bueno, yo debo pasar por lo mismo.
– ¿Cómo te va? ¿Qué esperan que puedas decirles?
– ¿Al ver las cintas? No creo que lo sepan. Lo están intentando todo en este momento. Yo sólo soy una fuente más.
– ¿Y?
– Nada de nada. El chico es mestizo. Principalmente blanco, un poco negro y otra raza más, no sé cuál. Pero el otro tipo de la foto podría ser cualquiera. Sabía lo que estaba haciendo. Se cubrió, dio la espalda a la cámara.
– Bueno, eso sí que es emplear bien el tiempo, ¿verdad?
– No puedo culparles, Barb. Hacen lo que pueden. Pero tienen una pista aceptable. Cuando has llamado, no hacía ni cinco minutos que la conocían. Ha llegado por teléfono.
– ¿Qué es? ¿De dónde viene?
– De West Kilburn. La comisaría de Harrow Road tiene un soplón en el barrio en el que confían a menudo, un tío negro con mucha reputación en la calle y un carácter chungo, así que nadie se mete con él. Según Harrow Road, este tipo vio las fotos en el periódico de la cámara de circuito cerrado y les ha llamado y les ha dado un nombre. Podría no ser nada, pero en Harrow Road piensan que vale la pena investigarlo. Dicen que es posible que tengamos al tipo que disparó.
– ¿Quién es?
– No tengo el nombre. Los de Harrow Road irán a recogerlo para interrogarlo. Pero si es él, se derrumbará. No me cabe la menor duda. Hablará.
– ¿Por qué? ¿Cómo pueden estar tan seguros?
– Porque tiene doce años. Y no es la primera vez que se mete en líos.
St. James le dio la noticia a Lynley. En esta ocasión no se vieron en el pasillo, sino en la pequeña habitación que la familia ocupaba desde lo que a Lynley le parecieron meses. Los padres de Helen se habían dejado convencer y se habían marchado en compañía de Cybil y Daphne a un piso que tenían en Onslow Square, donde en su día había vivido la propia Helen. Penelope había regresado a Cambridge para ver cómo estaban su marido y sus tres hijos. La familia de Lynley también estaba tomándose unas horas para descansar y cambiar de aires en Eaton Terrace. Su madre le había llamado al llegar para decirle:
– Tommy ¿qué hacemos con las flores? Hay montones de ramos en el porche de la entrada, y una alfombra que baja por los peldaños y llega a la acera. -No tenía ninguna sugerencia. Vio que las muestras de pésame no le conmovían.
Sólo se quedó Iris, la incondicional Iris, la menos Clyde de todas las hermanas Clyde. No había ni rastro de elegancia en ella, llevaba el pelo largo y un práctico recogido con horquillas en forma de herradura. No iba maquillada y tenía el cutis surcado de arrugas por el efecto del sol.
Había llorado la primera vez que había visto a su hermana menor.
– Se supone que aquí no pasan estas cosas, maldita sea -había dicho con fiereza.
Lynley había entendido que se refería a la violencia y la muerte provocada por un arma. Aquellas cosas pasaban en Estados Unidos, no en Inglaterra. ¿Qué le estaba pasando a la Inglaterra que conocía?
Llevaba demasiado tiempo fuera, quiso decirle él. La Inglaterra que ella conocía llevaba años muerta.
Había pasado horas sentada al lado de Helen antes de volver a hablar y, entonces, fue para decirle en voz baja:
– No está aquí, ¿verdad?
– No. No está aquí -asintió Lynley. Porque el espíritu de Helen se había marchado del todo, se había trasladado a la siguiente fase de la existencia, o lo que fuera. Lo que quedaba era sólo la morada de ese espíritu, cuya putrefacción impedía el milagro cuestionable de la medicina moderna.
Cuando llegó St. James, Lynley lo llevó a la sala de espera y dejó a Iris con Helen. Escuchó las noticias sobre la policía de Harrow Road y su soplón, pero sólo asimiló una información: «problemas anteriores con la ley».
– ¿Qué clase de problemas, Simón? -preguntó.
– Incendios provocados y tirones de bolsos, según Menores. Le asignaron una trabajadora social que intentó orientar a la familia durante un tiempo. He hablado con ella.
– ¿Y?
– No hay mucho, me temo. Tiene una hermana mayor que realiza servicios a la comunidad por asalto con robo, y un hermano menor del que nadie sabe demasiado. Viven todos con una tía y el novio de ésta en un piso de protección oficial. Es lo único que sé.
– Menores -dijo Lynley-. Entonces tiene una asistente social.
St. James asintió. Su mirada siguió clavada en Lynley, y éste notó que estaba examinándolo, evaluándolo mientras él también unía los hechos como si fueran hilos de una telaraña cuyo centro era siempre el mismo.
– Adolescentes en situación de riesgo -dijo Lynley-. Coloso.