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– ¿Qué hay de Kilfoyle y Veness? ¿Alguna relación entre los chicos y ellos?

Havers consultó su informe, quien, quizá para demostrar su intención dudosa de ser una policía modelo de ahora en adelante, estaba ante el ordenador por una vez.

– Los dos conocían a Jared Salvatore. Al parecer, era un os creando recetas. No sabía leer, así que no podía seguir los libros de cocina, pero improvisaba un plato sin instrucciones y lo servía al personal de Coloso, que hacía de conejillo de Indias. Resulta que todo el mundo lo conocía. Cometí un error… -Lanzó una mirada a la sala como si previera que alguien iba a reaccionar a su confesión- al preguntarles sólo a Ulrike Ellis y a Griff Strong por Jared. Cuando dijeron que no era uno de los suyos, les creí porque reconocieron enseguida que Kimmo Thorne sí lo era. Lo siento.

– Y Kilfoyle y Veness, ¿qué dicen sobre Antón Reid?

– Kilfoyle dice que no recuerda a Antón. Veness ha sido poco explícito. Cree que es probable, dice. Neil Greenham le recuerda bien.

– En cuanto a Greenham, Tommy -intervino John Stewart-, tiene un carácter de mucho cuidado, según el jefe de estudios del centro de Kilburn donde daba clase. Perdió los nervios con los chicos en alguna ocasión y empujó a uno contra la pizarra una vez. Tuvo noticias de los padres al instante y se disculpó, pero eso no significa que la disculpa fuera auténtica.

– Y después habla de sus teorías sobre la disciplina -observó Havers.

– ¿Hemos puesto a estos tipos bajo vigilancia? -preguntó Lynley.

– Andamos escasos de personal, Tommy. Hillier no autorizará a más hombres hasta que obtengamos algún resultado.

– Maldita sea…

– Pero hemos fisgoneado un poco, así que nos hemos hecho una idea de sus actividades nocturnas.

– ¿Que son?

Stewart dio luz verde a sus agentes del Equipo Tres. Hasta el momento, casi nada parecía sospechoso. Después de trabajar en Coloso, Jack Veness iba a menudo al Miller and Grindstone, su bar de Bermondsey, donde también trabajaba de camarero los fines de semana. Bebía, fumaba y, de vez en cuando, llamaba desde la cabina de teléfonos que había fuera.

– Eso suena prometedor -apuntó alguien.

Pero no lo era. Luego, se iba a casa o a un local de curry para llevar cerca de Bermondsey Square. Griffin Strong, por otro lado, parecía alternar entre su negocio de estampación en Quaker Street y su casa. Sin embargo, también parecía gustarle un restaurante bengalí de Brick Lane, al que iba a cenar solo de vez en cuando.

En cuanto a Kilfoyle y Greenham, la información que estaba recabando el Equipo Tres les decía que Kilfoyle pasaba muchas de sus noches en el bar Othello del hotel London Ryan, que se encontraba al pie de las escaleras de Gwynne Place. Arriba se encontraba Granville Square. Si no, se quedaba en su casa en la plaza.

– ¿Con quién vive? -preguntó Lynley-. ¿Lo sabemos? -La escritura dice que la propiedad pertenece a Víctor Kilfoyle. Su padre, creo.

– ¿Qué hay de Greenham?

– Lo único que ha hecho de interés es llevar a su madre a la Royal Opera House. Y al parecer tiene una amiguita secreta. Sabemos que han ido a comer a un chino barato de Lisie Street y a la inauguración de una galería en Upper Brook Street. Aparte de eso, se queda en casa con su madre. -Stewart sonrió-. En Gunnersbury, por cierto.

– ¿A alguien le sorprende eso? -comentó Lynley. Miró a Havers. Vio que hacía todo lo posible por no alardear de tener razón, y tenía que felicitarla por ello. Había establecido la conexión entre los trabajadores de Coloso y los lugares donde habían aparecido los cuerpos desde el principio.

