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– Hoy me he hecho una promesa a mí misma: voy a tomarme el tiempo necesario para pensar en mi vida, en cada año que he pasado y en cada momento que recuerde como importante. Cuando lo haya hecho, tomaré la decisión correcta. No habrá dudas ni excusas, pero, por el momento, debes dejarme marchar.

– Ya te dejé marchar una vez -le recordó él. Antes de que ella pudiera contestar, Brady volvió a tomar la palabra-. Escúchame. Si te marchas así, no pienso pasar el resto de mi vida deseándote. No permitiré que me rompas el corazón una segunda vez.

En aquel momento, cuando estaban frente a frente, Joanie entró en la cocina.

– Vaya, dos canguros -comentó mientras tomaba en brazos a su hija-. No me puedo creer que haya echado de menos a este monstruo. Siento que me haya llevado tanto tiempo. Había mucha gente en las tiendas. Veo que mi hija ha estado muy ocupada -añadió, al ver las cacerolas y las latas que había sobre el suelo.

– Se ha portado muy bien -consiguió decir Vanessa-. Se ha comido una media caja de galletas.

– Ya me parecía que había engordado un poco. Hola, Brady. ¡Qué coincidencia! Me alegro de verte. Además, mirad a quién me he encontrado en el exterior de la casa -exclamó Joanie. Se hizo a un lado y dejó que Ham y Loretta entraran del brazo-. ¿A que tienen un aspecto magnífico? Están tan bronceados… Sé que los bronceados no son buenos, pero sientan tan bien…

– Bienvenidos -dijo Vanessa, con una sonrisa, aunque no se movió del sitio-, ¿Lo habéis pasado bien?

– Maravillosamente -contestó Loretta mientras colocaba un enorme bolso de paja sobre la mesa. Efectivamente, tenía algo de color en la cara y en los brazos. Además, los ojos le irradiaban felicidad-. Seguramente es el lugar más hermoso de la tierra, con toda esa arena blanca y el agua tan transparente. Hasta fuimos a bucear.

– Yo nunca he visto tantos peces en toda mi vida -comentó Ham, poniendo también otro bolso de paja sobre la mesa.

– ¡Ja! -exclamó Loretta-. Lo único que hacía era mirar las piernas de las mujeres por debajo del agua. Algunas no llevaban casi nada puesto. Ni los hombres -añadió, con una sonrisa-.Yo dejé de mirar al otro lado después de los dos primeros días.

– De las dos primeras horas, más bien -le corrigió Ham.

Loretta se echó a reír y rebuscó en su bolso de paja.

– Mira, Lara -le dijo a la niña-. Te hemos traído una marioneta.

– Entre otra docena de cosas -intervino Ham-. Esperad hasta que veáis las fotos. Yo incluso alquilé una de esas cámaras subacuáticas y tomé muchas fotos de… de los peces, claro.

– Vamos a tardar semanas en deshacer las maletas. Ni siquiera quiero pensarlo -suspiró Loretta. Se sentó a la mesa-. Oh… y las joyas de plata. Supongo que me excedí un poco.

– Mucho, diría yo -añadió Ham guiñándole un ojo a su esposa.

– Quiero que escojáis las piezas que más os gusten -les dijo Loretta a Vanessa y a Joanie-. Cuando las encontremos… Brady, ¿es eso limonada?

– Sí -respondió él. Rápidamente le sirvió un vaso-. Bienvenida a casa.

– Espera a que veas tu sombrero.

– ¿Mi sombrero?

– Es plateado y rojo… y mide unos tres metros de diámetro -bromeó Loretta-. No pude evitar que tu padre te lo comprara. Oh… Es tan agradable estar en casa. ¿Qué es todo eso? -preguntó, tras mirar la encimera.

– Era… -susurró Vanessa. Observó el jaleo que había montado-.Yo… pensé que no te apetecería cocinar en la primera noche de vuelta en casa.

– ¡Oh, la comida casera! -exclamó Ham mientras movía la marioneta para regocijo de Lara-. No hay nada que me apetezca más.

– En realidad no he…

Joanie miró la encimera y decidió echar una mano a su amiga.

– En realidad, acababa de empezar. ¿Qué te parece si te echo una mano, Vanessa?

Ella dio un paso atrás y se chocó contra Brady. Entonces, se apartó de él rápidamente.

