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pareció que Bruno decía algo sobre la corrupción y entonces Méndez dijo: Eso es moralismo pequeñoburgués, mientras Bruno negaba buenamente con la cabeza y decía: Eso no es lo que yo quiero decir y Martín se atormentaba porque su pensamiento no pudiera seguir la discusión, pensando "soy un tremendo egoísta", porque su pensamiento volvía otra vez a aquella figura untuosa y horrible y a su actitud, a su permanente guardia, algo sin duda determinado por la presencia o la ausencia de Wanda ¿pero qué? y ella aceptándolo con una mezcla de condescendencia e ironía, como si ambos, como si entre ambos, pero entonces Bruno dijo porque corrompe todo lo que toca, porque es un cínico que no cree en nada, ni en el pueblo ni en el peronismo siquiera, porque es un cobarde y un hombre sin grandeza, mientras Méndez sacudía su cabeza con ironía, pensando, seguramente, un incurable pequeñoburgués y mientras Martín pensaba qué confuso es todo, qué difícil es vivir y comprender y como si aquel equívoco Janos fuese así como el símbolo de la confusión que lo dominaba, como si lo fundamental de los seres humanos fuese la ambigüedad, con su zalamera y falsa cortesía en relación a su mujer que, sin embargo (y él lo había observado bien, como todo lo que se relacionaba con Alejandra), con aquella mirada anhelante y ansiosa del que teme o espera algo, en ese caso algo de Wanda ¿por celos quizá?, a los que Alejandra se le había echado a reír comentando "¡qué niño sos, todavía!" agregando aquellas palabras que luego, después de la tragedia, él recordaría con aterradora nitidez: "Janos es una especie de pegajoso monstruo" y como en ese momento Bruno se levantó para telefonear, Martín quedó solo frente a Méndez, que lo examinó con curiosidad, mientras él bebía agua por pura timidez.

– ¡Ese monaguillo irritado! -dijo con sorna, señalando con sus ojos hacia la otra mesa-. Identifican el sufragio universal con la estupidez de las masas, el cuartel con el pundonor, el imperialismo con Lutero.

Emitió su risita.

– Pero ahora están con los yanquis. ¡Lo que es el miedo al pueblo!

Felizmente volvió Bruno.

– Hace un calor insoportable -dijo-. Propongo que salgamos.

Los altoparlantes de la Alianza prometían incendios y horcas.

– Es un café muy cerrado, pero me gusta. No va a durar mucho, piense en los millones que vale la esquina. Es fataclass="underline" lo echarán abajo y levantarán un rascacielos, y abajo uno de esos bares interplanetarios llenos de colorinches y ruidos que han inventado los norteamericanos.

Se aflojó la corbata.

– Es un individuo notable. Con la gente que lo odia podría levantarse una sociedad de socorros mutuos más o menos del tamaño del Centro Gallego. En cuanto a mis relaciones con él… bueno, me ha de tener por un intelectual vacilante, un pequeñoburgués putrefacto…

Y se sonrió, mientras pensaba para sí: hombre en perpetua contradicción, Hamlet.

Llegaron al puente de la calle Belgrano y Bruno se detuvo, apoyándose en el pretil, diciendo "ahora por lo menos se respira", en tanto que Martín se preguntaba si aquella costumbre de vagar por el puente, Alejandra la había tomado de Bruno; pero luego pensó que debería de haber sido a la inversa, porque a Bruno lo veía blando, vacilante al compás de sus reflexiones.

Observaba su piel fina, sus manos delicadas y las comparaba con las manos duras y ávidas de Alejandra, con su rostro apretado y anguloso, mientras Bruno pensaba: Estos paisajes sólo el impresionismo los podía pintar, y eso se terminó, así que el artista que siente esto y nada más que esto, se embromó. Y mirando el cielo cargado de nubes, la atmósfera húmeda y un poco pesada los reflejos de los barcos sobre el agua quieta, pensaba que Buenos Aires tenía un cielo y un aire muy parecido a Venecia, seguramente por la humedad del agua estancada, mientras que su pensamiento del otro estrato proseguía con Méndez:

– Por ejemplo, la literatura. Son brutalmente esquemáticos. Proust es un artista degenerado porque pertenece a una clase en decadencia.

Se rió.

– Si esa teoría fuese correcta no existiría el marxismo, y por lo tanto tampoco Méndez. El marxismo tendría que haber sido inventado por un obrero, sobre todo por uno de la industria pesada.

Caminaron por la vereda y entonces Bruno lo invitó a sentarse sobre el parapeto, mirando hacia el río.

A Martín lo asombró ese rasgo de juventud, rasgo que le confería ante sus ojos un aspecto de afectuosa camaradería hacia él; y el tiempo que le concedía, su afectuosa familiaridad parecían una garantía del afecto de Alejandra hacia él, hacia Martín; pues no le sería concedida por un hombre importante si él, un muchacho desconocido, no estuviese respaldado por la consideración y acaso por el amor de Alejandra. De modo que aquella conversación, aquella caminata, aquel sentarse juntos, eran como una confirmación (aunque indirecta, aunque frágil) de su amor, un cierto certificado (aunque borroso, aunque ambiguo) de que ella no estaba tan alejada como él se suponía.