En ese momento, Nkata se sumó al grupo, recién salido de una reunión con Hillier. Iban a salir en Alerta criminal, según les informó; no podía evitar fruncir el ceño ante las bromas amistosas de sus compañeros sobre que había nacido una estrella. Les dijo que utilizarían el retrato robot del intruso visto en el gimnasio Square Four, creado conjuntamente con el culturista que había visto a su posible sospechoso. A esto, añadirían las fotografías de todas las víctimas identificadas, así como una reconstrucción dramatizada de cómo suponían que Kimmo Thorne se había encontrado con su asesino: una Ford Transit roja habría parado a un ciclista con mercancía robada en su poder, y el conductor de la furgoneta debía de haberle ayudado a subir la bicicleta y la mercancía al vehículo.

– También tenemos que añadir algo más -añadió Stewart cuando Nkata acabó. Parecía satisfecho-: las grabaciones de las cámaras de circuito cerrado. No diré que hemos dado con una mina de oro, pero hemos tenido un poco de suerte, al menos, con una cámara colocada en uno de los edificios cercanos a Saint George's Gardens: tenemos la imagen de una furgoneta bajando por la calle.

– ¿Hora y fecha?

– Coinciden con la muerte de Kimmo Thorne.

– Santo cielo, John, ¿por qué hemos tardado tanto tiempo?

– La teníamos antes -dijo Stewart-, pero no estaba claro. Había que ampliar la imagen y eso tarda; pero la espera ha merecido la pena. Será mejor que le eches un vistazo y nos digas cómo quieres que se utilice. Alerta criminal quizá le saque partido.

– Ahora la veré -le dijo Lynley-. ¿Y sobre la vigilancia en los lugares donde aparecieron los cuerpos? ¿Hay algo?

Resultó que no había nada. Si su asesino tenía pensado hacer una visita nocturna al santuario de sus crímenes, tal y como argüía Hamish Robson en sus observaciones sobre él, aún no lo había hecho. Esto condujo al tema del perfil. Barbara Havers dijo que le había echado otro vistazo y quería señalar parte de la descripción de Robson; en concreto, el párrafo que decía que, seguramente, el asesino vivía con un progenitor dominante. Hasta el momento, tenían dos sospechosos con padres en casa: Kilfoyle y Greenham. Uno vivía con el padre, el otro, con la madre. ¿Y no era raro que Greenham llevara a su madre a la Royal Opera House, y, mientras tanto, que, a su amiguita, la invitara a un chino barato y a la inauguración gratuita de una galería? ¿Qué significaba esa diferencia?

Merecía la pena investigarla, le dijo Lynley.

– ¿Quién tiene la información sobre con quién vive Veness? -añadió el comisario.

John Stewart respondió:

– Hay una casera, Mary Alice Atkins-Ward, una pariente lejana.

– Entonces, ¿controlamos más de cerca a Kilfoyle y a Greenham? -preguntó un detective, lápiz en mano.

– Dejad que primero mire la grabación de la cámara de circuito cerrado. -Lynley les dijo que retomaran las tareas que tenían asignadas. f:\ siguió a John Stewart hasta un vídeo. Hizo una señal a Nkata para que los acompañara. Vio que Havers lo fulminaba con la mirada, pero decidió no hacerle caso.

Estaba muy esperanzado con las imágenes de la cámara de circuito cerrado. El retrato robot le había inspirado poco. Le pareció que podía ser cualquiera y nadie en particular. El sospechoso llevaba una gorra, y, si bien, a primera vista, Barbara Havers había señalado con regocijo que Robbie Kilfoyle llevaba una gorra de EuroDisney, aquello no era precisamente una prueba condenatoria. Para Lynley, el valor del retrato robot era escaso y le parecía que Alerta criminal demostraría que tenía razón al respecto.

Stewart cogió el mando del vídeo y encendió el televisor. En una esquina de la pantalla, aparecieron la hora y la fecha y una parte de la calle de casas bajas tras las cuales se veía la curva del muro de Saint George's Gardens. Mientras miraban, la parte delantera de una furgoneta apareció en la imagen al final de la calle, que parecía estar a unos treinta metros de la cámara de circuito cerrado que la vigilaba. El vehículo se detuvo, las luces se apagaron y una figura salió. Llevaba una herramienta y desapareció tras la curva del muro, supuestamente para aplicar el instrumento en algo que quedaba fuera del alcance de la cámara; «probablemente, en el candado de la cadena que cerraba la verja por la noche», pensó Lynley.