Выбрать главу

De repente, se dio cuenta de que su propia ceguera le había conducido a la trampa del subinspector. Y, entonces, comprendió por qué el comisario Webberly siempre había hecho saber a su cuñado cuál de sus hombres debía sucederle, aunque se tratara sólo de una sucesión temporal. Lynley podía dejar el puesto en cualquier momento sin pasar ningún apuro, los demás, no. Él tenía ingresos independientes de la Met. En cuanto a los demás detectives, la Met ponía la comida en la mesa de sus familias y un techo bajo el que cobijarse. Las circunstancias los obligarían a someterse una y otra vez a las directrices de Hillier sin rechistar, porque ninguno podía permitirse el lujo de que lo despidieran. Webberly consideraba que Lynley era el único que tenía la más mínima oportunidad de ejercer algún tipo de control sobre su cuñado.

«Dios sabe que le debo al comisario ese favor», pensó Lynley. Webberly había estado dispuesto a hacer lo mismo por él en muchas ocasiones.

– ¿O? -La voz de Hillier era mortífera.

Lynley buscó un enfoque nuevo.

– Señor, tenemos otro asesinato con el que lidiar. No nos pueden pedir que lidiemos también con los periodistas.

– Sí -dijo Hillier-, otro asesinato. Ha desobedecido directamente una orden, comisario, y será mejor que tenga una buena explicación.

«Al fin hemos llegado al tema», pensó Lynley: la negativa a permitir que Hamish Robson viera la escena del crimen. Cambiar de tema no lo ofuscó.

– Dejé instrucciones en la barrera. Nadie sin identificación accede a la escena del crimen. Robson no la tenía, y los agentes de la barrera no tenían ni idea de quién era. Podría haber sido cualquiera, un periodista, en concreto.

– ¿Y cuándo lo has visto? ¿Cuándo has hablado con él? ¿Cuándo te ha pedido ver las fotos, el vídeo, lo que quedaba de la escena o lo que fuera…?

– Me he negado -dijo Lynley-, pero eso ya lo sabe o no estaríamos hablando de ello.

– Exacto. Y ahora vas a escuchar lo que Robson tiene que decir.

– Señor, si me disculpa, tengo que ver a mi equipo y ponerme a trabajar. Esto es más importante que…

– Mi autoridad está por encima de la tuya -dijo Hillier-, y ahora estás cara a cara con una orden directa.

– Lo comprendo -dijo Lynley-, pero si no ha visto las fotos, no podemos perder el tiempo mientras él…

– Ha visto el vídeo. Ha leído los informes preliminares. -Hillier sonrió fríamente cuando vio la sorpresa de Lynley-. Lo dicho. Mi autoridad está por encima de la tuya, comisario. Así que siéntate. Vas a estar aquí un rato.

Hamish Robson tuvo la cortesía de parecer arrepentido. También tuvo la cortesía de parecer tan incómodo como cualquier hombre intuitivo en su misma situación. Entró en el despacho con un bloc en la mano y un pequeño fajo de papeles que entregó a Hillier. Ladeó la cabeza mirando a Lynley y levantó un hombro con un movimiento rápido y tímido que decía «no ha sido idea mía».

Lynley asintió con la cabeza. No sentía ningún rencor hacia el hombre. Por lo que a él se refería, los dos desempeñaban su trabajo bajo unas condiciones extremadamente difíciles.

Era obvio que Hillier quería que la dominación fuera el tema de la reunión: no se movió de su mesa para ir a la mesa de reuniones en la que había mantenido su coloquio con el jefe de prensa y sus cohortes, y le indicó a Robson que se sentara junto a Lynley delante de él. Los dos juntos acabaron pareciendo dos suplicantes ante el trono del faraón. Sólo les faltaba ponerse de rodillas.

– ¿Qué tienes, Hamish? -le preguntó Hillier, absteniéndose de hacer los preliminares de rigor.

Robson se colocó la libreta sobre las rodillas. Parecía como si le ardiera la cara y, por un momento, Lynley le compadeció. Volvía a estar en medio de los dos.

