Выбрать главу

– Le ha pasado algo -les dijo Max Benton-. Si no, habrían mandado a policías normales. Ninguno de nosotros es tan estúpido como para no saber eso. ¿Qué ha pasado?

– Quizá sería mejor que habláramos sin que los niños estuvieran delante -dijo Lynley.

– Dios mío-susurró Bev Benton.

– De ningún modo -le gritó, y luego le dijo a Lynley-: Los niños se quedan. Si se trata de que aprendan la lección, quiero que la aprendan.

– Señor Benton…

– No me venga con señor Benton e infórmenos-dijo Benton.

Lynley no iba a enfocarlo así.

– ¿Tiene una fotografía de su hijo? -le dijo.

Bev Benton habló:

– Sherry, cielo, ve a por la foto del colegio de Davey que está en la nevera para que la vea el agente.

Una de las dos chicas, rubia como el cuerpo del bosque, y con la misma piel clara, rasgos delicados y huesos pequeños, los dejó deprisa y regresó con la misma celeridad. Le entregó la foto a Lynley con la mirada fija en los zapatos, y volvió al taburete, que compartía con su hermana. Lynley observó la foto. Un chico de aspecto pícaro le miraba sonriendo, el pelo claro se le había oscurecido por la gomina utilizada para ponérselo de punta. Tenía unas pecas en la nariz, y del cuello le colgaban unos auriculares que caían encima del jersey del uniforme del colegio.

– Se los puso en el último momento, sí -comentó Bev Benton, como para explicar lo de los auriculares, que no formarían parte de la indumentaria escolar reglamentaria-. A Davey le gusta la música, el rap, sobre todo esos negros de Estados Unidos que tienen nombres raros.

El chico de la foto se parecía al cuerpo que tenían, pero sólo la identificación de uno de los padres lo confirmaría. Aun así, por mucho que Max Benton quisiera que sus hijos aprendieran algún tipo de lección, Lynley no tenía ninguna intención de enseñársela.

– ¿Cuándo fue la última vez que vieron a Davey? -dijo.

– Ayer por la mañana -respondió Max-, se marchó al colegio como siempre.

– Pero no volvió a casa cuando debía -dijo Bev Benton-. Tenía que cuidar de Rory y Stevie.

– Fui a taekwondo para ver si estaba allí -añadió Max-. La última vez que no hizo algo que tenía que hacer, sostuvo que había estado allí.

– ¿Sostuvo? -preguntó Barbara Havers. Se había quedado en la puerta y tomaba notas en su nueva libreta de espiral.

– Un día tenía que ir al puesto de pescado que tenemos en

Chapel Street -explicó Bev-, a ayudar a su padre. Cuando no apareció, dijo que había ido a taekwondo y que se le había hecho tarde. Hay un chaval con el que ha tenido problemas…

– Andy Crickleworth -terció Max-. Un gamberrillo que intenta enfrentarse a Davey y convertirse en jefe de su grupito.

– No es una banda -añadió Bev a toda prisa-. Sólo son chicos. Hace años que son amigos.

– Pero este Crickleworth es nuevo. Cuando Davey dijo que quería ir a ver el taekwondo, pensé… -Max estaba de pie, pero, en ese momento, se fue al sofá y se sentó al lado de su esposa. Se dejó caer en él y se frotó la cara con las manos. Los niños más pequeños reaccionaron a esa muestra de angustia de su padre abrazándose a las rodillas de sus hermanas, que les colocaron las manos en los hombros como para consolarlos. Max se controló y dijo-: ¿La gente del taekwondo? Nunca han oído hablar de Davey. Nunca lo han visto. No le conocen. Así que he llamado al colegio para ver si estaba haciendo novillos y no nos lo habían dicho, ¿sabe? Hoy es el único día que ha faltado. En todo el trimestre.

– ¿Ha tenido alguna vez problemas con la policía? -preguntó Havers-. ¿Ha tenido que presentarse al juez en alguna ocasión? ¿Le han asignado alguna vez a un grupo de jóvenes para enderezarlo?

– Nuestro Davey no necesita que lo enderecen -dijo Bev Benton-. Ni siquiera falta nunca al colegio. Y es muy buen estudiante, sí.

– No le gusta que nadie lo sepa, mamá -farfulló Sherry, como si creyera que su madre hubiera traicionado la confianza del chico con aquella observación.

