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Pareció que Yasmin se quedaba pensando en aquello mientras, detrás de ella, continuaba el trajín alegre en la cocina. Al final, abrió la puerta de par en par. Nkata entró y cerró antes de que cambiara de opinión.

Echó un vistazo rápido a su alrededor. Había decidido no interesarse por lo que pudiera encontrar dentro, pero no pudo evitar sentir curiosidad.

Cuando la conoció, Yasmin Edwards vivía con su amante, una mujer alemana, una ex presidiaría como ella que había cumplido condena por asesinato, también como ella. Se preguntó si la habría sustituido.

No había indicios de que así fuera. Todo estaba prácticamente igual que antes. Se volvió hacia Yasmin y vio que estaba mirándolo. Tenía los brazos cruzados debajo de los pechos y en su cara se leía: «¿Satisfecho?».

No soportaba que lo desconcertara. No estaba acostumbrado a que le pasara eso con las mujeres.

– Han asesinado a un chico -dijo-. Su cuerpo apareció en Saint George's Gardens, cerca de Russell Square, señorita Edwards.

– Al norte del río -contestó ella, encogiéndose de hombros como diciendo: «¿En qué puede afectar eso a esta zona de la ciudad?».

– No. Es más que eso -dijo él-. Es uno de los chicos que han aparecido muertos por toda la ciudad. En Gunnersbury Park, en Tower Hamlets, en un aparcamiento de Bayswater y ahora en el parque. El del parque es blanco, pero el resto son todos mestizos. Y jóvenes, señorita Edwards. Crios.

Yasmin lanzó una mirada hacia la cocina. Winston sabía qué pensaba: su Daniel encajaba en el perfil que acababa de describir. Era joven; era mestizo. Aun así, pasó su peso a una cadera y le dijo a Nkata:

– Todos al norte del río. Aquí no nos afecta. ¿Y por qué estás aquí en realidad, si no te importa que te lo pregunte? -le preguntó como si todo lo que había dicho y la brusquedad con que lo había dicho pudieran protegerla de temer por la seguridad de su hijo.

Antes de que Nkata pudiera responder, Daniel regresó con ellos, una taza de cacao humeante en la mano.

– Te traigo esto de todos modos. -Pareció evitar la mirada de su madre mientras le decía a Nkata-: Es casero. Puedes echarte más azúcar si quieres.

– Gracias, Dan. -Nkata le cogió la taza al chico y le dio una palmadita en el hombro. Daniel sonrió y saltó de un pie descalzo al otro-. Parece que has crecido desde la última vez que te vi -añadió Nkata.

– Sí -dijo Daniel-. Lo hemos medido. Tenemos unas marcas en una pared de la cocina. Puedes verlas si quieres. Mamá me mide el primer día de cada mes. He crecido cinco centímetros.

– Con un estirón como ése, te dolerán los huesos -dijo Nkata.

– ¡Sí! ¿Cómo lo sabes? Bueno, imagino que tú también creciste deprisa.

– Así es -dijo Nkata-. Doce centímetros en un verano. Huy.

Daniel se rió. Parecía dispuesto a quedarse a charlar, pero su madre le frenó pronunciando su nombre con brusquedad. Daniel miró a su madre y de nuevo a Nkata.

– Tómate el cacao -dijo Nkata-. Nos vemos luego.

– ¿Sí? -El semblante del chico pedía una promesa.

Yasmin Edwards no lo permitió al decir:

– Daniel, este hombre está aquí por trabajo, nada más -dijo Yasmin. Con eso bastó. El chico volvió pitando a la cocina, y echó una última mirada atrás. Yasmin esperó a que desapareciera antes de decirle a Nkata-: ¿Algo más?

Tomó un trago de cacao y dejó la taza sobre la mesita de café de patas de hierro donde aún estaba el mismo cenicero rojo con forma de zapato de tacón, vacío ahora que la mujer alemana que lo utilizaba se había marchado de la vida de Yasmin Edwards.

– Ahora debe tener más cuidado. Con Dan.

Ella tensó los labios.

– Intentas decirme…

– No -dijo-. Es usted la mejor madre que el chico podría tener, y lo digo de verdad, Yasmin. -Se sorprendió al ver que utilizaba su nombre de pila, y agradeció que ella fingiera no haberse dado cuenta. Se apresuró a seguir-: Sé que está de trabajo hasta los topes, con el negocio de las pelucas y todo eso. Dan pasa tiempo solo, no porque sea lo que usted quiere, sino porque así son las cosas. Lo único que digo es que este tipo está cogiendo a chicos de la edad de Dan y los está matando, y no quiero que a Dan le pase eso.

