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Al oír aquello, Barbara apartó la mirada del detective. Sabía que no podía discutírselo. Pero el hecho de querer hacerlo le dijo lo cerca que estaba ella de preocuparse demasiado. Y sabía que eso la asemejaba más a Gilí de lo que, como integrante del equipo que investigaba aquellos asesinatos, podía permitirse.

El trabajo policial tenía esas ironías. Te preocupabas poco y moría más gente. Te preocupabas demasiado y no podías atrapar a su asesino.

– ¿Podemos hablar? -dijo Lynley-. Ahora. -No añadió «señor» ni se esforzó de verdad en modular la voz. De estar presente, no cabía duda de que Hamish Robson habría tomado nota de todo lo que su tono sugería sobre agresividad y necesidad de ajustar cuentas, pero a Lynley le daba igual. Habían llegado a un acuerdo. Hillier no lo había mantenido.

El subinspector acababa de concluir una reunión con Stephenson Deacon. El jefe del departamento de prensa había salido del despacho de Hillier tan adusto como se sentía Lynley. Era obvio que las cosas no iban bien por ese lado y, por un momento, Lynley sintió una satisfacción perversa. Ahora mismo, la idea de que al final Hillier tuviera que doblegarse a las maquinaciones del departamento de prensa delante de una manada de periodistas rabiosos le resultaba profundamente gratificante.

– ¿Dónde coño está Nkata? -dijo Hillier como si Lynley no hubiera dicho nada-. Tenemos una reunión con la prensa V quiero que esté aquí antes. -Recogió un fajo de papeles esparcidos por la mesa de reuniones y los tiró a un subordinado que aún permanecía ahí sentado tras haber asistido a la reunión celebrada antes de que llegara Lynley. Era un chico delgadísimo de unos veintitantos años que llevaba unas gafas a lo

John Lennon y que seguía tomando notas mientras, al parecer, intentaba evitar convertirse en el centro de la exasperación de Hillier-. Saben lo del color de piel -dijo el subinspector de manera cortante-. Así que, ¿quién coño ahí abajo… -señaló con el dedo hacia lo que Lynley decidió que se suponía que era el sur, lo que significaba el sur del río y, por lo tanto, lo que significaba el túnel de Shand Street- ha filtrado ese detalle a esos carroñeros? Quiero saberlo y quiero la cabeza de ese cabrón. Tú, Powers.

El subordinado saltó:

– ¿Señor? ¿Sí, señor? -dijo, inclinándose.

– Ponme a ese tonto de Rodney Aronson al teléfono. Ahora dirige The Source, y la pregunta sobre el color de piel la ha hecho por teléfono alguien de ese periodicucho de mierda. Averigua cómo lo han sabido. Presiona a Aronson. También a cualquiera que te encuentres. Quiero terminar con todas las filtraciones para cuando acabe el día. Ocúpate de ello.

– Sí, señor. -Powers salió pitando del despacho.

Hillier se dirigió a su mesa. Descolgó el teléfono y pulsó unos cuantos números, ajeno o indiferente a la presencia y estado de ánimo de Lynley Por increíble que pareciera, se puso a pedir hora para que le dieran un masaje.

Lynley se sintió como si por sus venas corriera ácido de batería. Cruzó la sala a grandes zancadas hacia la mesa de Hillier y pulsó la tecla para terminar la llamada del subinspector.

– ¿Qué coño te crees que estás…? -le espetó éste.

– He dicho que quería hablar con usted -le interrumpió Lynley-. Teníamos un acuerdo y lo ha incumplido.

– ¿Sabes con quién estás hablando?

– Demasiado bien. Trajo a Robson para salvar las apariencias y se lo permití.

La cara rubicunda de Hillier se volvió color carmesí.

– A mí nadie me…

– Acordamos que yo decidiría lo que veía y lo que no veía Robson. No pintaba nada en la escena del crimen, pero ahí estaba, tenía acceso. Sólo hay una forma de que haya ocurrido algo así.

– Exacto -dijo Hillier-. Que no se te olvide. Sólo hay una forma de que por aquí ocurra lo que sea, y no eres tú. Yo decidiré quién tiene acceso a qué, cuándo y cómo, comisario, y si se me antoja que pueda ser un avance para la investigación que la reina le estreche la mano al cadáver, prepárate para saludarla con una reverencia porque su Rolls va a traerla para que eche un vistazo. Robson forma parte del equipo. Asúmelo.

