Выбрать главу

Capítulo XI

«Muy bien, muy bien», pensó Vanessa, mientras Annie interpretaba una de las canciones de su adorada Madonna. Tenía que admitir que el ritmo era pegadizo. Había tenido que simplificar la canción un poco para que la niña pudiera tocarla, pero se notaba perfectamente de qué canción se trataba y eso era lo que contaba.

Tal vez las mejoras en la técnica de Annie no habían sido radicales, pero existían. Además, en lo que se refería al entusiasmo, Annie Crampton era su estudiante número uno.

Tuvo que admitir que su propia actitud hacia las clases había cambiado. Nunca se habría imaginado que disfrutaría tanto instruyendo a aquellos niños. En lo que se refería a los niños, sus esfuerzos contaban. Tal vez no mucho, pero contaban.

Las clases tenían el beneficio añadido de que la ayudaban a olvidarse de Brady. Al menos, durante una hora o dos todos los días.

– Muy bien, Annie.

– La he tocado entera -dijo la niña, completamente entusiasmada-. Puedo volver a tocarla si quiere.

– Mejor la semana que viene. Quiero que trabajes en la próxima lección de tu libro -dijo Vanessa. Acababa de agarrar el libro cuando oyó que se habría la puerta-. Hola Joanie.

– He oído la música -comentó ésta última, mientras se colocaba a Lara sobre la cadera-. Annie Crampton, ¿eras tú la que tocaba?

– Sí, la canción entera -respondió la niña, con una orgullosa sonrisa en los labios-. La señorita Sexton me ha dicho que lo he hecho muy bien.

– Y es cierto. Estoy muy impresionada, especialmente porque a mí no pudo enseñarme nada más que una canción.

Vanessa colocó una mano sobre la cabeza de la niña.

– La señora Knight no practicaba en casa.

– Yo sí. Mi madre me dice que he aprendido más en tres semanas que en el tiempo que estuve con el otro profesor. Además, es mucho más divertido. Hasta la semana que viene, señorita Sexton.

– Estoy impresionada -reiteró Joanie cuando la niña se hubo marchado.

– Tiene buenas manos -dijo Vanessa, extendiendo las suyas para tomar a Lara-. Hola, tesoro…

– Tal vez le puedas dar clases a ella algún día.

– Tal vez.

– Entonces, aparte de Annie, ¿cómo te va con el resto de las clases? ¿Cuántos alumnos tienes ya?

– Doce, y ése es mi límite, te lo prometo. En general, van muy bien. He aprendido a mirarles las manos a los niños antes de que se sienten al piano. Todavía no sé con lo que Scott Snooks me manchó el otro día las teclas.

– ¿Qué aspecto tenía?

– Verde -comentó, mientras jugueteaba con la pequeña Lara-. Ahora, inspecciono las manos antes de cada clase.

– Si puedes enseñarle a Scott Snooks algo que no sean diabluras y trastadas, puedes hacer milagros.

– Ese es el desafío. Si tienes tiempo, puedo descongelar una lata de limonada.

– La señorita Ama de Casa -comentó Joanie, con una sonrisa-. En realidad no. Sólo tengo un par de minutos. ¿No tienes ahora otra clase?

– Gracias a la varicela no. ¿Qué prisa tienes? -preguntó Vanessa, aún con la niña en brazos, mientras conducía a Joanie al salón.

– Sólo he venido para ver si necesitas algo. Mi padre y Loretta regresan dentro de unas horas y quiero verlos. Mientras tanto, tengo algunos recados que hacer.

– En realidad, me vendrían bien unas partituras. A ver qué te parece esto. Si te escribo los títulos y las traes, yo te cuido de Lara.

– Perdona, ¿he entendido bien?

– Sí. Puedes dejarme a Lara hasta que termines.

– Hasta que termine. ¿Quieres decir que me puedo ir al centro comercial completamente sola?

– Bueno, si prefieres llevártela…

Joanie soltó un grito de felicidad y se levantó para darle un beso a Vanessa y a Lara.

– Lara, cielo, te quiero. Hasta luego.

– Joanie, espera -dijo Vanessa, riendo-.Aún no te he escrito los títulos de las partituras.