– No es estúpido -dijo Yasmin de manera cortante, aunque Nkata vio que todo aquello eran bravatas. Ella tampoco era estúpida.

– Lo sé, Yas. Pero Dan es… -Nkata buscó las palabras adecuadas-. Se ve que necesita a un hombre. Es evidente. Y por lo que sabemos sobre los chicos asesinados… Se van con él. No se resisten. Nadie ve nada porque no hay nada que ver porque ellos confían en él, ¿de acuerdo?

– Daniel no se va a ir con…

– Creemos que utiliza una furgoneta. -Nkata la interrumpió, insistiendo a pesar de su evidente desdén-. Creemos que es roja.

– Ya te he dicho que Daniel no se sube al coche de nadie. De nadie que no conozca. -Lanzó una mirada en dirección a la cocina. Bajó la voz-. ¿Qué insinúas? ¿Que no se lo he enseñado?

– Sé que se lo ha enseñado. Ya le he dicho que sé que es buena madre. Pero eso no cambia lo que pasa dentro de él, Yas. Necesita a un hombre.

– ¿Y crees que tú vas a ser ese hombre o qué?

– Yas. -Ahora que había empezado a decir su nombre, Nkata vio que no podía pronunciarlo suficientes veces. Era una adicción, de la que sabía que tenía que desengancharse deprisa o estaría perdido, como un yonqui durmiendo en el portal del Strand. Así que volvió a intentarlo-. Señorita Edwards, sé que Dan pasa tiempo solo porque usted está ocupada. Y eso no es ni bueno ni malo. Es así como es. Sólo quiero que comprenda lo que está pasando en su barrio, ¿entiende?

– Bien -dijo ella-. Lo comprendo. -Pasó por delante de él en dirección a la puerta, alargó la mano hacia el pomo y dijo-: Ya has hecho lo que has venido a hacer. Ahora ya puedes…

– ¡Yas! -Nkata no iba a consentir que lo echara. Estaba allí para hacerle un servicio a la mujer le gustara o no, y aquel servicio era recalcarle el peligro y la urgencia de la situación, y no parecía que ella deseara comprender ninguna de las dos cosas-. Hay un cabrón ahí fuera que va a por chicos como Daniel -dijo Nkata más acaloradamente de lo que le habría gustado-. Los mete en una furgoneta y les quema las manos hasta que la piel se vuelve negra. Luego los estrangula y los abre en canal. -Ahora Yasmin sí le prestó atención, y eso le alentó a continuar, como si cada palabra fuera una forma de demostrarle algo, aunque ahora no quería pensar en qué era ese algo-. Luego los marca un poco más con la propia sangre de los chicos. Y luego deja los cuerpos expuesto. Los chicos se van con él y no sabemos por qué y hasta que lo sepamos… -Vio que la cara de Yasmin había cambiado. La ira, el horror y el miedo se habían transformado en… ¿Qué era lo que estaba viendo?

Estaba mirando por detrás de él, con los ojos clavados en la cocina. Y Nkata lo supo. Así de fácil, como si alguien hubiera chasqueado los dedos delante de su cara y hubiera recuperado de repente la conciencia, lo supo.

No tuvo que darse la vuelta. Sólo tuvo que preguntarse cuánto tiempo llevaría Daniel en la puerta y cuánto habría escuchado.

Aparte de haberle dado a Yasmin Edwards una gran cantidad de información que no necesitaba y que no estaba autorizado a dar a nadie, había asustado a su hijo, y lo supo sin tener que mirar, igual que sabía que había abusado de la hospitalidad que pudiera haber tenido en Doddington Grove Estate.

– ¿Has hecho suficiente? -Susurró Yasmin Edwards con fiereza, desviando la mirada de su hijo a Nkata-. ¿Has dicho y visto suficiente?

Nkata apartó la vista de ella para mirar a Daniel. Estaba en la puerta con una tostada en la mano, una pierna cruzada sobre la otra y apretando como si necesitara ir al baño.

Tenía los ojos muy abiertos, y Nkata lamentó que hubiera visto u oído a su madre en algo parecido a un altercado con un hombre.