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También había ordenado que se interrogara a empresas de transporte, explicó Stewart, y ya había encontrado cincuenta y siete camioneros que habían pasado por Gunnersbury Road la noche que se habían desecho de la primera víctima en Gunnersbury Park. Una agente estaba hablando con ellos, para ver si podía hacerles recordar cualquier tipo de vehículo aparcado junto al muro de ladrillo del parque, en la carretera que llevaba a Londres. Mientras tanto, otro agente estaba llamando a todos los servicios de taxi, con el mismo objetivo. En cuanto al puerta a puerta, había una hilera de casas que quedaba justo enfrente de la carretera del parque, aunque la separaban de ella cuatro carriles de tráfico y una mediana. Cabía la esperanza de sacar algo de alguna de ellas. Nunca se sabía quién pudo tener insomnio la noche en cuestión y estar mirando por la ventana. Lo mismo servía para Quaker Street, por cierto, donde enfrente del almacén abandonado en que se había hallado el tercer cuerpo había un bloque de pisos.

Por otro lado, con el aparcamiento de varias plantas (el lugar donde apareció el segundo) iban a tenerlo más difícil. La única persona que pudo ver algo dentro era el encargado del turno de noche, pero juraba no haber visto nada entre la una de la madrugada y las seis y veinte, cuando una enfermera del primer turno del Hospital de Chelsea y Westminster descubrió el cuerpo. Aquello no significaba, por supuesto, que no hubiera estado durmiendo durante todo el suceso. El aparcamiento en cuestión no tenía una cabina central en la que el encargado se sentara día y noche, sino un despacho situado muy al fondo del interior de la estructura, amueblado con un sillón reclinable y un televisor para que las largas y tediosas horas del turno de noche lo parecieran un poco menos.

– ¿Y Saint George's Gardens? -preguntó Lynley.

Ahí eran un poco más optimistas, informó Stewart. Según el agente de la comisaría de Theobald's Road que había sondeado los alrededores, una mujer que vivía en el tercer piso del edificio del cruce de Henrietta Mews con Handel Street creyó oír el ruido de la puerta del parque abriéndose alrededor de las tres de la madrugada. Al principio pensó que era el vigilante, pero, tras pensarlo bien, se dio cuenta de que era demasiado temprano para que abriera las puertas. Cuando salió de la cama, se envolvió en la bata y se plantó delante de la ventana teniendo el tiempo justo de ver una furgoneta marchándose. Pasó por debajo de una farola mientras miraba. Era «grandecita», tal como la describió. Creía que era de color rojo.

– Con eso hemos reducido el número de furgonetas en toda la ciudad a unas cien mil -añadió Stewart con pesar. Tras completar su informe, cerró la libreta.

– De todos modos, alguien tendrá que ir a Tráfico a comprobar los registros de vehículos -le dijo Barbara Havers a Lynley.

– Esa tarea es imposible, detective, y debería saberlo -le informó Stewart.

Havers se enfureció y comenzó a responder. Lynley la cortó.

– John. -Pronunció el nombre del detective en un tono amenazador. Stewart se calmó, pero no le gustó que Havers (una agente de rango inferior a él) aportara su opinión.

– Bien -dijo Stewart-. Me ocuparé de ello. También mandaré a alguien a ver a la vieja de Handel Street. Quizá podamos refrescarle la memoria sobre lo que vio desde la ventana.

– ¿Qué hay del trozo de encaje del cuerpo número cuatro? -preguntó Lynley.

Quien respondió fue Nkata. -Parece frivolité, en mi opinión.

– ¿El qué?

– Frivolité. Se llama así. Mi madre lo hace. Se hacen nudos en los bordes de un tapete. Para poner encima de muebles antiguos o debajo de una pieza de porcelana o algo así.

– ¿Te refieres a un antimacasar? -preguntó John Stewart. – ¿Un anti qué? -preguntó uno de los detectives.