– Tenía que ser duro -añadió Max-. Los tipos duros pasan del colegio.

– Así que Davey hacía su papel -explicó Bev-. Pero él no era así.

– ¿Y nunca ha tenido problemas con la policía? ¿Nunca le han asignado un trabajador social?

– ¿Por qué pregunta eso todo el rato? Max… -Bev se volvió hacia su marido como si buscara que le diera una explicación.

– ¿Han llamado a sus amigos? -intervino Lynley-. ¿A los chicos que han mencionado?

– Nadie lo ha visto -contestó Bev.

– ¿Y este otro chico? ¿Ese tal Andy Crickleworth?

Nadie de la familia lo conocía. Nadie de la familia sabía siquiera dónde encontrarlo.

– ¿Hay alguna posibilidad de que Davey se lo hubiera inventado? -preguntó Havers, alzando la vista de la libreta-, tal vez para encubrir otra cosa que estuviera haciendo.

Estas palabras fueron acogidas con silencio. O nadie lo sabía, o nadie quería responder. Lynley esperó, sentía curiosidad, y vio que Bev Benton miraba a su marido. Parecía reacia a decir nada más. Lynley dejó que el silencio se prolongara hasta que Max Benton lo rompió.

– Los broncas no se metían nunca con él. Sabían que nuestro Davey les daría una buena si se peleaban con él. Era bajito y… -Benton pareció darse cuenta de que estaba hablando en pasado y se frenó, parecía afectado. Su hija Sherry proporcionó la conclusión de su pensamiento.

– Guapo -dijo-, nuestro Davey es guapísimo.

«Todos lo son -pensó Lynley-: guapos y bajitos, casi como muñecas.» Supuso que tendrían que hacer algo para compensarlo, sobre todo los chicos; defenderse con furia si alguien intentaba hacerles daño, por ejemplo, o acabar lleno de moratones y aporreado antes de que los estrangularan, los rajaran y los dejaran tirados en el bosque.

– ¿Podríamos ver el cuarto de su hijo, señor Benton? -preguntó Lynley.

– ¿Por qué?

– Puede que encontremos algún indicio de adonde ha ido -dijo Havers-. A veces, los crios no les cuentan todo a sus padres. Si tiene un amigo del que no saben nada…

Max miró a su esposa. Era la primera vez que no parecía el cabeza de familia. Bev asintió con la cabeza. Max les dijo a Lynley y Havers que lo acompañaran.

Los llevó al piso de arriba, donde había tres dormitorios que daban a un sencillo rellano cuadrado. En una de las habitaciones, había dos literas contra la pared, una frente a la otra con una cómoda en medio. Encima de una de las literas un estante alto, clavado en la pared, contenía una colección de discos compactos y una pila ordenada de pequeñas gorras de béisbol. Habían retirado la cama de abajo y, en su lugar, habían hecho una guarida privada. Una parte estaba ocupada por ropa: pantalones anchos, deportivas, jerséis y camisetas de los artistas de rap americanos que había mencionado Bev Benton. La otra parte contenía diversas baldas metálicas baratas en las que, tras examinarlas, vieron que había novelas fantásticas. En el extremo más alejado de la guarida, había una pequeña cómoda. Todo aquello, según les dijo Max Benton, era de Davey.

Mientras Lynley y Havers se metían debajo, cada uno ocupándose de una parte distinta de la guarida, Max dijo en un tono que ya no sonaba autoritario sino desesperado y que encerraba mucho miedo:

– Tienen que decírmelo -dijo-. No estarían aquí a menos que hubiera algo más, ¿verdad? Entiendo por qué no querían decirlo delante de mi mujer y los pequeños, por supuesto. Pero ahora… Habrían mandado a policías de uniforme, no a ustedes.

Mientras Max Benton hablaba, Lynley había metido las manos en los bolsillos de los primeros pantalones. Pero lo dejó y salió de la guarida mientras Havers seguía buscando.

– Tiene razón -dijo-. Tenemos un cuerpo, señor Benton. Lo han encontrado en Queen's Wood, cerca de la estación de Highgate.

Max Benton flaqueó un poco, pero apartó a Lynley cuando éste quiso cogerlo del brazo y llevarlo a la cama inferior de la otra litera del cuarto.