– Con los crímenes anteriores -dijo Robson, y pareció no saber cómo salvar exactamente la tensión que había entre los dos agentes de la Met-, el asesino alcanzó la sensación de omnipotencia que buscaba a través de la mecánica evidente del crimen: me refiero a secuestrar a la víctima, atarla y amordazarla, llevar a cabo el ritual de quemarla y rajarla. Pero en este caso, en Queen's Wood, estas conductas anteriores no bastaron. Lo que obtuviera con los crímenes anteriores, seguiremos postulando que era poder, se le negó en éste. Eso desencadenó una cólera en él que no había sentido hasta el momento. E imagino que fue una cólera que le sorprendió, ya que, sin duda, ha elaborado una razón lógica de por qué asesina a estos chicos, y la ira nunca había entrado en la ecuación. Pero ahora la ha sentido porque ha visto coartado su deseo de poder, y ha experimentado la urgencia repentina de castigar lo que considera un desafío de su víctima. La víctima se ha convertido en responsable por no dar al asesino lo que obtuvo de las demás víctimas.

Robson miraba sus notas mientras hablaba, pero entonces levantó la cabeza, como si necesitara que le dijeran que podía continuar. Lynley no dijo nada. Hillier asintió con brusquedad.

– Así que con este chico ha recurrido al abuso físico antes de matarlo -dijo Robson-. Y después no ha sentido ningún remordimiento por el crimen: el cuerpo no está expuesto y colocado como una efigie, sino que lo ha dejado tirado. Y lo ha dejado en un sitio donde podrían haber pasado días antes de que alguien lo encontrara, así que podemos suponer que el asesino sigue la investigación y ahora se esfuerza no sólo por no dejar pruebas en la escena sino también por no arriesgarse a que lo vean. Imagino que ya habrán hablado con él. Sabe que lo están cercando y, en lo sucesivo, no tiene ninguna intención de darles nada que lo relacione con los crímenes.

– ¿Por eso esta vez no hay marcas de ataduras? -preguntó Lynley.

– No lo creo. Más bien se trata de que, antes de este asesinato en concreto, el asesino creía haber alcanzado el nivel de omnipotencia que ha buscado durante la mayor parte de su vida. Esta sensación ilusoria de poder lo llevó a creer que ni siquiera tenía que inmovilizar a su siguiente víctima. Pero, al no estar atado, resulta que el chico se resistió, así que tuvo que acabar con él personalmente, y, en lugar de utilizar el garrote, el asesino lo ha estrangulado con las manos. Sólo si lo hacía él, podía recobrar la sensación de poder, cuya necesidad es lo que le empuja a matar en primer lugar.

– Entonces, ¿cuál es tu conclusión? -preguntó Hillier.

– Que se están enfrentando a una personalidad incompetente. O bien está dominado por los demás o se imagina que está dominado por los demás. No tiene ni idea de cómo salir de situaciones en las que se considere menos poderoso que las personas que lo rodean y, en concreto, no tiene ni idea de cómo salir de la situación en la que se encuentra en estos momentos.

– La situación de matar, ¿quiere decir? -aclaró Hillier.

– No, no -dijo Robson-. Se siente perfectamente capaz de aventajar a la policía si le persiguen por estos asesinatos. Pero, en su vida personal, se siente atrapado por algo. Y de un modo en el que no ve escapatoria posible. Podría ser el trabajo, un matrimonio fracasado, una relación con sus padres en la que tiene más responsabilidad de la que le gustaría, una relación con sus padres en la que lleva tiempo siendo el débil, algún tipo de problema económico que oculta a su esposa o compañera. Ese tipo de cosas.

– Pero ¿dices que sabe que estamos tras su pista? -dijo Hillier-. ¿Hemos hablado con él? ¿Hemos estado en contacto con él de algún modo?

Robson asintió.

– Cualquiera de esas opciones es posible -dijo-. ¿Y este último cuerpo, comisario? -Su último comentario iba dirigido sólo a Lynley-. Todo en este cuerpo sugiere que se ha acercado al asesino más de lo que imagina.