– Oh, sí, claro. Supongo que me había emocionado un poco. No he ido de compras sola desde…Ya ni me acuerdo -comentó. De repente, la sonrisa se le borró del rostro-. Soy una madre terrible. Estoy encantada de dejar a mi hija aquí. No, encantada no es la palabra. Emocionada, extasiada, feliz… Soy una madre terrible.

– No. Estás un poco loca, pero eres una madre maravillosa.

– Tienes razón. Sólo ha sido la emoción de ir al centro comercial sin la sillita, la bolsa de los pañales… Todo se me subió a la cabeza. ¿Estás segura de que no te importa?

– Claro que no. Nos lo pasaremos muy bien.

– Por supuesto que sí, pero tal vez deberías colocar todo lo que sea importante un poco alto. Ya ha aprendido a andar.

– Todo irá bien -dijo Vanessa. Dejó a Lara en el suelo y le dio una revista para que la mirara. La niña la rasgó inmediatamente-. ¿Ves?

– De acuerdo. Le di de comer antes de que saliéramos de casa, pero tiene un biberón con zumo de manzana en la bolsa de los pañales. ¿Sabes cambiar pañales?

– He visto cómo se hace. No puede ser muy difícil.

– Bueno, si estás segura de que no tienes nada más que hacer…

– Tengo la tarde completamente libre. Cuando los recién casados lleguen a casa, sólo hay que andar unos metros para ir a verlos.

– Supongo que Brady vendrá también.

– No lo sé.

– Entonces, no ha sido producto de mi imaginación.

– ¿El qué?

– Que, desde hace unos días, existe mucha tensión entre vosotros.

– Te estás equivocando, Joanie.

– Tal vez, pero el asunto me interesa. Las veces que he visto a Brady últimamente, se ha mostrado enfadado o distraído. No hace falta que te diga que esperaba que los dos terminarais juntos.

– Me ha pedido que me case con él.

– ¿Que…? ¡Vaya! ¡Eso es maravilloso! ¡Fantástico! -exclamó Joanie. Mientras se lanzaba a los brazos de Vanessa, Lara comenzó a golpear la mesa y a gritar-. ¿Ves? Hasta mi hija se alegra.

– Le he dicho que no.

– ¿Cómo dices? -preguntó Joanie, atónita aquella vez-. ¿Que le has dicho que no?

– Es demasiado pronto para todo esto -dijo Vanessa. Se había dado la vuelta para no ver la desilusión en el rostro de su amiga-. Regresé hace tan sólo unas semanas y han ocurrido tantas cosas… Mi madre, tu padre… Cuando llegué aquí, ni siquiera sabía cuánto tiempo iba a quedarme. Estoy pensando en hacer una gira la próxima primavera.

– Pero todo eso no significa que no puedas tener tu vida privada. Es decir, si la deseas.

– No sé lo que quiero -admitió. Volvió a mirar a Joanie-. El matrimonio es… Ni siquiera sé lo que significa, así que, ¿cómo voy a considerar casarme con Brady?

– Pero lo amas.

– Sí, creo que sí. No quiero cometer el mismo error que mis padres. Necesito estar segura de que los dos queremos las mismas cosas.

– ¿Qué es lo que quieres tú?

– Aún estoy decidiéndolo.

– Pues es mejor que lo decidas rápidamente. Conozco muy bien a mi hermano y no te va a dar mucho tiempo.

– Precisamente es tiempo lo que necesito. Bueno, Joanie -dijo, antes de que su amiga pudiera seguir hablando-, es mejor que te vayas si quieres regresar antes de que lleguen mi madre y tu padre.

– Tienes razón. Voy por la bolsa de los pañales -anunció. Sin embargo, se detuvo en la puerta-. Sé que ya somos hermanastras, pero sigo esperando ser tu cuñada.

Brady sabía que iba a volver a pasarlo mal cuando se dirigió a la casa de Vanessa. Durante la última semana, había tratado de mantener las distancias. Cuando la mujer que uno ama se niega a contraer matrimonio, el ego de un hombre sufre mucho.

Quería creer que ella sólo estaba dando muestras de testarudez y que terminaría cambiando de opinión, pero se temía que el problema era mucho más profundo. Ella había tomado su postura. Brady podría marcharse o aporrearle la puerta. No supondría ninguna diferencia.

Sin embargo, fuera como fuera, tenía que verla.