Lynley no se lo podía creer. Hacía un momento, el subinspector echaba chispas por las filtraciones sobre la investigación y ahora daba la bienvenida tan alegremente a una posible filtración justo entre ellos. Pero el problema iba más allá de lo que Hamish Robson pudiera revelar a la prensa a propósito o sin querer.

– ¿Se le ha ocurrido pensar que está poniendo en peligro a ese hombre? ¿Que lo está exponiendo al peligro porque sí? Está lavando su imagen a su costa y si algo sale mal, la responsabilidad será de la Met. ¿Ha pensado en eso?

– Eso es totalmente improcedente…

– ¡Conteste la pregunta! -dijo Lynley-. Ahí fuera hay un asesino que ha acabado con cinco vidas, y es posible que estuviera detrás del cordón esta mañana, entre los curiosos, tomando nota de todos lo que iban y venían.

– Eres un histérico -dijo Hillier-. Sal de aquí. No tengo ninguna intención de escucharte despotricar como un patán. Si no puedes soportar la presión de este caso, lárgate. O te largaré yo. Bien, ¿dónde coño está Nkata? Tiene que estar aquí cuando hable con la prensa.

– ¿Me está escuchando? ¿Tiene idea de…? -Lynley quería dar un golpe en la mesa del subinspector, solamente para sentir algo más que indignación por un instante. Intentó calmarse. Bajó la voz-. Escúcheme, señor. Una cosa es que un asesino señale a alguno de nosotros. Es parte del riesgo que corremos cuando decidimos dedicarnos a este trabajo. Pero poner a alguien en el punto de mira de un psicópata sólo para protegerse el trasero políticamente…

– ¡Ya basta! -Hillier parecía furioso-. Ya basta, joder. Llevo años aguantando tu insolencia, pero esta vez te has pasado. -Rodeó la mesa y se detuvo a diez centímetros de Lynley-. Sal de aquí -dijo entre dientes-. Vuelve al trabajo. Por el momento, vamos a fingir que esta conversación no ha tenido lugar nunca. Vas a volver a tus asuntos, vas a llegar al fondo de este lío y vas a realizar una detención rápida. Después de eso… -Ahora Hillier clavó un dedo en el pecho de Lynley, que se enfureció, aunque logró contener su reacción-, decidiremos qué hacemos contigo. ¿Me he expresado con claridad? ¿Sí? Bien. Ahora vuelve al trabajo y consigue resultados.

Lynley permitió que el subinspector dijera la última palabra, aunque le sentó como un tiro. Se dio la vuelta y dejó a Hillier con sus maquinaciones políticas. Bajó por las escaleras para ir al centro de coordinación, maldiciéndose por creer que podía conseguir que Hillier hiciera las cosas de otro modo. Se dio cuenta de que debía centrarse en las cosas importantes, así que iba a tener que tachar de la lista cómo utilizaba el subinspector a Hamish Robson.

Todos los miembros de la brigada de homicidios estaban al corriente del cuerpo hallado en el túnel de Shand Street y cuando Lynley se unió a ellos, vio que estaban más apagados de lo que esperaba. En total, ahora sumaban treinta y tres: contando desde los policías en la calle hasta las secretarias que controlaban todos los informes y la documentación importante. Ser derrotados por una única persona cuando tenían el poder de la Met apoyándoles -con todo, desde sofisticados sistemas de comunicaciones y grabaciones de cámaras de circuito cerrado a laboratorios forenses y bases de datos-, era más que descorazonador. Era humillante. Y lo peor, no había servido para atrapar a un asesino.

Así que estaban muy apagados cuando Lynley entró. El único ruido que se oía era el tecleteo en los ordenadores. Aquello también cesó cuando Lynley dijo en voz baja:

– ¿Cuál es el procedimiento a seguir?

El detective Stewart habló desde uno de sus esquemas multicolor. Triangular las escenas del crimen no estaba dando resultados, dijo. El asesino se movía por todo Londres, lo que sugería que se conocía bien la ciudad, lo que a su vez sugería que se trataba de alguien cuyo trabajo le proporcionaba ese conocimiento.