Vanessa iba ataviada con un vestido muy veraniego. La falda tenía mucho vuelo y llevaba un estampado floral. Contrastaba profundamente con el corpiño azul cobalto que le dejaba los hombros al descubierto. La cadena de oro y los pendientes que llevaba puestos hacían juego con la pulsera que le había dejado a Loretta.
– Tú también -dijo ella. Sin poder evitarlo, levantó las manos para estirarle la corbata azul marino que llevaba puesta con un traje color marfil-. Supongo que estamos todos preparados.
– Aún nos falta algo.
– ¿El qué? -preguntó Vanessa, atónita.
– La novia.
– Oh, Dios, se me había olvidado. Iré por ella.
Vanessa volvió a entrar corriendo en la casa. Encontró a Loretta en la sala de música, sentada sobre el taburete del piano.
– ¿Lista?
– Sí -respondió ella, después de respirar profundamente.
Atravesaron juntas la casa, pero, al llegar a la puerta trasera, Loretta agarró la mano de su hija. Así, cruzaron juntas el césped. A cada paso que daban, la sonrisa de Ham se iba haciendo más amplia y el paso de su madre más firme. Se detuvieron delante del reverendo y, entonces, Vanessa soltó la mano de su madre. Dio un Paso atrás y tomó la de Brady.
– Queridos hermanos…-comenzó el pastor.
Vanessa vio cómo su madre se casaba bajo la sombra del árbol que Brady había estado decorando. Las campanillas no dejaban de sonar.
– Puedes besar a la novia -entonó por fin el reverendo.
Todas las personas que había en los jardines cercanos empezaron a aplaudir. El fotógrafo tomó una nueva instantánea cuando Ham abrazó a Loretta y le dio un largo beso que provocó más gritos y vítores.
– Muy bien -dijo Brady mientras abrazaba a su padre.
Vanessa dejó su confusión a un lado y se dirigió a abrazar a su madre.
– Enhorabuena, señora Tucker.
– Oh, Van…
– Todavía no puedes llorar. Aún tenemos que hacer muchas fotografías.
Con un grito de alegría, Joanie se abalanzó sobre las dos con su hija en brazos.
– Estoy tan contenta -susurró-. Dale a tu abuela un beso, Lara.
– Abuela -susurró Loretta, casi a punto de llorar. Rápidamente tomó en brazos a la niña-. Abuela…
Brady rodeó los hombros de Vanessa con un brazo.
– ¿Cómo te sientes, tía Vanessa?
– Asombrada -contestó. Se echó a reír con Brady mientras el cuñado del nieto de la señora Driscoll no dejaba de tomar fotografías-. Vamos a servir el champán.
Dos horas más tarde, estaban en el jardín trasero de los Tucker, llevando una bandeja de hamburguesas crudas hacia la barbacoa.
– Yo creía que tu padre siempre se encargaba de cocinar -le dijo a Brady.
– Hoy me ha cedido la espátula a mí -contestó Brady. Se había quitado la chaqueta y la corbata y se había remangado la camisa. Le dio la vuelta a una hamburguesa con gran habilidad.
– Lo haces muy bien.
– Deberías verme con el escalpelo.
– Creo que mejor no, gracias. Este picnic es tal y como lo recuerdo. Ruidoso y lleno de gente.
Había muchas personas en el jardín, en la casa e incluso por las aceras. Algunos estaban sentados en sillas o sobre la hierba. Los bebés iban de mano en mano. Los viejos estaban sentados a la sombra mientras intercambiaban chismes y se apartaban las moscas. Los jóvenes corrían al sol. Alguien había puesto algo de música en un rincón del jardín y un grupo de adolescentes estaban allí bailando.
– Ahí era donde estábamos nosotros hace unos años -comentó Brady.
– ¿Quieres decir que ya eres demasiado viejo para bailar y ligar?
– No, pero ellos sí lo creen. Ahora soy el doctor Tucker, mientras que mi padre es doc Tucker. Eso me convierte automáticamente en un adulto. Es una pena hacerse viejo -dijo mientras pinchaba una salchicha.
– Se dice mejor alcanzar la dignidad -comentó ella mientras Brady la ponía en un panecillo y le echaba mostaza.
– Servir de ejemplo para la generación más joven. Di «ah» como una niña buena -le ordenó. Entonces, le metió el perrito en la boca.