– Es un encaje antiguo -explicó Lynley-. Eso que las mujeres hacían para el ajuar.

– Santo dios -dijo Barbara Havers-. ¿Nuestro asesino es un fanático del Mis labores?

La observación fue recibida con carcajadas.

– ¿Qué hay de la bicicleta abandonada en Saint George's Gardens?

– Las huellas pertenecen al chico. Hemos encontrado un tipo de residuo en los pedales y en el cambio de marchas, pero el S07 aún no sabe qué es.

– ¿Y la plata de la escena?

Aparte de que la plata eran sólo dos marcos de fotos, nadie sabía nada sobre ellos. Alguien volvió a mencionar el Mis labores, pero el comentario resultó menos gracioso la segunda vez. Lynley les dijo a todos que continuaran trabajando en las tareas asignadas. Ordenó a Nkata que siguiera intentando contactar con la familia del chico desaparecido cuya descripción parecía corresponderse con una de las víctimas, le dijo a Havers que continuara con los informes de desaparecidos (una orden que no acogió con alegría, a juzgar por la cara que puso) y él volvió a su despacho y se sentó a leer las autopsias. Se puso las gafas y repasó los informes con ojos que intentó que estuvieran frescos. También redactó un resumen para él en el que escribió:

Forma de la muerte: estrangulación con cuerda en los cuatro casos; falta la cuerda.

Tortura anterior a la muerte: las palmas de ambas manos quemadas en tres de los cuatro casos.

Marcas de ligaduras: en los antebrazos y en los tobillos en los cuatro casos, lo que sugiere que la víctima estuvo atada en algún tipo de sillón o posiblemente en decúbito supino e inmovilizada de otro modo.

El análisis de tejido confirma lo siguiente: los mismos tejidos en los brazos y los tobillos en los cuatro casos.

Contenido del estómago: una pequeña cantidad de comida ingerida como máximo una hora antes de la muerte en los cuatro casos.

Mordaza: restos de cinta aislante en la boca en los cuatro casos.

Análisis de sangre: nada extraño.

Mutilación post mórtem: incisión abdominal y extracción del ombligo en la víctima número cuatro.

Marcas: frente marcada con sangre en la víctima número cuatro.

Residuos en los cuerpos: sustancia negra (analizándose), cabellos, un aceite (analizándose) en los cuatro casos.

Pruebas de ADN: nada.

Lynley lo leyó todo una vez, luego otra. Descolgó el teléfono y llamó al S07, el laboratorio forense situado en el margen sur del Támesis. Habían pasado siglos desde el primer asesinato. Seguro que ya tenían el análisis tanto del aceite como del residuo que habían encontrado en el primer cadáver, por muy agobiados de trabajo que estuvieran.

Era exasperante, pero aún no tenían nada sobre el residuo, y «ballena» fue la única respuesta que obtuvo cuando por fin localizó a la persona responsable en Lambeth Road. Se llamaba doctora Okerlund y al parecer le iban las respuestas concisas, salvo que se la presionara para conseguir más información.

– ¿Ballena? -Preguntó Lynley-. ¿Se refiere al pez?

– Por el amor de Dios, es un mamífero -le corrigió-. Esperma de ballena, para ser exactos. El nombre oficial, del aceite, no de la ballena, es ámbar gris.

– ¿Ámbar gris? ¿Para qué se utiliza?

– Perfumes. ¿Necesita algo más, comisario?

– ¿Perfumes?

– ¿Estamos jugando a las repeticiones? Es lo que le he dicho.

– ¿Algo más?

– ¿Qué más quiere que diga?

– El aceite, doctora Okerlund. ¿Para qué se utiliza además de para fabricar perfumes?

– No sabría decirle -dijo-. Ese trabajo le corresponde a usted.

Lynley le dio las gracias por recordárselo en un tono tan agradable como pudo. Luego colgó. Añadió las palabras «ámbar gris» en el apartado de residuos y volvió al centro de coordinación.