"Nunca", se dijo a sí mismo con amargura y casi en alta voz, mientras el Poroto gritaba hace bien Perón y todo eso oligarca habría que colgarlo todo junto a Plaza Mayo "nunca" y sin embargo lo había elegido a él, pero ¿para qué, Dios mío, para qué? Porque jamás conocería, estaba bien seguro, sus secretos más profundos, y una vez más acudieron a su mente las palabras ciego y Fernando en el momento en que uno de los muchachos ponía una moneda en el Wurlitzer y empezaron a cantar Los Plateros. Entonces D'Arcángelo estalló y asiéndolo de un brazo a Martín, le dijo:
– Vamo, pibe. Ya ni aquí se puede estar. Adonde vamo a ir a parar con esto payaso que te ponen fostró.
XVI
El viento fresco despejó a Martín. D'Arcángelo seguía mascullando y tardó un rato en serenarse. Entonces le preguntó dónde trabajaba. Con vergüenza, Martín respondió que estaba sin trabajo. D'Arcángelo lo miró.
– ¿Hace mucho?
– Sí, un tiempo.
– ¿Tené familia, vo?
– No.
– ¿Dónde viví?
Martín demoró la respuesta: se había puesto rojo, pero felizmente (pensó) era de noche. D'Arcángelo volvió a mirarlo con atención.
– En realidad -murmuró.
– ¿Cómo?
– Este… tuve que dejar una pieza…
– ¿Y dónde dormí, ahora?
Martín, avergonzado, farfulló que dormía en cualquier parte. Y como para atenuar el hecho agregó:
– Total, todavía no hace frío.
Tito se detuvo y lo examinó a la luz de un farol.
– Pero al menos, ¿tené pa comer?
Martín permaneció callado. Entonces D'Arcángelo estalló:
– ¡Se puede saber por qué no dijiste nada! Yo hablando de cra y vo picando ingrediente. ¡Hay que joderse!
Lo llevó a una fonda y mientras comían, lo observaba pensativamente.
Cuando terminaron y salieron, ajustándose la corbata le dijo:
– Tranquilo, pibe. Ahora vamo en casa. Despué veremo.
Entraron en una antigua cochera que en otro tiempo habría sido de alguna casa señorial.
– El viejo, sabé, fue cochero hasta hace unos die año.
Ahora, con el reuma, no se puede mover. Adema, ¿quién va a tomar un coche, hoy en día? Mi viejo e una de la tanta víctima en ara del progreso de la urbe. En fin, basta la salú.
Era una mezcla de conventillo y caballerizas: se oían gritos, conversaciones y varias radios simultáneas, en medio de un fuerte olor a estiércol. En las antiguas cocheras había algunos carros de reparto y un camioncito.
Se oía el golpeteo de los cascos de caballo.
Caminaron hacia el fondo.
– Aquí, cuando yo era purrete, había tre Vitoria que daban gusto: la 39, la 42 y la 90. La 39 la manejaba el viejo. Era una joyita. No e porque fuera del viejo pero te garanto que era una niña mimada: la pintaba, la lustraba, le sacaba brillo a lo farola. Y ahora mányala.
Le señaló al fondo, arrumbado, el cadáver de un coche de plaza: sin faroles, sin gomas, agrietada, la capota podrida y desgarrada.
– Hasta hace uno mese todavía salía, la pobre. La trabajaba Nicola, un amigo del viejo que murió. Mejor, te soy sincero, porque pa trabajar en la forma que trabajaba el infelí, mejor que esté a la tumba. Hacía changuita en Constitución, llevaba bulto.
Acarició la rueda de la vieja victoria.
– La gran puta -dijo con voz quebrada-, cuando venía el carnaval había que ver este coche al corso de Barraca. Y el viejo con la galerita, al pescante. Te garanto que daba golpe, pibe.
Martín le preguntó si allí vivía con toda la familia.
– De qué familia m'está hablando, pibe. Estamo el viejo y yo. Mi vieja murió hace tre año. Mi hermano Américo está a Mendoza, trabaja de pintor, como yo. Otro, Bachicha, está casado a Matadero. Mi hermano Argentino, que le decíamo Tino, era anarquista y lo mataron en Avellaneda, al año 30. Un hermano que se llamaba Chiquín, bah que le decíamos, murió tísico.
Se rió.
– Vo sabé que vario salimo medio falluto de lo pulmone. Yo creo que e cuestión del plomo de la pintura. Mi hermana Mafalda también se casó y vive al Azul. Otro hermano, menor que yo, André, e medio loco y ni siquiera sabemo adonde anda, creo que por Bahía Blanca. Y después esta Norma, que pa qué vamo a hablar. Son de ésa que se pasaban la vida mirando la revista de radio y cine y que quería ser artista. Así que quedamo nada má que el viejo y yo. Así e la vida, pibe: yugá, tené hijo y a la final siempre te queda solo como el viejo. Meno mal que soy medio loco y que adema ninguna mujer me lleva l'apunte, que si no quién te dice que también me iba y lo dejaba al viejo pa que se muera solo como un perro.
Entraron en la pieza. Había dos camas: una era de ese hermano vago que andaba por Bahía Blanca. Así que, por el momento, ahí podía dormir Martín. Pero antes le mostró sus tesoros: una fotografía de Américo Tesorieri, clavada con chinches en la pared, con una escarapela argentina debajo y dedicada: "Al amigo Humberto J. D'Arcángelo". Tito se quedó mirándola con arrobo. Y luego comentó:
– El gran Américo.
Otras fotos y recortes de El Gráfico también figuraban en las paredes, y encima de todo, una gran bandera de Boca, extendida a lo largo.
Sobre un cajón tenía un viejo fonógrafo de bocina, con cuerda.
– ¿Funciona? -preguntó Martín.
D'Arcángelo lo miró fijamente, con expresión de sorpresa y casi de reconvención.
– Ya se quisiera má de uno de eso tocadisco de ahora funcionar como éste.
Se acercó y limpió con su pañuelo una basurita que había en la gran bocina.
– Ni con plata encima lo cambiaría por uno de eso. Sabé qué pasa, que eso aparato tienen demasiada complicación. Esto eran más naturale, y la voz era tal cual.
Puso Alma en pena y dio cuerda: de la bocina salió la voz de Gardel, emergiendo apenas de entre una maraña de ruidos. Tito con la cabeza colocada al lado de la bocina, meneándola con emoción, murmuraba: Qué grande, pibe, qué grande. Permanecieron en silencio. Cuando terminó, Martín vio que en los ojos de D'Arcángelo había lágrimas.
– La gran puta -dijo, riéndose falsamente-. Todo lo demá que vinieron despué son una cagada.
Puso el disco en un sobre viejísimo, emparchado, lo colocó con cuidado sobre una pila, mientras preguntaba: