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Llamó al marco de la puerta, pero no obtuvo respuesta. Aquello no le sorprendió, teniendo en cuenta el volumen de los golpes que procedían del interior. Esperanzado, pensó que tal vez estaba enfadada consigo misma por haberle dado la espalda a la felicidad.

Aquella imagen le sirvió de consuelo. Casi empezó a silbar cuando abrió la puerta y entró en la casa. No sabía lo que había estado esperando, pero nunca se había imaginado que vería a su sobrina golpeando cacerolas como loca sobre el suelo mientras Vanessa, cubierta de harina, la observaba encantada. Cuando Lara lo vio, levantó una tapa de acero inoxidable y la dejó caer con gran satisfacción.

– Hola.

Con una rama de apio en la mano, Vanessa se dio la vuelta. Esperaba que el corazón le diera una voltereta al verlo, como le ocurría siempre. Sin embargo, no sonrió. Ni él tampoco.

– Oh. No te había oído entrar.

– No me sorprende -comentó él. Se agachó para tomar a Lara en brazos-. ¿Qué estás haciendo?

– Cuidando de Lara -respondió ella. Se frotó la harina que tenía en la nariz-. Joanie tenía que irse de compras, así que me ofrecí voluntaria a cuidar de Lara durante unas horas.

– Es muy traviesa, ¿verdad?

– Le gusta jugar con las cosas de la cocina -respondió ella.

Brady dejó a la cría en el suelo. Rápidamente, la pequeña se fue a jugar con una pequeña torre de latas de conserva.

– Verás cuando aprenda a arrancarles las etiquetas a las latas -le advirtió él-. ¿Tienes algo de beber?

– Lara tiene un biberón de zumo de manzana.

– No me refería a lo que tenía ella.

– Tengo una lata de limonada en el congelador -dijo Vanessa. Volvió a ponerse a cortar el apio-. Si la quieres, tendrás que preparártela tú mismo. Yo tengo las manos sucias.

– Eso ya lo veo. ¿Qué estás haciendo?

– Un lío. Pensé que, dado que mi madre y Ham van a volver dentro de poco, sería muy agradable tener un guisado o algo así preparado. Joanie ya ha hecho tanto que pensé que yo podía intentarlo -dijo. Asqueada, dejó el cuchillo-. Esto no se me da nada bien. Yo no he preparado la comida en toda mi vida -añadió. Se dio la vuelta justo cuando Brady iba al fregadero para dejar llenar una jarra de agua fría-. Soy una mujer adulta y, si no fuera por el servicio de habitaciones y las comidas preparadas, me moriría de hambre.

– Preparas muy bien los bocadillos de jamón.

– No estoy bromeando, Brady.

Él empezó a remover la limonada con una cuchara de madera.

– Tal vez deberías hacerlo.

– De repente, me puse a pensar en qué pasaría si yo fuera la esposa de un médico -dijo ella, de repente.

Brady se detuvo y la miró fijamente.

– ¿Qué has dicho?

– ¿Y si él tuviera que regresar a casa después de pasarse el día viendo a enfermos y haciendo rondas en el hospital? ¿Acaso no me gustaría prepararle una buena comida para que pudiéramos charlar mientras cenábamos? ¿No es eso algo que él esperaría?

– ¿Por qué no se lo preguntas?

– Maldita sea, Brady. ¿Es que no te das cuenta? No funcionaría.

– De lo único que me doy cuenta es que te está costando preparar… -empezó. Entonces, miró el desorden que había sobre la encimera de la cocina-. ¿Qué se supone que es?

– Guisado de atún.

– Te está costando preparar un guisado de atún. Personalmente, espero que no aprendas nunca.

– No se trata de eso.

Abrumado por la ternura que sintió hacia ella, le limpió parte de la harina que tenía sobre la mejilla.

– ¿De qué se trata?

– Tal vez no tenga mucha importancia, tal vez sea una estupidez, pero, si ni siquiera puedo trocear unas verduras, ¿cómo voy a poder realizar las tareas más importantes?

– ¿Crees que me quiero casar contigo para poder cenar caliente todas las noches?

– No. ¿Y tú, crees que me puedo casar contigo y sentirme constantemente inepta e inútil?

– ¿Porque no sabes lo que hacer con una rama de apio?

