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Hillier estaba engrasando con cuidado la maquinaria. Indicó a Nkata que se sentara a la mesa de reuniones y lo puso al tanto de lo ocurrido. No mencionó la raza de las tres primeras víctimas, pero Winston Nkata no era estúpido.

– Así que tiene problemas -observó serenamente cuando Hillier acabó sus comentarios.

Hillier contestó con una calma estudiada.

– Tal como está la cosa, intentamos evitar los problemas.

– Y ahí es donde entro yo, ¿no?

– Por decirlo de algún modo.

– ¿Qué modo de decirlo es ése? -Preguntó Nkata-. ¿Cómo piensa mantener esto en secreto? No los asesinatos, quiero decir, sino que no se haya hecho nada al respecto.

Lynley controló sus ganas de sonreír. Ah, Winston, pensó. No le hacía la pelota a nadie.

– Se han llevado a cabo investigaciones en todas las jurisdicciones relevantes -fue la respuesta de Hillier-. Hay que reconocer que debió establecerse una relación entre los asesinatos y que no fue así. Por este motivo, Scotland Yard se ha hecho cargo del caso. He dado instrucciones al comisario en funciones Lynley para que organice un equipo. Quiero que tengas un papel destacado en él.

– Se refiere a un papel simbólico -dijo Nkata.

– Me refiero a un papel de mucha responsabilidad, crucial y…

– Visible -le interrumpió Nkata.

– Sí, de acuerdo. Un papel visible. -El rostro por lo general ya rubicundo de Hillier cada vez se enrojecía más. Era evidente que la reunión no se ajustaba al escenario que había preconcebido. Si le hubiera consultado previamente, Lynley le habría contado con mucho gusto que, como Winston Nkata había sido durante un tiempo el máximo asesor en las peleas de la banda de los Brixton Warriors y tenía las cicatrices que lo demostraban, era la última persona a la que no tomar en serio cuando uno concebía sus maquinaciones políticas. Así que Lynley se descubrió disfrutando del espectáculo que ofrecía el subinspector al no saber qué decir. Era evidente que había imaginado que aquel hombre negro saltaría de alegría ante la oportunidad de tener un papel importante en lo que sería una investigación prominente. Como la reacción no fue ésa, Hillier se encontró caminando por una cuerda floja entre la indignación que le producía que un subordinado cuestionara su autoridad y la corrección política de un inglés blanco ostensiblemente moderado que, en el fondo, estaba convencido de que pronto ríos de sangre correrían por las calles de Londres.

Lynley decidió dejar que lo discutieran solos.

– Le dejo para que le explique los matices del caso al sargento Nkata, señor. Habrá que organizar muchos detalles: cambiar a los hombres de sus turnos y cosas así. Quiero que Dee Harriman se ponga a ello enseguida. -Recogió los documentos y fotografías relevantes y le dijo a Nkata-: Estaré en mi despacho cuando acabes aquí, Winston.

– Sí -dijo Nkata-. Voy en cuanto hayamos leído la letra pequeña.

Lynley salió del despacho y logró contener la risa hasta que hubo avanzado cierta distancia por el pasillo. Sabía que a Hillier le habría costado soportar que Havers volviera a ser sargento. Pero Nkata iba a suponer todo un reto: orgulloso, inteligente, listo y rápido. Era un hombre en primer lugar, un hombre negro luego y, sólo por último, policía. Hillier, pensó Lynley, lo había entendido en el orden equivocado.

Después de cruzar al edificio Victoria, decidió bajar por las escaleras hasta su despacho y fue allí donde encontró a Barbara Havers. Estaba sentada en el último peldaño de las escaleras de abajo, fumando y toqueteando un hilo suelto del puño de su chaqueta.

– Está mal que hagas eso aquí. Lo sabes, ¿verdad? -Se sentó con ella en el escalón.

Barbara se quedó mirando el extremo reluciente del cigarrillo y luego volvió a llevárselo a los labios. Dio una calada con llamativa satisfacción.

– Quizá me echen.

– Havers…

– ¿Lo sabía? -le preguntó con brusquedad.

Lynley le concedió la cortesía de no fingir no haberla entendido.

– Por supuesto que no. Te lo habría dicho. Te habría mandado un mensaje antes de que llegaras. Algo. A mí también me ha cogido por sorpresa. Sin duda era lo que pretendía.

Barbara se encogió de hombros.

– Qué diablos. No es que Winnie no se lo merezca. Es bueno. Listo. Trabaja bien con todo el mundo.

– Aunque está poniendo a prueba a Hillier. Al menos cuando me he marchado.

– ¿Se ha dado cuenta de que lo quiere para aparentar? ¿Que es una cara negra para lucir en las ruedas de prensa? «Aquí no tenemos problemas con el color de la gente, miren todos: tenemos la prueba que lo demuestra.» Qué poco sutil es Hillier, por Dios.

– Winston está cinco o seis pasos por delante de Hillier, diría yo.

– Debería haberme quedado para verlo.

– Pues sí. Por lo menos habrías sido diplomática.

Barbara tiró al descansillo de abajo el cigarrillo, que rodó, se frenó al tocar la pared y despidió una columna de humo.

– ¿Cuándo he sido yo eso?

Lynley la miró de arriba abajo.

– Hoy, con ese conjunto, de hecho. Excepto por… -Se inclinó hacia delante y le miró los pies-. ¿Eso que llevas para sujetarte los pantalones son grapas, Barbara?

– Rápido, fácil y temporal. No me van los compromisos. Habría usado celo, pero Dee me ha recomendado esto. Aunque no he debido tomarme tantas molestias.

Lynley se levantó del escalón y alargó la mano para ayudarla a ponerse en pie.

– Aparte de las grapas, te has lucido.

– Sí. Así soy yo. Hoy en Scotland Yard, mañana en la pasarela -dijo Havers.

Bajaron al despacho temporal de Lynley. Dorothea Harriman acudió a la puerta en cuanto él y Havers empezaron a extender el material del caso sobre la mesa de reuniones.

– ¿Empiezo a llamarles para que vengan, comisario en funciones Lynley?

– La voz se corre entre las secretarias con tanta eficacia como siempre -observó Lynley-. Libera a Stewart de sus turnos para que dirija el centro de coordinación. Hale está en Escocia y MacPherson está metido en ese asunto de documentos falsificados, así que no los llames. Y mándame a Winston cuando baje de hablar con Hillier.

– El sargento Nkata, bien. -Harriman tomaba notas en un bloc con su competencia habitual.

– ¿Tú también sabes lo de Winnie? -le preguntó Havers, impresionada-. ¿Ya? ¿Tienes un soplón ahí arriba o qué, Dee?

– Cuidar los contactos debería ser el objetivo de todos los empleados diligentes de la policía -dijo Harriman hipócritamente.

– Pues cuida a alguien del otro lado del río -dijo Lynley-. Quiero todo el material forense que tenga el S07 sobre los casos más antiguos. Luego llama a los distritos policiales en los que se hallaron los cuerpos y consigue todos los informes y todas las declaraciones que tengas sobre los crímenes. Mientras tanto, tú, Havers, tendrás que consultar la base de datos de la policía. Llévate como mínimo a dos agentes de Stewart para que le ayuden y saca todos los informes sobre desaparecidos que se hayan archivado en los últimos tres meses de chicos de entre… -Miró las fotos-. Creo que entre doce y dieciséis años debería bastar. -Dio unos golpecitos con el dedo a la fotografía de la víctima más reciente, el chico que iba maquillado-. Y creo que para éste habrá que consultar con Antivicio. De hecho, es una de las vías que seguir con todos.