– Regresaré dentro de un minuto.

Salió rápidamente de la cocina y subió las escaleras como si la persiguiera el diablo. Cuando llegó a su dormitorio, se sentó en la cama y se preguntó si se estaba volviendo loca. Seguramente, si algo de tan poca importancia como un guisado de atún era capaz de hacerla llorar…

– Van -susurró Loretta. Estaba observándola desde la puerta-, ¿puedo entrar?

– Iba a bajar enseguida. Es que… -dijo. Trató de ponerse de pie, pero volvió a sentarse-. Lo siento. No quería estropear vuestra vuelta a casa.

– No has estropeado nada -afirmó Loretta. Después de un segundo, entró en la habitación y cerró la puerta. A continuación fue a sentarse sobre la cama, al lado de su hija-. Supe que estabas disgustada en el momento en el que entré. Pensé que era… que era por mí.

– No. No del todo.

– ¿Te gustaría hablar de ello?

Vanessa se lo pensó tanto tiempo que Loretta temió que no iba a decirle nada en absoluto.

– Es Brady. No, en realidad soy yo -se corrigió Vanessa-. Quiere que me case con él, pero yo no puedo. Hay tantas razones para no hacerlo y él no quiere comprenderlas. Yo no sé cocinar ni lavar la ropa ni hacer ninguna de las cosas que Joanie realiza sin esfuerzo alguno.

– Joanie es una mujer maravillosa, pero es muy diferente a ti.

– Yo soy la que es diferente. De Joanie, de ti, de todo el mundo.

Temerosa de que Vanessa la rechazara, Loretta comenzó a acariciar el cabello de su hija.

– No saber cocinar ni es algo anormal ni mucho menos un delito.

– Lo sé… Lo que ocurre simplemente es que quería ser autosuficiente y terminé sintiéndome completamente inadecuada.

– Yo no te enseñé a cocinar ni a dirigir una casa, en parte porque estabas tan metida en tu música y no tenías tiempo, pero, principalmente, porque no quise hacerlo. Quería que los trabajos de la casa fueran sólo para mí. La casa era lo único que tenía para realizarme. Sin embargo, me parece que, en realidad, no estamos hablando de coladas y cacerolas, ¿verdad?

– No. Me siento presionada por lo que quiere Brady. El matrimonio me parece una idea encantadora pero…

– Pero tú creciste en un hogar en el que no lo era -afirmó Loretta-. Resulta extraño lo ciegas que pueden ser las personas. Mientras tú crecías, yo nunca pensé que lo que estaba ocurriendo entre tu padre y yo te afectara a ti, pero claro que te afectaba.

– Era vuestra vida.

– Eran nuestras vidas -le corrigió su madre-.Van, mientras hemos estado de luna de miel, Ham y yo hemos hablado mucho sobre esto. Él quería que te lo explicara todo. Yo no había estado de acuerdo con él hasta este momento.

– Todos están abajo.

– Ya ha habido suficientes excusas -dijo Loretta. Se levantó y se dirigió hacia la ventana-. Yo era muy joven cuando me casé con tu padre. Sólo tenía dieciocho años. Dios, parece que todo ocurrió hace una eternidad. Ciertamente, yo era otra persona. ¡Él me robó el corazón! Entonces, tu padre tenía casi treinta años y acababa de regresar de París, Londres, Nueva York… De un montón de lugares muy interesantes.

– Su carrera había fracasado -comentó Vanessa-. Él nunca quiso hablar al respecto, pero yo lo he leído. Además, había otras personas a las que sí les gustaba hablar de sus fracasos.

– Era un músico brillante. Eso nadie se lo podía negar -susurró Loretta. Se dio la vuelta. Tenía una profunda tristeza reflejada en los ojos-. Como su carrera no alcanzó el potencial que él esperaba, le dio la espalda. Cuando regresó a casa, era un hombre atormentado, variable, impaciente…Yo era una chica muy sencilla. Hasta entonces, mi vida había sido completamente corriente. Tal vez fue eso lo que lo atrajo al principio. Su sofisticación fue lo que me atrajo a mí. Me cegó por completo. Cometimos un error. Fue tanto culpa mía como suya. Yo me sentía abrumada, halagada, hipnotizada… Me quedé embarazada.

– ¿De mí? -preguntó Vanessa, atónita-. Entonces, ¿os casasteis por mí?