– Porque no sé ser una esposa -rugió ella-. Por mucho que te quiera, no sé si quiero serlo. Sólo hay una cosa que se me da bien, Brady. La música.

– Nadie te está pidiendo que la dejes. Vanessa.

– ¿Y qué ocurrirá cuando me vaya de gira? ¿Cuándo esté lejos de casa semanas seguidas? ¿Cuando tenga que dedicar horas interminables a ensayos y prácticas? ¿Qué clase de matrimonio tendríamos, Brady, entre mis conciertos?

– No lo sé -admitió Brady. Miró a su sobrina, que, en aquellos momentos, estaba ocupada metiendo las latas en las cacerolas-. No sabía que estabas considerando seriamente volver a dar conciertos.

– Tengo que considerarlo. Han formado parte de mi vida durante demasiado tiempo como para que no sea así -dijo Vanessa, algo más tranquila. Entonces, siguió troceando verduras-. Soy pianista, Brady, igual que tú eres médico. Lo que hago no salva vidas, pero las enriquece.

– Sé que lo que haces es muy importante, Van -le aseguró él-. Te admiro por ello. Lo que no entiendo es por qué tu talento tendría que ser un obstáculo para que estemos juntos.

– Es tan sólo uno de ellos.

Brady la agarró por el brazo y la obligó a interrumpir lo que estaba haciendo.

– Quiero casarme contigo -le dijo, tras hacer que lo mirara-. Quiero tener hijos contigo y que tú construyas un hogar para ellos. Lo podemos conseguir, te lo aseguro. Confía en mí.

– Primero necesito confiar en mí. Me marcho a Cordina la semana que viene.

– ¿A Cordina?

– Sí. Para la gala benéfica anual que organiza la princesa Gabriela.

– He oído hablar de esa gala.

– He accedido a dar un concierto.

– Entiendo. ¿Cuándo te comprometiste?

– Hace ya casi dos semanas.

– No me lo habías dicho.

– No, no te lo había dicho. Con todo lo que estaba ocurriendo entre nosotros, no estaba segura de cómo reaccionarías.

– ¿Ibas a esperar hasta que tuvieras que marcharte al aeropuerto para decírmelo o te ibas a contentar con mandarme una postal cuando llegaras allí? Maldita sea, Van… ¿A qué has estado jugando conmigo? ¿Lo nuestro ha sido simplemente para matar el tiempo?

– Sabes que no es así.

– Lo único que sé es que te marchas.

– Es un único concierto. Unos pocos días.

– ¿Y entonces?

Vanessa se puso a mirar por la ventana.

– No lo sé. Frank, mi mánager, tiene muchas ganas de prepararme una gira. Eso además de una serie de conciertos especiales que me han pedido hacer.

– Además…Viniste aquí con una úlcera porque no soportabas subir a un escenario, porque te habías exigido demasiado con demasiada frecuencia. Y ya estás hablando de volver a hacerlo otra vez.

– Se trata de algo que tengo que decidir por mi misma…

– Tu padre…

– Mi padre está muerto -lo interrumpió ella-.Ya no puede ejercer su influencia sobre mí para obligarme a tocar. Espero que tú no trates de ejercer la tuya para obligarme a no hacerlo. No creo que me exigiera demasiado. Hice lo que tenía que hacer. Lo único que quiero es tener la oportunidad para decir qué quiero hacer con mi vida.

– Has estado pensando en regresar, te has comprometido con Cordina, pero nunca me has hablado a mí al respecto -dijo él, apenado.

– No. Por muy egoísta que pueda parecer, esto es algo que tengo que decidir yo sola. Sé que es injusto por mi parte pedirte que esperes. Por eso no voy a hacerlo. Sin embargo, pase lo que pase, quiero que sepas que las últimas semanas que he pasado contigo han significado mucho para mí.

– Al diablo con eso -replicó Brady. Era casi como decir adiós-.Vete a Cordina, vete donde quieras, pero no me olvides. No te olvides de esto…

La besó con furia y con desesperación. Vanessa no se resistió.

– Brady -susurró, tocándole suavemente el rostro-. Tiene que haber mucho más que esto. Para los dos.

– Claro que hay más -afirmó él-.Y tú lo sabes.