Vanessa le dio un mordisco y se lo tragó rápidamente.
– Manteniendo también el decoro.
– Sí. Y eso me lo dices cuando tienes la boca manchada de mostaza -comentó Brady. Le agarró la mano antes de que ella pudiera limpiársela-. Deja que me ocupe yo -añadió. Se inclinó sobre ella y le deslizó la lengua sobre los labios-. Muy sabrosa -susurró. Entonces, le mordió suavemente el labio inferior.
– Se te van a quemar las hamburguesas -murmuró ella.
– Calla. Estoy dándoles un ejemplo a la generación más joven.
A pesar de que ella se estaba riendo, le tapó la boca completamente con la suya. Alargó y profundizó el beso hasta que ella se olvidó de que estaban rodeados de gente. Igual que él.
Cuando la soltó, Vanessa se llevó una mano a la cabeza, que no dejaba de darle vueltas, y trató de encontrar la voz.
– Como en los viejos tiempos -gritó alguien.
– Mejor -susurró Brady. Habría vuelto a besarla, pero alguien le golpeó suavemente en el hombro.
– Deja a esa chica y compórtate, Brady Tucker -dijo Violet Driscoll moviendo la cabeza-. La gente tiene hambre. Si quieres besarte con tu chica, espera hasta más tarde.
– Sí, señora Driscoll.
– Nunca ha tenido ni una pizca de sentido común -le comentó la anciana a Vanessa-, aunque hay que reconocer que es muy guapo -añadió, antes de marcharse.
– Tiene razón -afirmó Vanessa.
– ¿En lo de que soy muy guapo?
– No, en lo que de nunca has tenido ni una pizca de sentido común.
– ¡Eh! -exclamó Brady al ver que ella se alejaba de su lado-. ¿Adonde vas?
Vanessa se limitó a mirarlo por encima del hombro y siguió andando. Mientras charlaba con amigos del instituto, pensó que todo era como en los viejos tiempos. Los rostros habían envejecido y habían nacido muchos niños, pero el ambiente era el mismo.
Cuando Brady volvió a reunirse con ella, Vanessa estaba sentada sobre la hierba con Lara.
– ¿Qué estás haciendo?
– Jugando con mi sobrina.
Algo se despertó en el interior de Brady, algo rápido e inesperado. Comprendió que también era algo inevitable. Verla sonreír de aquel modo, con un bebé en los brazos… Le parecía que llevaba toda una vida esperando un momento como aquél. Sin embargo, el bebé debería ser suyo. Vanessa y el bebé deberían ser suyos.
– ¿Te ocurre algo? -le preguntó ella.
– No, ¿por qué?
– Me estabas mirando de un modo muy extraño.
Se sentó a su lado y le acarició suavemente el cabello.
– Sigo enamorado de ti, Vanessa, y no sé qué diablos hacer al respecto.
Ella lo miró fijamente. Aunque hubiera podido definir la multitud de sentimientos que se debatían en su interior, no habría podido hacerlo con palabras. En aquellos momentos no estaba mirando a un muchacho, sino a un hombre. Lo que él acababa de decir lo había dicho deliberadamente. Él estaba esperando que ella reaccionara, pero no podía hacerlo.
Lara le saltó encima del regazo y lanzó un grito que rompió por fin el silencio.
– Brady, yo…
– Por fin os encuentro -dijo Joanie-.Vaya -añadió, al notar la tensión que había entre ellos-. Lo siento. Creo que mi llegada no ha sido muy oportuna.
– Vete, Joanie -le ordenó Brady-. Muy lejos.
– Ya que me lo pides tan educadamente, me iría, pero ha llegado la limusina. Todo el mundo se ha acercado para mirarla. Creo que es hora de que despidamos a los recién casados.
– Tienes razón -afirmó Vanessa, poniéndose de pie-. No queremos que pierdan el avión. ¿Tienes los billetes? -le preguntó a Brady
– Sí -contestó él. Antes de que Vanessa pudiera escabullirse, le agarró la barbilla-. Aún no hemos terminado de hablar, Van.
– Lo sé -replicó ella, con voz tranquila a pesar de que se sentía muy nerviosa en su interior-. Como ha dicho Joanie, el momento no es el adecuado.